Desbrozar la trocha
Leonor de Ovando, Josefa Perdomo, Salomé Ureña: sus voces junto a tantas voces acalladas, pluma en mano, han desbrozado la trocha que hoy recorremos muchas

La semana pasada conmemoramos el centésimo vigésimo octavo aniversario del fallecimiento de Salomé Ureña. Permítanme aprovechar la oportunidad, además de para usar ese precioso ordinal, para reconocer a una mujer extraordinaria, a unas mujeres extraordinarias.
Nunca está de más. Honrar a nuestras mujeres, honrar a Salomé Ureña, divulgar sus acciones, sus obras, su legado, es sin duda una mirada al pasado, pero, es, por encima de todo, abrir caminos hacia el futuro.
Es ofrecer a las mujeres que serán, a las niñas que son hoy, referentes de lo que hemos sido, de lo que somos y de lo que ellas pueden llegar a ser.
Es desbrozarles la trocha, todavía muy tupida de malezas machistas, para que tomen el testigo de la igualdad.
Escuchar un país
Puesto que la Escuela Normal, fundada y dirigida por Eugenio María de Hostos, no admitía mujeres, Salomé Ureña se empeñó en crear en 1881 el Instituto de Señoritas, con el mismo plan de estudios y probablemente con un entusiasmo irrenunciable.
Formar a las maestras para que ellas, a su vez, multipliquen el saber formando a las niñas. Cuenta Pedro Henríquez Ureña que la primera investidura de maestras, en 1887, fue un acontecimiento resonante.
En ella leyó Salomé su poema «Mi ofrenda a la patria», esa patria que era para ella patria de alma, de trabajo y de futuro.
«La mujer encierra […] / los veneros inmensos de la tierra, / el germen de lo grande y de lo bueno. […] / Hágase luz en la tiniebla oscura, / que al femenil espíritu rodea, / y en sus alas de amor irá segura / del porvenir la salvadora idea».
Seis maestras que llevaron en sus alas la idea salvadora; seis maestras que cambiaron la República Dominicana.
Tenía Salomé cuatro añitos cuando Josefa Perdomo se convirtió en la primera mujer en publicar un poema en la prensa dominicana. José Joaquín Pérez escribió el prólogo al libro que recopila sus poemas y que vio la luz en 1885.
En él esboza con fina ironía cuáles eran las condiciones de la educación de las mujeres: «¡Cuándo iba a enseñársele nada que la hiciera superior al hombre!
El catecismo del padre Ripalda, cantando en coro y en presencia de una vieja chocha e ignorante, la mala costura y el deletreo mecánico: he aquí a cuanto se limitaba la instrucción de las infelices niñas en aquellos tiempos benditos.
¡Escribir!… nada de eso, ¡qué sacrilegio!». Josefa Perdomo ya andaba desbrozánle la trocha a Salomé.
Muchos años antes, en las últimas décadas del siglo XVI, otra mujer dominicana, Leonor de Ovando, fue la primera que con la pluma a modo de machete abrió camino para las que vinimos después y, sobre todo, para las que vendrán en el futuro.
Nos advertía mi admirado Mariano Lebrón Saviñón que «sor Leonor de Ovando es más que un nombre, más que un recuerdo […] No podemos más que experimentar un ligero temblor emocional cuando a través de los siglos oímos la voz pura de la primera cantora de América».
Leonor, Josefa, Salomé, sus voces junto a tantas voces acalladas, pluma en mano, han desbrozado la trocha que hoy recorremos muchas. A nosotras, a nosotros, nos toca empuñar esos machetes que la vida ha puesto a nuestro alcance y seguir desbrozando la trocha para las que vendrán, para los que vendrán.