PLD-FP: cuando el ego mata la razón
El dilema de las elecciones dominicanas
Danilo Medina supo siempre que, a pesar de la estampida de dirigentes y miembros, el PLD seguía siendo una organización estructurada, condición que le faltaba a la Fuerza del Pueblo, una formación de frágil consistencia orgánica construida básicamente con la escisión del PLD.
Leonel Fernández, en contrapartida, siempre supo que Abel Martínez no alcanza ni empinándose a su talla política y que es una oferta escasamente competitiva. En esas circunstancias, las recientes elecciones municipales se presentaron como una oportunidad para confirmar esas impresiones de los dos viejos rivales, ahora “aliados”. Medina se fue a esta consulta confiado en las estructuras del partido y Leonel en la fuerza de su liderazgo, con la desventaja, para este último, de que se trataba de unas elecciones para liderazgos y cuadros locales.
En esa lógica, Medina sobreestimó las elecciones municipales afirmando que febrero decidía a mayo. Y lo hizo en términos muy categóricos: “Con lo que va a pasar en febrero, le daremos un impulso a Abel Martínez a la presidencia”; igualmente proclamó: “Las elecciones de febrero son la antesala de la victoria de mayo”.
Leonel Fernández, conociendo las debilidades de su partido, subestimó, en cambio, la incidencia de las pasadas elecciones en las de mayo. A pocos días del 13 de febrero dijo que no eran determinantes, y aún con más vehemencia afirmó, después de conocidos sus resultados, que la auténtica ganadora fue la abstención alentada desde el Gobierno.
Pero el desmérito dado por Fernández a los pasados comicios no solo perseguía deslegitimar la aplastante victoria de la alianza oficialista; implícitamente buscaba también restar mérito a la posición alcanzada por su “aliado” el PLD, sobre todo cuando este último casi duplica la votación a favor de su partido.
Más que la posición en que quedara el PRM en las elecciones municipales, a Danilo Medina le ofuscaba el segundo lugar, ya que, de ocuparlo su partido, como lo logró, tendría legitimidad para proponer una posible alianza para las elecciones de mayo y no para una segunda vuelta; obvio, teniendo como candidato a su alter ego, Abel Martínez.
Es así que, de la nada, asoma Jaime David Fernández a sugerirle a Leonel Fernández declinar su candidatura a favor de Abel Martínez. Es obvio que Fernández ni se dio por enterado. Salvo la parca respuesta dada por Rafael Alburquerque de la Fuerza del Pueblo, el tema fue prontamente abandonado y el pasado martes ambas organizaciones inscribieron sus alianzas llevando candidaturas presidenciales propias y separadas a la Junta Central Electoral. Así, el ensayo de Medina quedó malogrado desde el intento, como probablemente él lo sospechaba, conociendo más que nadie la inabordable autoestima de su antagonista y aliado, cuyo carácter político ha estudiado toda la vida. De manera que de poco o nada le sirvió al PLD quedar como segunda fuerza política del país y primera de la oposición frente a las elecciones presidenciales.
Despejado el cuadro, tenemos entonces dos candidaturas sin aforo para ganar por sí solas unas elecciones presidenciales. Concertar una alianza presidencial era la única oportunidad para oponerle un contrapeso competitivo al oficialismo.
Provocar una segunda vuelta con fuerzas dispersas es un escenario cada vez más improbable frente al adverso balance de las elecciones municipales, y no solo porque el partido de Gobierno las haya ganado, sino por los márgenes que lo separaron de la segunda posición. Por más que se quiera invocar el factor de la abstención —nada distinto en las últimas elecciones municipales—, la presunta compra de cédulas y la práctica del “voto logístico” como condiciones para descalificarlas, nadie podrá borrar sus resultados ni la tendencia que marcó para las elecciones presidenciales. Ignorarlo sería ingenuo.
Si la oposición realmente hubiera tenido la determinación de echar la pelea, al día siguiente de conocidos los resultados de las pasadas elecciones, hubiera buscado redefinir la alianza electoral a nivel presidencial y llevar a un candidato único a la presidencia y el otro a la vicepresidencia. Esta propuesta saldría de un pacto de gobierno compartido. Con una decisión de esa talla, hubiese compactado sus fuerzas, racionalizado sus recursos y concentrado sus objetivos.
Pero el ego impuso su mejor voto, como ha pasado en Venezuela durante estos últimos veinte años, con una oposición ensimismada cuyo autodestructivo narcisismo le ha dado añadas al chavismo-madurismo en el control del Estado. Tanto así que, consciente de que por primera vez hay un proyecto duro de unidad opositora, el Gobierno de Maduro ha respondido de forma desesperada inhabilitando a la candidata María Corina Machado. En el caso dominicano, el PLD se aferra a su condición de segunda fuerza revindicando unos resultados de unas elecciones cuestionadas por Leonel Fernández, quien se asume, sin decirlo, mejor candidato que Abel Martínez. Esas dos presunciones se colocaron como obstáculos para avenir una alianza estructurada.
La política es la estrategia de las conveniencias y ambos partidos saben lo que les beneficia, pero prefirieron anteponer el orgullo de sus líderes a la inteligencia política; el resultado lo verán, y no precisamente en una segunda vuelta. Aquí el ego mató la razón.
Si la oposición realmente hubiera tenido la determinación de echar la pelea, al día siguiente de conocidos los resultados de las pasadas elecciones, hubiera buscado redefinir la alianza electoral a nivel presidencial y llevar a un candidato único a la presidencia y el otro a la vicepresidencia.
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