Trujillo se encaprichó en “blanquear” la raza, antes de la matanza de 1937
Los primeros nueve meses de 1937 el gobierno hizo grandes esfuerzos para promover la inmigración de blancos y sacar a los haitianos del país “de forma pacífica”
En este 2023 se cumplen 86 años de la matanza de haitianos de 1937, ocurrida en los primeros años de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, con la que habría intentado contener la inmigración ilegal y erradicar los alegados robos que cometían los extranjeros en la franja fronteriza.
Sin embargo, Trujillo también habría tenido el interés de “blanquear” la raza, eliminando del escenario a originarios de Haití.
En el libro Trujillo y Haití volumen II, el historiador Bernardo Vega recuerda que la idea de promover la inmigración de blancos fue un común denominador entre los principales pensadores dominicanos en la segunda mitad del siglo XIX y los primeros 30 años del XX.
En 1931, el dictador siguió con los planes del presidente Horacio Vásquez de establecer colonias fronterizas y no hacía caso de las quejas por los maltratos que recibían los braceros haitianos en el territorio dominicano.
Incluso el Congreso trujillista aprobó la Ley de Migración, que de haberse aplicado hubiera obligado a la dominicanización del corte de la caña. No obstante, el gobernante fue presionado por la Legación norteamericana y los dueños de los ingenios y flexibilizó la aplicación de la legislación.
En el 1932 Trujillo deportó a varios miles de haitianos, pero estos no eran braceros al servicio de los ingenios. Con esta medida pretendía reducir la presencia de extranjeros ilegales en el país.
Poco después, en 1933, Trujillo se opuso a que por primera vez se hiciera un convenio de gobierno a gobierno para reglamentar el tráfico de braceros y dejó que se siguieran haciendo acuerdos entre los dueños de ingenios y la administración haitiana para la importación de la mano de obra.
Además, en 1934, el Congreso aprobó una ley que estimulaba la inmigración de campesinos blancos, que serían ubicados en la frontera, pero pocas personas respondieron al llamado, mientras aumentaban los haitianos residentes en el país.
En 1936, el régimen también hizo esfuerzos por atraer inmigrantes puertorriqueños y judíos, pero debido a las presiones de los propietarios de los ingenios, Trujillo siguió flexibilizando la ley de dominicanización del corte de la caña.
Antes de la tragedia, en los primeros nueve meses de 1937 el gobierno hizo grandes esfuerzos para promover la inmigración de blancos y sacar a los haitianos del país “en forma pacífica”.
La prueba del perejil
Existen testimonios que dan cuenta de que la matanza se inició el 28 de septiembre al sur de Dajabón y se intensificó y extendió a partir del 2 de octubre. Fundamentalmente el genocidio se produjo en la zona norte y afectó en la frontera y la Línea Noroeste, el Cibao (incluyendo La Vega y Bonao), Puerto Plata y algunos lugares del Este, como Samaná.
La masacre fue ejecutada por militares, acción a la que no se unió la población civil, que tampoco habría participado en el saqueo de los bienes dejados por las víctimas y sus coterráneos huidos para salvarse.
En muchos de los lugares, antes de apresarlos, se les pedía a los haitianos que pronunciaran la palabra perejil, lo cual es narrado por Freddy Prestol Castillo en su conocida novela El masacre se pasa a pie.
En su obra De la matanza de los haitianos a la sentencia 168-13, el periodista Juan Manuel García, dice que Polín Thomas le contó: “La matanza de haitiano a puro cuchillo fue los días 2, 3 y 4 de octubre, pero después mataron a escopeta”. Sin embargo, a partir del 8 de octubre se intensificó con el uso de ametralladora. El testigo recordó que todavía en el 1938 seguía el exterminio.
La mayor parte de las muertes se produjeron a machetazos, cuchilladas y palos. No obstante, existen testimonios de que además muchos haitianos fueron ahogados en el mar y de que la sangre corría a ambos lados de la frontera domínico-haitiana.
Se cuenta que la oficialidad militar despojó de todas sus posesiones a los haitianos asesinados y a los que huían, y que principalmente se apropió de ganado y gourdes, y que las casas y otras propiedades de haitianos pasaron a manos de los militares.
Igualmente, se sabe que braceros al servicio de los ingenios no fueron afectados, aunque muchos haitianos de las zonas aledañas sí fueron sacrificados.
Luego de ocurrido el exterminio, la frontera quedó prácticamente deshabitada, pues no solo los haitianos desaparecieron de la zona, sino también los dominicanos, por lo que el régimen tuvo que encargarse de recoger cosechas y salvaguardar el ganado.
En su mencionada obra, García publicó que Diego Blanco Izquierdo, maestro de escuela de la frontera, le dijo que de 105 alumnos solo quedaron 40, pues 65 menores haitianos habían sido degollados.
Sin embargo, de acuerdo a lo expresado por Virgilio Álvarez Pina, antiguo colaborador del dictador, en su libro Era de Trujillo, narraciones de don Cucho, el tirano no terminó de pagar la indemnización.