Una “experiencia” gastronómica
Con los años ha cambiado el concepto de restaurante: la gente va a un restaurante a comer, pero ahora te ofrecen una “experiencia gastronómica”, que muchas veces potencia o enmascara la calidad de la comida
Un grupo de amigos nos reunimos una vez al mes para hacer un resumen pormenorizado de vidas ajenas y situaciones que no nos incumben. Hay gente que le llama chisme, nosotros le llamamos “ponernos al día” y generalmente lo hacemos en un restaurante de la ciudad.
Realmente la excusa es reunirnos y pasarnos un par de horas desbaratando y recomponiendo el país desde diversas perspectivas. Tardamos una semana en ponernos de acuerdo con el día y la hora y otra semana para seleccionar el lugar del “junte”, porque claro, el chisme se tolera mejor con comida de por medio por lo que casi siempre seleccionamos un lugar previamente recomendado o que quisiéramos conocer.
Este “team almuerzo” es boca standard. De entrada, no tenemos preferencia por ninguna cocina, pero nos gusta comer. En nuestra última juntadera quedamos en encontrarnos en un restaurante de reciente apertura. El lugar había hecho una gran inversión en redes sociales con fotos espectaculares del ambiente y los platos que todos queríamos probar.
Fuimos hasta el lugar con altísimas expectativas, muertos del hambre y con un menú de temas para debatir. Fui la última en llegar y nada más acercarme a la mesa, noté un ambiente tenso. No me dieron tiempo de saludar y acomodarme cuando me advirtieron de pedir un cocktail de esos raros que me gustan. Que me limitara a agua o refresco y que cuando viera la carta del restaurante entendería.
Debí haber esperado que llegara mi agua con gas para leer la selección, porque los precios se me atragantaron. El plato más barato era una pasta vegetariana que sobrepasaba los mil pesos. A partir de ahí, había creaciones con “hilos de oro”, caviar ruso, carnes por onzas y mariscos de otros continentes. Y con todo, nada llamaba la atención, solo los precios.
Poco convencidos (y sin una gota de alcohol en el cuerpo), pedimos cuatro platos al centro para compartir. Entre ellos, tres platos fuertes para cuatro personas. Cuando el camarero nos sirvió, la cantidad de comida que tocaba para cada uno no llenaba un bebé de meses, pero lo peor, si era posible, fue que el sabor de la comida, incluso su presentación, eran francamente mediocres.
Con muchísima hambre y completamente lúcidos, conversamos sobre cómo ha cambiado el concepto de restaurante con los años. La gente va a un restaurante a comer, pero ahora te ofrecen una “experiencia gastronómica”, que muchas veces potencia o enmascara la calidad de la comida, que se supone debe ser la razón del asunto.
Y esa experiencia, presentada con vajilla espectacular, lámparas carísimas, platos que “vuelan” y sal común que chorrea por un codo, tiende a encarecer al infinito un simple plato de pasta, que fue lo que recibimos esa noche. Pero sale bien en fotos y “frontea” en redes sociales, que es lo que parece importar a muchos y son la razón de que estos restaurantes sobrevivan, al menos por un par de meses.
No me malentiendan: la experiencia se agradece, pero siempre y cuando aporte a la comida. La gente común tiende a volver a un restaurante por el sabor de sus platos, no por la decoración.
Para no cansarles el cuento, pagamos una cuenta de más de seis mil pesos sin haber comido, ni bebido, ni chismeado. La única decisión importante que se tomó esa noche era la ruta más rápida para llegar a Joaquín Pierna para cenar como Dios manda.
Y así, sentados a pierna suelta en sillas plásticas, sin vajilla y a pico de botella, tuvimos la mejor experiencia gastronómica de la noche y finalizamos el conversao que teníamos pendiente. Es que la gente es feliz y repite mil veces donde se siente bien, come mucho y come bueno. Si quieren lo debatimos.