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Un nombre acariciador

La Virgen de la Altagracia y el arte de nombrar con devoción

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Un nombre acariciador
El lenguaje rinde homenaje a la Virgen de la Altagracia. (FUENTE EXTERNA)

El calendario ha querido que esta Eñe coincida con la festividad que hoy dedica la República Dominicana a la Virgen de la Altagracia, considerada la «madre protectora y espiritual del pueblo dominicano».

Tradiciones, que, con independencia de nuestras creencias, nos acompañan desde siempre y forman parte de nuestra cultura, también de nuestra cultura lingüística. Mis lectores me conocen bien y saben que acabaré llevándome el tema a mi terreno, que no es otro que el de las palabras.

La Ortografía de la lengua española, que poco tiene que ver con una u otra religión, establece que los nombres propios con los que se designa a los dioses, a los profetas, a los santos o a otros seres vinculados a las religiones, se escriben siempre con mayúscula inicial.

Para la ortografía lo mismo da que sea el Buda de la Luz Ilimitada o Atenea, Osiris o Quetzalcóatl, Alá o Jesucristo. Todos estos nombres propios siguen la misma regla.

También respetan la regla ortográfica de la mayúscula inicial los apelativos con los que nos referimos a estas personas sagradas por antonomasia, es decir, aquellos que elegimos para nombrarlas porque por tradición se considera que es entre todas las de su clase, la más importante, conocida o característica.

Es el caso de los apelativos el Salvador, el Innombrable, el Señor, y también el de la Virgen o Nuestra Señora.

Además, en el santoral católico, el Cristo y la Virgen tienen sus propias advocaciones, y estas también se escriben con inicial mayúscula en sus palabras más importantes.

¿Y qué son las advocaciones? Más nombres, más palabras para referirnos a ellos añadiendo determinado detalle relacionado con sus atributos, con acciones destadadas o con sus características distintivas, como el lugar de su aparición.

Y es así que, entre las innumerables advocaciones marianas, me acuerdo hoy de aquellas que me resuenan especialmente por su belleza: la Virgen del Rocío, la Virgen de la Antigua, la Virgen de la Caridad del Cobre, la Virgen de Chiquinquirá, y, por supuesto, la Virgen de la Altagracia, cuyo nombre compite en mis preferencias, y ustedes lo entenderán, con el de la Virgen de los Buenos Libros.

Los dominicanos, en lo de referirse a la Virgen de la Altagracia, van un paso más allá. No les basta el nombre o la advocación. Sienten su cercanía familiar y, como hacemos cuando de familia o de amigos se trata, le cambian el nombre propio por el hipocorístico, que también se escribe con mayúcula inicial.

El Diccionario de la lengua española nos recuerda que la palabra hipocorístico tiene su origen en el griego hypokoristikós, que significa ‘acariciador’. ¡Qué hermoso origen para esa abreviatura o adaptación cariñosa, acariciadora, de un nombre propio! Y los dominicanos acarician a la Virgen de la Altagracia llamándola Tatica.

Y una última mayúscula hoy, en honor a Nuestra Señora de la Altagracia. Si hoy están al pie de su imponente basílica, tengan presente que se encuentran en Salvaleón de Higüey, capital de la provincia La Altagracia, y aquí sí, el artículo se escribe con mayúscula porque forma parte del nombre propio de la provincia que, un año más, se convierte en el centro de la devoción mariana dominicana.

TEMAS -

María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.