La doctrina Trump y el nuevo papel de Estados Unidos en el mundo (1ra parte)
Algo que se podría decir que no es muy nuevo, sin embargo, el contexto al que se enfrenta la diplomacia estadounidense en la actualidad no es el mismo que en el año 2020

Desde mediados del siglo XIX, los Estados Unidos ha jugado un papel cada vez más dominante en la geopolítica regional y global. Su política exterior ha tenido presencia en los cinco continentes y ha sido, directa o indirectamente, la razón o el motivo de muchos cambios en la historia de muchos países y regiones a lo largo del último siglo y medio.Estas decisiones han sido principalmente orientadas por los engranajes de turno en el poder en Washington, y facilitada o dificultada (según el caso) por sus socios, aliados o enemigos.
Es así como la historia reciente de las relaciones entre los pueblos ha estado profundamente marcada por la doctrina de pensamiento o de hacer política de los Estados Unidos, y cómo esta responde, o al menos pretende responder, a los intereses de los estadounidenses. Desde la doctrina Monroe, que cimentó la supremacía estadounidense en el hemisferio occidental bajo la célebre, y muchas veces mal comprendida frase, “América para los americanos”, y la política del buen vecino, que propugnaba la no intervención estadounidense en los asuntos internos de los países latinoamericanos y la promoción de intercambios recíprocos, hasta volver al intervencionismo para combatir el avance de los tentáculos del comunismo durante la Guerra Fría, los Estados Unidos siempre ha utilizado su poder e influencia como ventaja en las relaciones con los demás países, la diferencia es que ahora no le avergüenza reconocerlo, por el contrario, lo utiliza a su favor.
Aunque mucho ha cambiado desde aquellos tiempos y el interés del autor no es hacer un artículo en crítica al gobierno estadounidense o a su política exterior, es preciso reconocer que en la actualidad, el brazo conductor de las relaciones internacionales de los Estados Unidos parece estar dirigido por una nueva doctrina que busca redefinir el papel mundial de ese país en tres ejes fundamentales (fuerza militar, asistencia económica y relaciones comerciales), incluso de forma más intensa que en la primera versión de su gobierno.
En cuanto a lo militar, el actual gobierno parece no estar dispuesto a cambiar una de las aristas que identificó su política exterior en el período 2017-2021, por el contrario, parece reforzarla con mayor ahínco. Está nueva doctrina busca lograr acuerdos de paz, como los Acuerdos de Abraham, mediante una diplomacia fuerte y la entrega de concesiones sin poner a soldados estadounidenses en la línea de fuego.
Algo que se podría decir que no es muy nuevo, sin embargo, el contexto al que se enfrenta la diplomacia estadounidense en la actualidad no es el mismo que en el año 2020. Para comenzar, Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Sudán no se encontraban en conflicto bélico con Israel, a diferencia de Ucrania y Rusia e Israel y Gaza, lo que presenta una dificultad mayor para lograr una paz duradera en esas circunstancias.
No obstante, parecería que en esta ocasión el actual gobierno busca jugar un papel de mediador diferente, mediante una posición más ambiciosa y en la que no importa si da la impresión de estar parcializado hacia un lado del conflicto. Para ello, Trump sabe que el apoyo militar a Ucrania es vital para resistir la intervención rusa, y utilizará esa ventaja a su favor para presionar a Zelenski a aceptar ciertos términos que garanticen que Rusia detenga su agresión en el país europeo, aunque no necesariamente esto signifique que retroceda.
Por otro lado, un apoyo incondicional a Israel, sin miedo a un régimen de sanción, dificulta la labor propagandística de Hamás en el exterior, lo cual fuerza al grupo paramilitar y terrorista a tener que buscar una salida rápida o a enfrentar al menos casi dos años más de imparable fuego israelí.
En lo concerniente a la asistencia económica internacional, esta ha sobrepasado el ámbito de la política exterior, para situarse en el centro del debate de la opinión pública. Elon Musk, en su cruzada para achicar al Estado americano, y Trump, que lo acompaña incondicionalmente, han dejado claro que rediseñarán los programas de asistencia económica para cortar con el despilfarro de recursos del gobierno federal, algo que afectaría seriamente el uso de la cooperación bilateral como mecanismo de política exterior del país, una herramienta predominante por décadas en los Estados Unidos, incluso durante el primer gobierno de Trump.
Esto podría interpretarse como un signo de debilidad o de pérdida de influencia estadounidense en el corto plazo, sin embargo, a juicio del autor no lo es. Estados Unidos es el más grande donante de ayuda internacional individual del mundo, y dada la gran diferencia entre los montos de esa ayuda con sus principales “competidores”, aún con los recortes de lugar es muy difícil que China o Alemania ocupen los espacios que Estados Unidos dejará. Por otro lado, como colectivo de países la Unión Europea es el principal donante de ayuda internacional, por lo que esta ya ha llegado a lugares de influencia donde Estados Unidos no ha llegado, incluso en sus años de mayores gastos en este rubro, por lo que no podría perder una posición que nunca tuvo.
Por último, en lo referente a las relaciones comerciales, Trump busca continuar utilizando su ventaja como el principal mercado mundial en cuanto a consumo, para lograr concesiones y resultados de los demás países mediante la amenaza (y muchas veces ejecutoria) de incremento de aranceles a productos de alta exportación hacia ese país.
Esta estrategia ha tenido ciertos resultados hasta el momento con Colombia, México y Canadá, y en menor grado con China. Sin embargo, si bien esta política es efectiva para obligar a los demás países a sentarse en la mesa de negociación, no lo es así para aplicarlo a largo plazo, dado que los aranceles necesariamente llevan a un aumento de precio en el mercado interno, y ante una retaliación arancelaria por parte del país contrario, los consumidores buscarán otro mercado donde satisfacer su demanda, favoreciendo así a los competidores de los estadounidenses. Sin mencionar el impacto negativo en los mercados bursátiles, el incremento en la inflación y la potencial caída de las exportaciones.
En respuesta a esta problemática, Trump busca revolucionar el comercio global introduciendo una nueva retórica: el trato comercial recíproco. Sin embargo, esto no es más que una amenaza al principio de trato de Nación Más Favorecida, que ha regido el comercio mundial al menos desde 1947. Según el mismo, cualquier país miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que aplique un trato arancelario preferencial a un miembro en particular, está obligado a extender ese mismo trato a todos los miembros de la organización. Siendo la única excepción a este principio, el trato preferencial otorgado en el ámbito de un acuerdo comercial bilateral o regional.
Por lo tanto, aplicar este trato comercial recíproco que propone el trumpismo solo sería posible si Estados Unidos y sus principales socios comerciales salen de la OMC (algo poco probable), o si ese país logra firmar acuerdos de libre comercio con todos sus socios comerciales (muy poco probable también). Pero aún más, este modelo ignora que los países establecen o eliminan aranceles como parte de una política recaudatoria o estratégica (no solo por proteccionismo), por lo que aumentar el arancel a los automóviles de un país que no produce ese bien, no logrará ningún impacto en este, pues no posee industria local que se vea afectada por dicho aumento.
En resumen, estamos frente a un nuevo capítulo en la historia de la política exterior de los Estados Unidos. Por un lado, vemos amenazas de intervención para frenar la influencia ya no de Europa, sino de China, en lugares estratégicos como el canal de Panamá, muy al estilo Monroe y Corolario de Roosevelt, al igual que un deseo de expansionismo territorial para llevar el “estilo de vida norteamericano” más allá de las fronteras actuales, parecido al Destino Manifiesto del siglo XIX.
Igualmente, se hace presente una especie de política del buen vecino que busca lograr la paz sin intervenir militarmente en terceros países a costa de la sangre y el descrédito del ejercito estadounidense, mientras que a su vez se aplica una especie de fuerza mediante diplomacia blanda, que tal parecería que busca lograr objetivos ulteriores a la política comercial mediante el potente poder de los aranceles.
En fin, estamos frente a un mejunje de diversas doctrinas que han protagonizado la política exterior de los Estados Unidos durante los últimos dos siglos, o quizás estamos frente a un discurso sin mucha planificación, que se basa más en las palabras que en acciones futuras. Lo que sí es seguro es que estamos frente a la doctrina Trump.