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Infame bochorno e inefable virtud de envejecer

La senescencia como una etapa de gracia y renovación

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Infame bochorno e inefable virtud de envejecer
Superando los desafíos del envejecimiento con humor y sabiduría. (FUENTE EXTERNA)

Todos los ´pasado meridiano´ a los que la predeterminación o la casualidad ha  extendido la ola de nuestra vida más allá de los sesenta, de alguna forma somos víctimas del progresivo desarreglo de nuestro cuerpo, manifestado  en dolamas,  lentitud, virilidad y sentidos físicos mitigados, pérdida de facultades mentales, lozanía y atractivo-

Algunos tomamos este aún insalvable sendero de “sobre-maduración” biológica con naturalidad, imbuidos de la adquirida filosofía de sabernos que tuvimos nuestros días de lucimiento  y  regocijos, con muchas dichas, acompañadas de las inevitables amarguras (¡Qué remedio más nos queda!); otros se resisten a abrirle la puerta a las nuevas edades, esforzándose por –no sólo lucir, sino también actuar- como jovencitos, sin darse cuenta a tiempo que el llamado perentorio del añejamiento corporal entrará de todas maneras por debajo de la puerta..

Mucho se ha escrito a lo largo de la historia conocida sobre envejecer: Ponerse viejo es un molesto fastidio, pero es también un discreto encanto, además de  hazaña; una conquista sobre la aún inmutable ley de la vida, consuelo ante los irreverentes que se burlan de la manera en que nos producimos en  nuestra senectud al poderles responder: “Si puedes llegar, y ojalá que  así sea, comprenderás la dicha de tener  mi edad”.

Pero hay buenas noticias sobre la senescencia: Ya está identificada la enzima responsable del envejecimiento de la piel y órganos,  la telomerasa transcriptasa inversa (TER) que al aplicarla, alarga las puntas de las células encargadas de crear proteínas y regenerar nuevas células,  prolongando la juventud, y retrasando el envejecimiento por décadas.

En lo que se materializan estos progresos para controlar y/o ralentizar el envejecimiento humano, de los que se beneficiarán –no nosotros, los ´passé´,  pero sí probablemente nuestros nietos, conformémonos con disfrutar de una serie de ventajas y beneficios que, en serio y en broma, ya poseemos los humanos portadores del dudosamente honorable título de “los más encumbrados vivientes cronológicos” (ni viejetes ni viejos verdes, por favor). Aprovechando las aportaciones de L. Birnbach, Ann Hodgman, P. Marx y David Owen, así como las propias, acompañadas de las de  mis añejos contertulios de infancia,  consideremos pues que:

  • Todavía se puede calcular nuestra edad sin necesidad de usar isótopos de carbono.
  • Un poco de sexo se extiende mucho –a veces muchísimo- tiempo.
  • Ya nadie espera que carguemos nuestro equipaje en los viajes.
  • Cada nuevo año es como un bono.
  • Todavía podemos identificar como a la mitad de las personas en el Álbum familiar  de fotos.
  • Levantar los brazos, con una bebida en mano, se nos computa como ejercicio.
  • Siempre conseguimos asiento en el autobús o en el Metro.
  • El sexo sin protección con nuestros contemporáneos es totalmente seguro.
  • En un barco que se hunde o un avión que aterriza forzosamente seremos los primeros en ser  evacuados
  • Más y más de las personas que no nos son simpáticas se habrán ido (+++).
  • Ya no tendremos jefe (Bueno… depende de la pareja)
  • Ya no padeceremos enfermedades sexualmente transmisibles.
  • Tampoco tendremos rebeliones no autorizadas de nuestro miembro viril o nuestras zonas erógenas.
  • No tendremos que dar una mano para ayudar a cargar algo pesadito.
  • No importará si no  traemos la ropa apropiada para cada ocasión.
  • No tenemos que caminar largos trechos en los aeropuertos.
  • Los jueces tenderán a ser más benignos con nosotros.
  • Sus nietos estarán asombrados de saber que  vivió en el siglo XX.
  • Nadie se molesta si tomamos una inesperada siesta…dondequiera.
  • Tenemos el privilegio de ser insolentes y quisquillosos, sin castigo.
  • Nos ponemos orondos cuando tomamos el comentario “Es un hombre/mujer interesante”, como  un piropo o cumplido.
  • Las y los cincuentones nos lucen más atractivos.
  • Su cerebro ya no es su segundo órgano favorito, sino el primero.
  • Nos enteramos de que llegamos a la vejez cuando, a los hombres no nos llaman más: sexy, atractivo, buenmozo, ´bueno´(en el sentido menos noble),  sino: sólido, juicioso, eminente, respetable, serio, virtuoso, veterano, presidenciable, experimentado,  mesurado… y, cuando como mujeres no nos dicen: bonita, linda, preciosa, cromo, postalita viga, buenona (no de sentimientos)  sino: escultórica, atractiva, elegante, serena, gran dama, majestuosa, activa, interesante, bien conservada, vigorosa.
  • Ganamos respeto instantáneo de los más jóvenes al hacernos cargo de la cuenta  que nos trae el mesero.
  • En la mayoría de las situaciones nos usan como mediadores, morigeradores, pacificadores o  jueces.
  • Es más fácil ya limpiar sus dientes…solo sáquelos de la boca y póngalos bajo alguna luz.

Y llegados a cierta edad,

  • Alguien más nos cortará las carnes y partes duras de la comida.
  • Ya nunca más estaremos solos  en un cuarto de baño.
  • La gente nos recogerá las cosas que dejemos caer.
  • Tendremos disponibles muchas servilletas de papel en la casa y sobre nuestras personas.
  • Nos obsequiarán pañales.
  • Si sobrevivimos por mucho tiempo, seremos reverenciados, como un edificio histórico, o un singular monumento viviente.

A envejecer pues, con decoro, gracia y dignidad, aceptando con sabiduría los dones y contratiempos propios de nuestras edades y las ventajas y beneficios que estas nos brindan. Y para prolongar estas consabidas gracias, evitemos las temibles tres K, que los gerontólogos nos advierten son la némesis de los años mayores: Kaída, Katarro…Kagadera.

Feliz senescencia.

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