El coronavirus está acelerando el desacoplamiento de las economías mundiales

La opacidad de Beijing en el manejo de la epidemia pone de manifiesto los riesgos de hacer negocios en China

El coronavirus continúa su expansión por el mundo.

El coronavirus ha revelado el desacoplamiento económico de China y algunos países desarrollados. Con las fábricas cerradas y el consumo estancado, las compañías multinacionales se han visto obligadas a trasladar la producción a otros sitios. Apple les ha advertido a los inversionistas que sus ingresos se verán afectados a causa del brote.

El desacoplamiento — o la desvinculación — gradual de las economías mundiales ha estado en marcha durante algunos años. Por ejemplo, el grupo electrónico surcoreano Samsung ha estado cerrando plantas en China y abriendo otras en Vietnam. México se ha beneficiado de que algunas corporaciones estadounidenses trasladen sus cadenas de suministro a países más cercanos. Pero, sin duda alguna, el desacoplamiento se acelerará conforme la opacidad de Beijing en el manejo de la epidemia ponga de manifiesto los riesgos de hacer negocios en China

Hay marcadas semejanzas entre el virus y el propio desacoplamiento. Por un lado está lo que se ve en la superficie (las máscaras y el pánico, o los cambios en la cadena de suministro y advertencias de beneficios) y por otro está lo que no se puede saber: cuántas víctimas cobrará el brote o cómo lucirá el mundo económica y políticamente en un plazo de cinco a diez años, conforme se disuelve la globalización y se profundizan las divisiones.

Aun así, el trabajo de un columnista es aventurarse, así que permítanme hacer algunas predicciones sobre lo que puede acechar a la vuelta de la esquina si continúa el desacoplamiento. Las posibilidades claras son: un mayor riesgo de violencia en Taiwán; la incapacidad de Europa para defender sus propios valores democráticos liberales; y un mundo en el que los dispositivos inteligentes ya no puedan comunicarse entre sí a través de las fronteras. Y todo eso podría redefinir fundamentalmente la economía y la geopolítica mundiales.

El problema más apremiante a corto plazo es Taiwán, cuyas empresas fabrican la mayoría de los semiconductores del mundo. La mayoría de los semiconductores son producidos por Taiwan Semiconductor Manufacturing Company, un fabricante de chips por contrato que abastece a las compañías estadounidenses, entre ellas Apple, y a varias empresas chinas. Los semiconductores son un área clave en la que los chinos aún no son tecnológicamente autosuficientes. En el hardware (desde enrutadores — o ruteres — hasta conmutadores y teléfonos), las áreas de software y los servicios de alta tecnología, los chinos ya se han desacoplado en gran medida de EEUU. Tengamos en cuenta el éxito de las empresas locales como el fabricante de teléfonos inteligentes Xiaomi; o los esfuerzos del grupo de telecomunicaciones Huawei para construir sistemas operativos chinos personalizados; o el hecho de que muchas de las nuevas aplicaciones móviles más innovadoras se desarrollan en China.

Pero los semiconductores requieren una gran cantidad de inversiones de capital y trabajo de investigación. Podría pasar una década antes de que China pueda desarrollar completamente su propia industria. Mientras tanto, dependerá de Taiwán, un país que no sólo abastece a las empresas compañías estadounidenses, sino que también está viendo un aumento en el apoyo a la democracia. Esto plantea la pregunta de si, o quizás cuándo, la industria de semiconductores de Taiwán podría convertirse en un tema polémico, conforme China y EEUU intentan desarrollar sus propios sectores de alta tecnología independientes.

Es difícil imaginar que Taiwán pueda operar en ambas órbitas de forma indefinida. Como me dijo un analista de telecomunicaciones recientemente: “Lo que ha sucedido en Hong Kong es fascinante y perturbador en parte porque plantea la pregunta, ¿qué sucedería si ocurriera lo mismo en Taiwán?”

El desacoplamiento también representa un desafío existencial para Europa. La semana pasada, la UE presentó un nuevo marco ético para la inteligencia artificial, parte de su intento de forjar un sistema de “tercera vía” de gobernanza tecnológica que pueda existir entre el estado de vigilancia de China y el dominio de las grandes compañías tecnológicas en EEUU. Pero el mercado de telecomunicaciones europeo depende de los equipos de Huawei, que son más baratos que los de sus competidores. Como admitió ante mí un funcionario de la Comisión Europea, “el uso de Huawei con la tecnología 5G es una conclusión obvia”. Esto se debe en gran parte a que los sistemas 2G, 3G y 4G de Europa se han basado en equipos Huawei. Actualmente, ya sería demasiado costoso adaptar el sistema para desarrollar la tecnología 5G sin Huawei.

Si el uso de Huawei realmente representa un riesgo de seguridad (me han dicho numerosos europeos y estadounidenses en el sector público y privado que sí lo es), entonces hay que cuestionarse si Europa realmente tiene algún control sobre su gobernanza tecnológica. ¿Tiene la capacidad de defender sus propios valores liberales sobre la privacidad y los derechos de datos en un mundo digital? Quizás el desacoplamiento se convierta para Europa en algo similar al debate sobre la defensa en general. Incluso si la UE tiene su propia estrategia, ¿podrá aplicarla?

Es posible, por supuesto, que EEUU y Europa se unan en algún tipo de alianza transatlántica de estándares tecnológicos. Probablemente dicha alianza supondría subsidios del gobierno estadounidense para la tecnología 5G, dadas las presiones financieras sobre la industria europea de telecomunicaciones.

Pero si eso no sucede, es posible que estemos avanzando hacia un mundo similar al de hace una década, cuando tenías que llevar un teléfono 3G completamente diferente cuando viajabas para negocios desde EEUU a Japón o Europa. Sin embargo, esta vez la brecha en las comunicaciones existiría en toda la gama tecnológica tanto en el Internet para consumidores como para las industrias.

Imagina un mundo en el que la banca transfronteriza, las compras en línea y el intercambio de datos se bifurcan entre dos sistemas. Quizás ésa sea la realidad hacia la que nos dirigimos. Las valoraciones de Apple y otras compañías tecnológicas sin duda resultarían afectadas en un futuro así. Pero también se afectarían muchos otros en otras industrias ajenas a la tecnología. Al igual que en el caso del coronavirus, los efectos del desacoplamiento serán tanto impredecibles como exponenciales.