Pilar Awad Báez: “Mi abuela-mamá me enseñó desde pequeña que el odio envenena”
Entrevista a Pilar Awad Báez, a propósito de la muerte de Angelita Trujillo. En el libro “La verdad de la sangre” cuenta quién ha sido y será para ella la hija del dictador
—¿Qué sentimientos te produjo enterarte de la muerte de Angelita Trujillo?
Debo admitir que al momento que me enteré sentí rabia e impotencia porque jamás se hizo justicia, por todo el daño que hizo en vida. Después me acordé de la prédica de la misa que le celebré a mi madre Pilar en la Catedral Primada de América en ocasión del 60 aniversario de su muerte y de mi 60 cumpleaños. El padre decía que es una dicha poder tener una larga enfermedad antes de morir, porque te da tiempo a arrepentirte de tus pecados, y de despedirte de tus seres queridos, que eso purifica. Me chocó porque siempre había pensado lo contrario. Y lo más importante, me acordé de las palabras que me decía mi abuela-mamá, Aida Perelló viuda Báez Díaz: “Mi hija, hay que perdonar y creer en la justicia divina” y ahí sentí resignación y me dije: que sea Dios quien haga justicia, ya que en la tierra no se hizo.
—¿Cómo definirías tu vida desde que supiste que eras huérfana por las razones que indicas en el libro?
Desde que tengo uso de razón supe que era huérfana y que a quien llamaba mamá, en realidad, era mi abuela. Mi abuela-mamá me decía que mi mamá y mi papá estaban en el cielo; íbamos al cementerio a llevarle flores y cuando la veía lorar le decía que por qué no le escribía cartas, y ella me respondía que no podía porque las cartas no llegaban al cielo. Me acostumbré a que esa fuera mi realidad, aunque siempre que veía a una amiguita con su papá me sentía inmensamente triste. En los cumpleaños también observaba que las mamás de mis amiguitas eran más jóvenes y me encantaba como se maquillaban los ojos.
A los 15 años, con motivo de la visita de Angelita Trujillo al país con el pretexto de bautizar un hijo en la Basílica de Higüey, aunque no había hecho ningún arreglo para el bautizo, mi abuela aprovechó para relatarme toda la verdad, puesto que su visita fue muy comentada, y los periodistas no dejaban de llamar para entrevistar a mi abuela.
Desde los 15 hasta los 18 años mi vida transcurrió de forma tranquila, adaptada a mi realidad, con el amor de los tres abuelos que me quedaban, y el de mis tíos y primos.
En general, la definiría como el vivo ejemplo de la resiliencia y de la fortaleza. Siempre he sido una persona positiva, con mucho amor por mis semejantes y vocación de servicio, a pesar de todo el daño que me hicieron a mí y a mi familia.
Esto gracias a que mi abuela-mamá me enseñó desde pequeña que el odio envenena el alma y que le hace más daño a quien lo siente que a la otra persona, y a nunca desear mal alguno a nadie, ni al peor enemigo. Me lo recalcó tanto que a pesar de haberme enterado de todo lo ocurrido a los 15 años, nunca sentí amargura. Creo que estaba como anestesiada, pues yo vine a sentir rabia ya de adulta, en el 2010, cuando por primera vez vi en pantalla la imagen de esa señora diciendo que mi madre era una buena amiga de ella, y que mi padre era muy buen amigo de su entonces esposo, y que el rumor de que ella había causado la muerte de mi mamá era una calumnia inventada por mi familia, cuando en realidad desde el mismo día que mi madre murió era vox populi que ella fue asesinada.
También afirmó que ella nunca estuvo enamorada de mi padre cuando todos los testimonios que tengo y que publiqué en el libro “La verdad de la sangre” demuestran lo contrario.
—¿Escribir te liberó un poco o bastante?
Me liberó bastante, pues como hija única, sentía que era un deber moral contar la historia, dejar los resultados de mi investigación sobre la muerte de mis padres plasmados para la posteridad.
—¿Te has sentido comprendida y apoyada, después de saber que Angelita negó siempre que fuera culpable de esas muertes?
Desde luego, me he sentido comprendida y apoyada por mi familia, amigos y muchas otras personas que saben de lo que el tirano, su esposa e hijos eran capaces de hacer. Sus aberraciones, crímenes, crueldad y su hipocresía. Que iban a dar el pésame a los familiares de la persona fallecida, y enviaban coronas de flores cuando ellos mismos habían dispuesto su muerte.
Todos los testimonios fidedignos del círculo cercano de mis padres e investigaciones realizadas indican que ambos fueron asesinados.
También el fallecido escritor y periodista Lipe Collado, en su libro “Eran una sola sombra larga”, después de haber entrevistado a varios testigos de primera mano, y de haber hecho un estudio riguroso de los hechos, igual concluye que mis padres fueron asesinados por la tiranía trujillista, por intrigas y enamoramiento de la hija del tirano.
Para quienes todavía no conocen su historia, mi madre Pilar murió el mismo día de mi nacimiento. Una enfermera se desapareció de la clínica donde nací, le aplicó un medicamento para que se desangrara. La enfermera jamás apareció, aparentemente la sacaron del país. Según le informaron a mi abuela materna, se la llevaron a Nueva York. Al poco tiempo de la muerte de mi madre, comenzó el acoso a mi padre por parte de la hija del dictador, quien en ese momento estaba casada con el coronel Luis José León Estévez. Según testimonios corroborados por distintas fuentes de entero crédito, León Estévez fue a quejarse con Trujillo sobre el comportamiento de su hija, y Trujillo le contesto: “Y usted no es un hombre, pues resuelva”. Al poco tiempo, mi padre fue enviado a San Juan de la Maguana, a una misión que no le correspondía, en un carro que no era el suyo. Al llegar a la Fortaleza le acompañaron dos militares, y sólo su cadáver regresó a la capital. Fingieron un accidente automovilístico.
Lo tuvieron que enterrar mucho antes de la hora pautada pues ya su cadáver hedía por la cantidad de horas que habían transcurrido, ya que fue asesinado antes de la hora que aparecía en la crónica de los periódicos. Como el Sr. Collado observó, se notaba que la crónica fue preparada antes de su muerte. A mi madre le arrebataron su vida en febrero y a mi padre, en noviembre. Tan solo transcurrieron nueve meses.
Es tal el peso de los indicios, evidencias o huellas que contiene “La verdad de la sangre”, que refutar sus conclusiones no resultará tarea fácil a menos que se disponga de nuevas fuentes verosímiles que permitan sostener un punto de vista contrario al que defienden Pilar Awad y Eva Álvarez. Se podrá o no disentir de las conclusiones y planteamientos que ambas autoras someten al escrutinio de los lectores, pero no cabe duda de que se trata de un novedoso aporte que viene enriquecer la bibliografía dominicana sobre aspectos intrahistóricos, de las postrimerías de la tiranía trujillista.
—¿Qué le dirías a las nuevas generaciones de dominicanos?
Les diría que lean nuestra historia, pues un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Que estudien para que sepan lo mucho que sufrieron tantas personas, mayores y jóvenes, muchos sacrificando sus vidas y las de su familia para obtener la libertad de la que hoy gozamos.
Que no se dejen engañar por los falsos profetas que aparecen diciendo lo que el pueblo quiere oír,que nuestra democracia, aún con todos los fallos que tenga, es mejor que cualquier dictadura.
Investigación de dos muertes en la Era de Trujillo
En su libro, publicado en 2017, asegura que sus indagaciones arrojaron conclusiones diferentes a las que sostienen Awad y Álvarez.
El historiador Frank Moya Pons se acoge a su versión, consignada en la contraportada de la publicación: “Con este novedoso libro Naya Despradel abre una nueva rama en la historiografía dominicana: la historia forense. Luego de una intensa investigación en la que no dejó ningún testigo sin entrevistar ni ninguna fuente pertinente sin consultar, Despradel remueve el velo que ocultaba las causas reales de la muerte de dos jóvenes esposos al final de la Era de Trujillo. Sus hallazgos y sus conclusiones borran definitivamente las leyendas que fueron construidas para asignar a esas muertes una motivación política que no tuvieron. Esta obra es un modelo de pesquisa que sólo encontramos en el ejercicio honrado de algunos detectives profesionales. El que la lea con imparcialidad y sin intenciones ulteriores tendrá que reconocer que la autora hace justicia a todas las partes envueltas, independientemente del papel que jugaron en la sociedad dominicana de entonces.”