¡Todos somos Rafa!
Esta es la historia de Rafa, el frutero más puntual que un reloj suizo.
Rafa es un pequeño emprendedor dominicano. Trabaja desde que sale el sol vendiendo frutas, tostadas y jugos en una esquina de Santo Domingo. Es afable, buena gente y da muy buen servicio. Sus frutas, escogidas por él mismo en el mercado, siempre están en su punto. En los más de cuatro años que tengo pasando por su esquina, solo le he visto faltar un par de veces. Ni siquiera en pandemia dejó de vender sus productos, levantando honradamente el moro de todos los días.
Llegó a esa esquina por casualidad. Él inició trabajando hace más de una década en un banco cercano como agente de seguridad externo. Al cabo de dos semanas en su trabajo de “guachimán”, había perdido cinco libras, estaba cenizo del sol y más que convencido que esa no podía ser su vida. Pero parado en su puesto, mirando a la gente pasar, se dio cuenta de que podía emprender un negocio para ayudar a su familia y resolver una necesidad. Y así comienza la historia de Rafa, el frutero más puntual que un reloj suizo.
Por eso el otro día, cuando no lo vi, pregunté si pasaba algo. Un guachi de la zona me contestó muy apenado que un contingente de guardias, similar a los que fueron a buscar a Osama Bin Laden, se tiró en la esquina para incautarle todos sus productos, incluso su pequeña guagua platanera que había cambiado hacía poco.
¿Cuál era el crimen de Rafa que merecía tal aparataje? Pues, por lo que averiguamos, su gran pecado era no tener el permiso de vendedor ambulante que otorga la alcaldía. No hubo advertencias, no hubo anuncios, solo incautación inmediata. Delante de sus clientes y de todo el que estaba pasando, Rafa fue tratado como un delincuente de alta peligrosidad
Todos sabemos que la fruta “incautada” no está en ningún almacén. Seguramente fue la merienda gratis del mismo contingente que “cumpliendo órdenes superiores”, se tiró donde Rafa y otros vendedores ese día.
¿Saben qué es lo más triste? Que Rafa fue esa misma tarde a la Alcaldía, dispuesto a ponerse a cuentas con la autoridad, a pagar incluso cualquier penalidad que le pusieran para que le permitieran reabrir su venta, y le contestaron que no había permisos disponibles, que volviera otro día.
Rafa ahora vende en la clandestinidad, asustado, pendiente de que en cualquier momento vuelven por él y por muchos otros que no tienen espacio en la economía formal, pero que trabajan como pocos para levantar su familia. Quizás no llenan planillas de impuestos en la DGII, ni forman parte de carísimos consejos, ni son recibidos en comisión en Palacio, pero posiblemente tienen mucho más méritos que los anteriores. Y no es verdad que no pagan impuestos, pagan muchos, solo que esos números no se ven tan bonitos en una nota de prensa.
Como dominicana y ciudadana me indigna ver cómo toda la fuerza de la Ley cae contra los más pequeños. Estos, indefensos ante el poder, no reciben subsidios, ni disfrutan de regímenes arancelarios especiales, ni se les da prórrogas sobre prórrogas para que se pongan al día con sus obligaciones.
¿Que Rafa y los otros vendedores deben legalizarse y sacar sus permisos? De acuerdo. ¿Que la alcaldía y Salud Pública deben aprovechar y hacer un operativo para además certificarlos en higiene y como manipuladores de alimentos? También. Eso es lo que deberían estar haciendo a nivel nacional, no incautándoles sus productos, ni llevándoles sus ventas, esgrimiendo la falta de unos permisos que hace mucho que no se dan. Esta gente trabaja de sol a sol, no vive de botellas ni de bonos, quizás por eso no sean tan fácilmente manipulables y caen mal.
Ojalá este escrito sirva para motivar a la autoridad a ejercer un rol más allá de la fiscalización. Los vendedores ambulantes no van a desaparecer por más operativos que monten. Siempre habrá más Rafas. En este estado de cosas, facilitemos cuando alguien desea emprender y hacerlo por sus propios medios.
Para mí y todos sus clientes, Rafa es un ejemplo de trabajo y honradez. Cuando se marcha en la tarde, lleva a un contenedor cercano las botellas reciclables y recoge hasta la última semilla de fruta que pudo haber caído al piso. Y vuelve al día siguiente, antes que el sol despunte, a preparar su venta y esperar sus clientes.
Ojalá pueda resolverse este problema y que, en lugar de perseguirlos, celebremos el emprendimiento y responsabilidad de miles de hombres y mujeres que no hacen lo mal hecho, aunque parece que siempre están en falta.