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Desnudez

El escritor no debe ser adorno ni fetiche, mucho menos eco de los poderes del sistema

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Desnudez (SHUTTERSTOCK)

Llenar cada jueves este espacio no me define como escritor. Es más, temo ser calificado como tal. No todo el que escribe lo es.  Lo hago por apremio interior; para desaguar ese caudal impetuoso de impresiones, de vivencias agolpadas, de imágenes esquivas. El efecto liberador no alcanza el lenguaje.

En esa ocupación no me mido con otros. Al contrario, procuro que lo que escribo se parezca a mí, dibuje mi pensamiento y se reciba como lenguaje de mi identidad.

Mantener tal lealtad me es suficiente, y no por arrogancia, sino por desnudez. Es que escribo para vaciar de mí y, en el ímpetu, romper nudos y perder cargas emocionales en un entorno de tantos constreñimientos. Prefiero hacerlo por “instinto egoísta” y no por encargo o cumplido.

La escritora española Rosa Montero, al estimar este oficio como necesidad irresistible, escribió: “Siempre digo que soy una escritora orgánica porque escribo como bebo o como respiro... es una necesidad esencial. Escribo porque no puedo vivir sin hacerlo”.

Y es que llega un momento luminoso en el desarrollo de la sensibilidad de quien escribe; pocas cosas oxigenan tanto como esta. Cada vez que dispongo mis dedos sobre el teclado siento que entro al umbral de una dimensión desafiante, pero igualmente liberadora.

La escritura es como un rastrillo para apilar imágenes interiores. La manera de ordenarlas conceptual y estéticamente nos dice qué tanto hemos madurado. En cada entrega uno siente que da más de sí, tanto, que, a veces, la sensación nos recuerda el rubor que asoma cuando dejamos correr la toalla y mostrar la intimidad.

María Zambrano decía que escribir era defender la soledad en la que vivía; yo agrego que con la escritura ganamos el derecho a ser nosotros. Gustave Flaubert entendía que era descubrir en qué se cree.

No reparo en quién me lee, ni me preocupa a cuántos llego. De algo estoy convencido: me leen pocos y eso no me desconcierta. El dominicano no tiene ese hábito; se trata de una dilección elitista. Recuerdo los comentarios de algún artículo de mi autoría publicado en las redes y la opinión de ciertos lectores que destacaban, como hazaña, haberlo “leído completo”. Quizás es mucho pedirles a los vecinos de las redes, una comunidad de opinantes presurosos que juzga ideológicamente por un tuit o descalifica libertinamente por una idea suelta.

La gente cree que los que escribimos esperamos ecos. En mi caso, la necesidad de hacerlo me basta. Esas “compensaciones”, si vienen, no me inmutan, sobre todo cuando aparecen como consabidos cumplidos en una sociedad de gratuitas complacencias. No han sido pocas las veces en que alguien se me acerca para decirme que me lee todos los martes en el periódico Acento (hace más de cuatro años que dejé de publicar en ese diario). Pero no me quedo callado: con tono recio le inquiero por el título del último trabajo. La pregunta los desarma. No quedan con ganas de volver a “halagarme”.

Pienso que el escritor de estos tiempos no solo debe ser garante del rigor, la coherencia e integridad de su pensamiento, sino de su encarnación vital. Además de creador e intérprete, debe ser compromisario testimonial de su realidad. No es posible mantener la neutralidad de cara a las fallas de un sistema que no retribuye las inversiones de vida que cada ciudadano hace.

Ernesto Sábato se refería a las dos caras del escritor: una como “indagador de los confines de la condición humana”, otra como “ciudadano comprometido”. Una opinión desconectada de las condiciones que hoy nos apuran como sociedad es una irresponsabilidad, una elección escapista y contemporizadora.

El escritor no debe ser adorno ni fetiche, mucho menos eco de los poderes del sistema; debe constituirse en uno, que, como diría Rodolfo Walsh, “en vez de ocupar un lugar en la antología del llanto, lo debe tener en la historia viva de su tierra”.

El escritor no debe ser adorno ni fetiche, mucho menos eco de los poderes del sistema; debe constituirse en uno, que, como diría Rodolfo Walsh, “en vez de ocupar un lugar en la antología del llanto, lo debe tener en la historia viva de su tierra”.

TEMAS -

Abogado, ensayista, académico, editor.