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Mario Benedetti, exilio y canción

“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas de pronto cambiaron todas las preguntas”. MB

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Ahí está aún. Impertérrito. Indomable. Casi desnudo porque el vestido que lo cubría se desprendió hace largos días. Cuarenta y un años entre mis pertenencias y sigue ahí, albo y arrollador. Como si el tiempo no le tuviese ganas. Como si viviese allí, entre los anaqueles, junto a más de dos decenas de sus hermanos, para siempre. Inventario fue júbilo y clamor, vehemencia y arrojo. Ya era poeta desde que iniciaron los años cincuenta, aunque el cuento fue su primera ocupación literaria en los finales de los cuarenta. Inventario fue la explosión. Ahí estaba –sigue estando- la suma poética de sus roturas, provocaciones y resplandores. Marcando impronta. (“Te dejo con tu vida/ tu trabajo/ tu gente/ con tus puestas de sol/ y tus amaneceres/ sembrando tu confianza/ te dejo junto al mundo/ derrotando imposibles/ segura sin seguro/ te dejo frente al mar/ descifrándote a solas/ sin mi pregunta a ciegas/ sin mi respuesta rota...”)

Era el Mario Benedetti que conoceríamos desde entonces y por toda la vida. Libro tras libro, cuento sobre ensayo, crítica sobre teatro, poesía sobre novela. No hubo tregua porque cuando La tregua –que venía del sesenta- se conoció en los ochenta, el uruguayo tenía ya marca de fábrica y nadie lo sustrajo nunca de su estilo, de sus despistes y franquezas. Era un buzón de tiempo y su tiempo era señuelo de osadías, desvelos y utopías. Ahí quedaba su nombre, su firma y sus señales. Montevideanos, su primer libro de cuentos, lo conoceríamos más tarde, pero tan pronto como se pudo darle alcance. Ahí estaban sus primeros relatos, sus primeros doce años como narrador, de 1949 a 1961, y para los que lo tenemos fichado, aparecía allí su primer cuento de fútbol, bien tempranito (1954), moviendo el esqueleto cuando el golerito no pudo ni pellizcar el balón y quedó en la cancha despatarrado.

Alguien dijo de él que era un “viajero vocacional”. Se montaba siempre en el avión que iba hacia todas partes. Estocolmo, Copenhague, París, Barcelona, México. Si fue mensajero, empleado público, vendedor de repuestos de autos, dependiente de tienda, en París encontró empleo para uno de sus oficios: taquígrafo en UNESCO, de donde pasaría años después a sustituir a Mario Vargas Llosa como reportero de la Radio Televisión Francesa, y a Julio Cortázar como locutor. Pero, el “viajero vocacional” de pronto se vio sumergido en las mudanzas imprevistas: las que provocaba el exilio que marcó su vida. Tuvo que salir de Uruguay porque ya andaba metido en política y había comenzado la etapa de los barbarotes. Los militares gobernantes arrasaban vidas y pertenencias, y entre esas pertenencias, la peor: la de no poder vivir en tu propio suelo. Los exilios se multiplicaron para Benedetti: en Buenos Aires, bien cerquita de sus coterráneos, pero de la cual se vio obligado a partir cuando la furia llegó también a esa Argentina doliente donde, a diario, aparecían 10, 20 o 30 cadáveres en los basurales. Hace vuelo a Perú, Palma de Mallorca, Madrid. Y, antes, y sobre todo, Cuba. Extraña que Mario nunca buscase refugio en Italia, siendo hijo de padres italianos de Umbría en cuya tierra montaraz, boscosa y rural, pudo haber encontrado el poeta sosiego al asma que, como al Che, le acosó toda la vida. Se fue a Cuba y esa es la historia.

Había estado en La Habana, se iría y volvería. En ocasiones, para asistir a encuentros, quedarse un buen rato o para ser jurado de Casa de las Américas. Cuando en Perú se pusieron agrias las cosas y la policía le hacía la vida incierta, le bastó llamar a su amiga Haydée Santamaría para que le buscara cupo en Cuba. La directora de la Casa le encomendó fundar el Centro de Investigaciones Literarias (CIL) y por allí se quedó cuatro años en esa tarea. Tenía asignada una bonita casa en pleno centro habanero, hasta que Haydée, que no quería que los intelectuales de prestigio que se habían establecido allí viniendo desde otras tierras tuviesen privilegios, le pidió un día amablemente que se fuese a vivir a Alamar, en La Habana del Este. Mario aceptó gustoso, aunque debía vivir entre obreros, no tenía culturosos con quienes relacionarse, y tardaba dos horas de ida y otras dos de vuelta cada día para llegar a su puesto de trabajo, tomando tres autobuses “de frecuencias surrealistas”, como anotará uno de sus biógrafos. Pero, Cuba le daba todo y Haydée brindaba al escritor un tratamiento exquisito. Fueron tiempos tristes para Benedetti, pues todas las noticias que le llegaban eran de espanto. La dictadura militar en Uruguay golpeaba de forma constante y trágica. Todo estaba prohibido en su patria: las minifaldas, los sindicatos, el pelo largo, los partidos políticos, las frases de Artigas, los tangos de Gardel, los abogados defensores, las reuniones. En Argentina otro golpe militar se llevaría de encuentro a unas 30 mil personas, entre ellos a tres escritores amigos del uruguayo: Haroldo Conti, Rodolfo Wash y Paco Urondo. Y en Chile, Pinochet estaba estableciendo su dominio de hierro y sangre. Tiempos de derrota, sin dudas. En Alamar vivía en un octavo piso y, por lo menos, desde allí podía extasiarse viendo el mar “excesivo e hipnótico”. De vez en cuando pasaban a visitarle, en su paso por La Habana, Cortázar, Galeano, García Márquez o Ernesto Cardenal.

En Cuba, Mario escribiría varios de sus libros, entre ellos Poesía trunca, una antología con veintiocho poetas latinoamericanos revolucionarios, Víctor Jara y Roque Dalton a la cabeza, su obra de teatro Pedro y el Capitán, un diario de nostalgias Cotidiana 4, a la vez que crea la colección Valoración múltiple, dedicada a reconocer a escritores latinoamericanos desde distintas perspectivas. En el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas trabajará junto a Pedro Simón, esposo de Alicia Alonso que era crítico literario, un compatriota, el novelista y dramaturgo Alfredo Gravina, la escritora chileno-argentina Iverna Codina, el importante poeta cubano Raúl Hernández Novás, fallecido a los 45 años de edad, autor de los celebrados Sonetos a Gelsomina y de Los ríos de la mañana. Estaba también Emilio Jorge, especialista en temas del Caribe, y Trinidad Pérez Valdés, autora de múltiples textos pero sobre todo de una reunión crítica de las novelas “La vorágine”, “Don Segundo Sombra” y “Doña Bárbara”. Trini Pérez fue la sustituta de Benedetti en la dirección del CIL.

Un día, entonces, le llegó la murria al uruguayo y le dijo a Haydée que deseaba irse, que quería estar cerca de su patria. Sus amigos en Uruguay no le aconsejaban volver, pero él insistió en partir. Se iría a España, pobre, sin lo más mínimo para sostenerse en pie, junto a su esposa de toda la vida, Luz. En su propia patria no eran leídos ni celebrados sus libros. Su exitoso drama Pedro y el Capitán se representó en muchos países, menos en Uruguay. “Cambiaría todos los honores y los aplausos en el mundo, porque me reconocieran en mi propio país”, dijo con amargura alguna vez. España le cambiará la vida. Madrid sería su quinto exilio y allí Juan Luis Cebrián le conseguiría escribir en el diario El País, junto a García Márquez y Camilo José Cela, uno cada día, de lunes a miércoles. Las editoras le ofrecerían contratos de publicación atractivos y la televisión colombiana le entregó 10 mil dólares inmediatos y francos para filmar La tregua. A Mario le cambió el mundo. Compró un piso en Madrid y allí escribió casi de inmediato Primavera con una esquina rota.

Inventario sigue ahí entre mis libros, entre los 28 libros de Mario que conservo y que son apenas una franja de los más de 80 que dicen que publicó. Muchos poemas son recuerdo y biografía. Algunos ya partieron. Otros, me parecen ensayos. Unos cuantos, pura ideología para un poeta que defendió sin vueltas su pensamiento político. Otros tienen aire de milonga estrecha y de tango amargo, así los percibo. Tal vez, algunos sean poemas fracasados. Todo poeta tiene poemas fracasados. Los que quedan, los que sobreviven bastan para su consagración. Pocos poetas forman parte de la historia de vida de mucha, mucha gente, como Mario Benedetti. Lo recitaron miles en el mundo, sus obras fueron llevadas al cine, escribió tanto que casi resulta inalcanzable. Mario Benedetti se creció cuando lo cantaron. Nadie en lengua española vio llevar a canción tan gran cantidad de sus poemas. Mucho más que Machado y Neruda. Como Borges, le adjudican con frecuencia poemas que nunca escribió. O le atribuyen a otros, frases célebres que son suyas. Su nombradía fue redonda y cálida. Numa Moraes, Nacha Guevara y Daniel Viglietti fueron los primeros en cantarlo. Y luego, Soledad Bravo, Alfredo Zitarrosa, Pablo Milanés, Tania Libertad, Sonia Silvestre, Joan Manuel Serrat que nos descubrió con el uruguayo que el Sur también existe. No sólo el Sur sudamericano, sino todos los sures del planeta. Hoy, Mario sería un rockstar o algo parecido. Y por culpa de su poesía. Una poesía, la suya, levantada desde una canción que hace el inventario de su propia llama, de sus huellas. Evoco a Sonia, arrolladora, haciendo el inventario del poeta en la versión de Alberto Favero: “Tus manos son mi caricia/ mis acordes cotidianos/ te quiero porque tus manos/ trabajan por la justicia./ Tus manos son mi conjuro/ contra la mala jornada/ te quiero por tu mirada/ que mira y siembra futuro/...Si te quiero es porque eres/ mi amor, mi cómplice y todo./ Y en la calle codo a codo/ somos muchos más que dos”.

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Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.