Antonio Imbert Barrera: su vida y época
Báez Guerrero recoge informaciones que sostienen que tanto Antonio como Segundo eran desafectos del régimen trujillista desde 1946
Leído en la Biblioteca Nacional el 12 de junio 2024 en el acto de puesta en circulación de este libro escrito por José Báez Guerrero.
Correspondo muy complacido al pedido de doña Giralda Busto de Imbert de leer ante ustedes el prólogo a este libro sobre la vida de su esposo, nuestro admirado héroe y hombre de bien, Antonio Imbert Barrera, escrito por el sobresaliente periodista e historiador José Báez Guerrero.
Habiendo realizado una atenta lectura de esta obra declaro con satisfacción que he quedado muy favorablemente impresionado por el estilo claro, ágil y directo de su autor, y por la sólida investigación que este realizó para reconstruir y narrar esta reveladora historia que captura la atención del lector desde sus primeros párrafos.
Hacía mucho tiempo que faltaba una obra como esta que retratara fielmente la personalidad, vida y obra de Antonio Imbert Barrera, aquel hombre singular a quien el destino colocó muchas veces en peligrosas coyunturas de las cuales siempre salió airoso gracias, según él mismo lo creía y confesaba, a la protección de la Virgen de la Altagracia, de quien era fiel devoto.
En este libro, narrado sin exaltaciones retóricas ni ditirambos gratuitos, Báez Guerrero va reconstruyendo una vida que hasta hoy había permanecido desconocida por la casi totalidad de los dominicanos. Una vida que nunca fue fácil, llena de vueltas inesperadas, de grandes trabajos, de sufrimientos morales y de incertidumbres políticas.
Una vida, que como Imbert mismo reconocía, tuvo mucho de aguante, de resistencia, tolerancia y paciencia porque le tocó con frecuencia hacer las veces de “yunque”, como decía él, aludiendo a los muchos “golpes de martillo” que el destino le propinó sin esperarlos.
Esta obra es, primeramente, una biografía, narrada cronológicamente desde el nacimiento del niño Antonio, cuya infancia estuvo salpicada de enfermedades y fue marcada por la muerte de varios parientes mayores, entre ellos su padre, quien partió hacia el Otro Lado cuando Antonio tenía apenas un año de nacido.
Pero este libro es también una historia política en la cual el lector podrá seguir fielmente la larga marcha del país hacia la democracia, desde la dictadura de Trujillo hasta el presente. Esa marcha fue interrumpida por una guerra civil y por numerosas crisis políticas, algunas de carácter electoral, otras de tipo económico y otras de violencia política que detonaron dentro del escenario mayor de la llamada Guerra Fría.
Siguiendo el modelo de la biografía clásica, Báez Guerrero enmarca genealógicamente la temprana vida de Antonio Imbert Barrera dentro de su numerosa familia de origen francés, de la cual recibió los valores morales que adornaron su personalidad hasta el fin de sus días.
En ese contexto, este autor describe las tempranas transiciones familiares que llevaron a Antonio a habitar en una plantación de bananos en Cuba, de los tres a los doce años, luego de que su madre casara en segundas nupcias con un funcionario de la United Fruit Company radicado en la región de Nipes en esa vecina isla.
Un dato desconocido por la mayoría de los dominicanos es que allí aprendió Antonio el manejo y funcionamiento de los motores diésel, en cuya reparación se especializó, lo que le permitió hacer de ese oficio un estable modo de vida después del regreso de su familia a Puerto Plata teniendo él quince años.
A los 18 años Antonio tuvo primer hijo que al crecer hizo carrera militar. Poco tiempo después se casó con la joven puertoplateña Guarina Tessón, con quien formó familia y tuvo tres hijos: Antonio Segundo, Leslie y Oscar José. Con sus ingresos como mecánico diésel y otros oficios Antonio fue capaz de levantar, mantener y educar a su familia.
Antonio maduró como adulto durante los treinta y un años de la dictadura de Rafael Trujillo. Llevó entonces una vida modesta, de trabajo y familia, compartiendo sus horas de ocio con sus amigos y familiares, y aunque aparentemente no sentía inclinación por la política fue nombrado gobernador de la provincia de Puerto Plata en 1948. En ese mismo año su hermano Segundo, quien había optado por la carrera militar, ostentaba el rango de mayor del Ejército y era comandante de la fortaleza de Puerto Plata.
Una versión familiar dice que Trujillo sospechaba de la lealtad de ambos hermanos y, en anticipación a la esperada expedición de Luperón, los colocó en esas posiciones para probarlos políticamente. Otra dice que Antonio y Segundo se dejaron tentar por la apertura democrática que engañosamente ofertó el régimen de Trujillo en 1946 y, a partir de entonces, se hicieron sospechosos de ser desafectos a la dictadura reinante.
Comoquiera que fuese, lo cierto es que ambos hermanos, aun siendo considerados jefes del trujillismo en Puerto Plata, “eran rigurosamente y constantemente espiados por la seguridad de Trujillo” -dice Báez Guerrero-, pues por alguna razón el Gobierno sospechaba que ambos hermanos estaban en connivencia con los expedicionarios.
En consecuencia, nueve días después de haber liquidado el intento revolucionario en Luperón, Antonio fue destituido del cargo de gobernador, en tanto que Segundo fue degradado y removido de la comandancia de la fortaleza San Felipe, en Puerto Plata.
Báez Guerrero afirma que, a partir de ese momento, Segundo Imbert cayó en franca desgracia y empezó a vivir un “viacrucis político” hasta que logró salir del país en 1950 y se estableció en Puerto Rico, en donde se relacionó con algunos exiliados antitrujillistas.
Antonio logró reponerse de su desgracia política gracias a las relaciones que sostenía su primo Manuel Imbert Peralta con el cuñado de Trujillo, Francisco Martínez Alba (Paco), quien controlaba una amplia red de negocios junto con su hermana, la esposa del dictador.
El regreso de Antonio al servicio del régimen comenzó con su designación como subadministrador de la Lotería Nacional y luego como subadministrador del departamento de expedición de la cédula personal de identidad, posiciones en las cuales demostró su capacidad gerencial.
Eso llevó a Martínez Alba encargarle la administración de su empresa vendedora de concreto llamada Mezcla Lista, C. por A. A consecuencias de esos arreglos, Antonio debió mudarse con toda su familia a la capital de la República.
Allí hizo amistad con Salvador Estrella Sahdalá y otros con quienes luego formaría el grupo de acción que se encargó del ajusticiamiento de Trujillo, pero en la década de los años 50 Antonio trabajó normalmente como administrador de una de las rentables empresas del régimen sin demostrar intenciones políticas o vengativas contra el dictador. Aquellos eran años de bonanza económica. Siendo Mezcla Lista una empresa casi monopólica, a Antonio le iba muy bien en el negocio.
Pero las cosas empezaron a complicarse cuando su hermano Segundo decidió regresar al país en medio de las dudas de sus familiares, varios de los cuales desconfiaban de las garantías que le habían transmitido algunos funcionarios.
En efecto, tan pronto Segundo regresó, el Gobierno preparó contra él un expediente penal junto a otros individuos, y lo condenó a treinta años de cárcel y trabajos públicos que debía cumplir en la prisión de La Victoria.
Báez Guerrero recoge informaciones que sostienen que tanto Antonio como Segundo eran desafectos del régimen trujillista desde 1946, y que, ya en la cárcel, Segundo se asoció con los presos políticos pertenecientes al movimiento clandestino 14 de Junio. Con algunos líderes de ese partido, después de ajusticiado Trujillo y durante décadas, Antonio mantuvo abiertos varios canales de comunicación, según confesión del mismo Imbert Barrera.
La prisión de Segundo y el endurecimiento de la represión del régimen trujillista provocaron un giro inesperado en la vida de Antonio Imbert Barrera, al igual que lo hizo con otros colaboradores y servidores del régimen que, asqueados por la situación política, empezaron a elaborar planes para derrocar la dictadura.
José Báez Guerrero dedica una parte sustancial de esta obra a explicar la transición hacia esa conspiración y hacia la ejecución del magnicidio de aquel grupo de hombres, entre los cuales Antonio se destacaba por su sangre fría y su resuelta decisión de poner fin a Trujillo a cualquier costo.
Esta parte de la obra está llena de noticias inéditas verificadas cuidadosamente por Báez Guerrero, quien se aseguró de comparar los testimonios de calificados actores y testigos, entre ellos el mismo Antonio.
Como parte de esta pesquisa Báez Guerrero conversó varias veces con Imbert buscando completar la primera narración del magnicidio que este dictó mientras estaba escondido en casa de la familia Cavagliano, en donde pasó los meses siguientes al ajusticiamiento de Trujillo.
Es de aplaudir que esa relación o memoria, poco conocida todavía, haya sido incluida íntegra en esta obra porque es la versión más inmediata que existe del papel que jugó Imbert en la organización del complot y en la ejecución física del dictador junto a los héroes que se enfrentaron a tiros con Trujillo y su chófer Zacarías de la Cruz.
Báez Guerrero dedica más de ochenta páginas, esto es, una parte central de su obra a la narración del complot para matar a Trujillo, al evento mismo del ajusticiamiento y a los episodios acaecidos en los días y semanas posteriores. Cierra esta sección describiendo el asesinato de los héroes del 30 de Mayo por Ramfis Trujillo en la Hacienda María el 18 de noviembre de 1961.
Báez Guerrero habla también del durísimo golpe espiritual que recibió Antonio cuando le llegó la noticia de que habían asesinado a su hermano Segundo junto a su compañero de celda Augusto Sánchez Sanlley en la cárcel de La Victoria.
Hasta la muerte de Trujillo y su salida de su escondite en donde permaneció seis meses, Antonio Imbert Barrera era solo conocido por sus amigos y familiares. No era una figura pública como tampoco lo era el otro sobreviviente del complot, Luis Amiama Tió.
Uno de los grandes méritos del autor de esta obra es haber reconstruido lo esencial de la vida pública, política y militar, de Antonio Imbert Barrera a partir de 1961 mientras la sociedad dominicana se esforzaba por construir una democracia. La suya fue una vida llena de peligros personales que, a pesar de ellos, fue convirtiendo a Imbert Barrera en un personaje central de la política dominicana.
Su entrada en ese territorio comenzó cuando el Consejo de Estado que quedó al mando del país, en enero de 1962, nombró a ambos héroes, Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió, generales de las Fuerzas Armadas con la intención de reforzar la seguridad física de ambos. En consecuencia, Imbert asumió el uniforme militar como vestido cotidiano, en tanto que Amiama prefirió dedicarse a la política partidista.
Por su vocación de servicio público, Imbert tuvo una vida marcada por grandes vaivenes que en ocasiones lo llevaron a la cúspide del poder y, en otras, lo alejaron o marginaron del proceso de toma de decisiones.
Báez Guerrero señala muchos eventos que revelan cómo Antonio, a quien la política le atraía y no le era ajena, cayó en posiciones de mando nacional, a despecho de los celos, envidias y malquerencias que él despertaba entre la oficialidad trujillista que continuó enquistada en las Fuerzas Armadas dominicanas.
Como el destino es el destino, a pesar de esas fuerzas contrarias, Imbert actuó en la guerra civil de 1965 como presidente del llamado Gobierno de Reconstrucción Nacional que enfrentó a los militares y las fuerzas boschistas que intentaban reimponer la Constitución de 1963 y reinstalar a Juan Bosch en la presidencia de la República. Bosch, como se sabe, había sido derrocado en septiembre de 1963. La explicación de por qué cayó Imbert en esa posición es también otro de los aportes de esta obra.
En un impresionante ejercicio de investigación, sostenido por su amplia experiencia periodística, Báez Guerrero describe las fuerzas que llevaban a Imbert Barrera a mantenerse intermitentemente en el juego político, unas veces de manera activa, y otras pasivamente.
Un evento que reafirmó su necesidad de mantenerse activo como general de las Fuerzas Armadas fue el ametrallamiento que sufrió en la mañana del 21 de marzo de 1967 cuando transitaba en su vehículo por la calle Pedro Henríquez Ureña, guiando él, y fue alcanzado por cinco balazos que milagrosamente no le quitaron la vida. Báez Guerrero narra con gran claridad este acontecimiento y hasta llega a identificar al principal responsable del atentado.
A pesar de su gravedad, este no fue el más amargo de los momentos en la vida de Antonio Imbert Barrera. Más doloroso todavía que esos balazos fue la pérdida de su esposa Guarina, su hija Leslie y su hermana Aida María cuando el avión en que viajaban a San Juan, Puerto Rico, cayó al mar y se destruyó al despegar del aeropuerto de Punta Caucedo el 15 de febrero de 1970.
Entre los muchos episodios de esta vida singular que Báez Guerrero ha recogido en esta espléndida biografía hay dos que también ratifican la noción de que la vida pública de Imbert Barrera estuvo signada por la obligación de servir políticamente al Estado.
Uno de ellos fue su aparentemente sorpresiva designación como inspector general de las Fuerzas Armadas y secretario de Estado interino de las Fuerzas Armadas decretada por Joaquín Balaguer en octubre de 1986 en el contexto de la persecución judicial del expresidente Salvador Jorge Blanco. Dos meses más tarde de recibir ese nombramiento, Imbert fue confirmado como secretario titular de las Fuerzas Armadas. Para Imbert, según Báez Guerrero, no hubo tal sorpresa, pues Balaguer lo había visitado en Sosúa y habían sostenido una cordial conversación privada días antes
Otro episodio recogido por Báez Guerrero en su calidad de testigo excepcional, por encontrarse ejerciendo de periodista en el Palacio Nacional, fue el importantísimo papel que jugaron Antonio Imbert Barrera y sus primos Alfredo y Mario Imbert en ocasión del suicidio del presidente Antonio Guzmán la noche del 3 de julio de 1982.
Báez Guerrero dice que “hay muchos detalles concordantes que indican que hubo un temor real de que la democracia pudiera interrumpirse por causa del suicidio de Guzmán”. Si hubo algún intento de interrumpir la transición constitucional, dice Báez Guerrero, esa posibilidad quedó anulada porque se impuso entonces la “firme convicción democrática de los tres generales Imbert” de que el orden constitucional debía ser respetado, como en efecto ocurrió.
En otras palabras, Antonio Imbert se ocupó de hacer que las Fuerzas Armadas aceptaran y respetaran al sucesor de Guzmán, entonces vicepresidente, Jacobo Majluta, como presidente de la República. Muchos detalles de lo ocurrido en el Palacio Nacional esa noche fueron vividos directamente por Báez Guerrero, entonces joven reportero asignado allí por el diario El Caribe,
Como se ve, además de ser una biografía del héroe del 30 de Mayo, este es un libro de historia. Es una historia política del país relatada a través de la reconstrucción de episodios trascendentes seleccionados por su autor debido a su gran importancia.
Báez Guerrero recorre esa historia política enlazando esos episodios con la vida privada y pública de Imbert Barrera. Por ello vemos circular en estas páginas actores que jugaron papeles relevantes en el proceso político del país.
Se destacan en esos episodios el embajador estadounidense Joseph S. Farland, el cónsul norteamericano John Calvin Hill, los nuncios de Su Santidad Lino Zanini y Enmanuele Clarizio, el obispo de San Juan de la Maguana, Tomás Francisco Reilly, los presidentes Joaquín Balaguer, Rafael Bonnelly, Salvador Jorge Blanco, Juan Bosch, Leonel Fernández y Francisco Alberto Caamaño, los triunviros Ramón Tapia Espinal y Donald Reid Cabral, los generales Pedro Rafael Rodríguez Echavarría, Elías Wessin y Wessin, Enrique Pérez y Pérez y Neit Rafael Nivar Seijas, el dirigente político José Francisco Peña Gómez más algunos dirigentes de la Agrupación Política 14 de Junio, todos ellos retratados valientemente por el autor de esta obra.
Con casi todos esos actores tuvo Antonio Imbert Barrera algún tipo de comunicación y hasta relaciones de amistad, aunque en ocasiones las circunstancias crearan fracturas o distancias entre él y algunos de ellos.
Esta obra es muchísimo más rica en detalles históricos que lo que he mencionado hasta ahora. Es tan rica que dudo mucho que alguien pueda superarla, aunque sería deseable que algunos de los episodios aquí narrados estimulen a otros investigadores a realizar pesquisas más profundas para ampliar las informaciones con nuevos datos.
Dicho lo anterior, y antes de terminar, deseo felicitar a doña Giralda Busto de Imbert por haber tomado la iniciativa de rescatar la memoria de su esposo Antonio, quien vive en nuestros recuerdos como aquel buen amigo, valiente, discreto, generoso, y, sobre todo, verdadero patriota que lo arriesgó todo para darle al pueblo dominicano su muy merecida libertad, anhelada por más de treinta años.
Estoy seguro de que esta extraordinaria biografía recibirá un amplio y positivo reconocimiento de toda la sociedad dominicana cuando nuestros conciudadanos conozcan la fascinante historia personal, política y patriótica de nuestro querido e inolvidable Antonio Imbert Barrera, indiscutible héroe del 30 de Mayo.
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