La abuela nostálgica
Nadie esperaba que una mujer tan robusta y enérgica de repente dejara de hablar
La abuela se enfermó de nostalgia, nadie esperaba que una mujer tan robusta y enérgica de repente dejara de hablar. Su mirada se puso vaga y, decían los vecinos, se había refugiado en el pasado. Una neblina extraña la había cubierto por completo, separado del mundo que la rodeaba.
Sus hijos, pues ya hacía mucho tiempo que había quedado viuda, aquello que habían tomado con ligereza fue convirtiéndose para los tres en una verdadera preocupación. El silencio era demasiado doloroso y mucho más su abandono.
Todos hablaban del cambio. Fue una mañana que, de sorpresa, aquella mujer tan vital que amanecía regando las flores del jardín y luego entraba a su cocina a preparar su comida y la de quien tuviera de invitado, generalmente nietos que la visitaban, esa mañana ni se despertó temprano ni salió al jardín.
Adela, la señora que llevaba mas de treinta años en su casa, preocupada fue a buscarla a la habitación y la encontró con los ojos muy abiertos en su cama. Cuando le habló sintió la mirada de una extraña y tuvo miedo, la abuela no pronunció palabra y se quedó tranquila. Rápidamente la mujer que por tantos años ya casi era familia llamó a uno de sus hijos y le informó. Él le pidió que la pusiera al teléfono, pero la mamá no hizo el menor esfuerzo.
Lo demás es historia, pasaron los médicos con todo tipo de diagnósticos, recetas y medicinas; recursos no faltaron, pero la anciana no reaccionaba y se mantenía en silencio, algunas veces apenas esbozando una melancólica sonrisa.
Tenía una rutina, mañanas tranquilas, su mecedora en el jardín, donde rodeada de sus flores más queridas transcurría casi todo el día; apenas tenía apetito, pero a base de sus platos favoritos se alimentaba un poco.
Casi nadie la visitaba pues era incómodo estar frente a un ser humano que solo tenía una mirada y un silencio lacerante. Cada día se apagaba la luz que la iluminaba, hasta que uno de sus nietos creó una estrategia para la abuela: sumó los integrantes de la familia y a cada uno les asignó un tiempo de visita. El plan era muy sencillo: visitarían a la abuela y, con o sin respuesta, le hablarían de sus vidas sin esperar reacción. "Vamos a inundarla de amor", les dijo a todos, "el amor todo lo puede y si la abuela decide pasar sus últimos días en silencio, que sea un silencio donde nos sienta a todos y el calor de nuestro cariño".
Cada uno de sus familiares asistía a dar el amor que cada uno podía dar. Una nieta le cantaba canciones, otro nieto le leía los libros favoritos de la abuela, la más parlanchina le contaba de sus amores y todos la abrazaban para que sintiera en cada uno de esos abrazos la emoción y el agradecimiento de familia comprometida.
Una mañana, tal como pasó cuando entró en el mutismo, la abuela se despertó con otra mirada. Cuando Adela entró a su habitación como todas las mañanas a llevar el té, la encontró con sus tijeras de podar en las manos.
-Buenos días Adela -dijo la abuela, como en los buenos tiempos.
-Buenos días mi doña -con gran emoción le contestó su asistente.
-Ayúdame con esas ramitas secas, tráeme la canasta que ese jardín necesita de mucho cariño.
Adela no dijo nada, sólo sentía que su corazón rebosaba de alegría y, sin poder evitarlo, se puso a llorar.