×
Compartir
Secciones
Última Hora
Podcasts
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales

Carecer de Oeste confunde el rumbo…

En tres de mis libros, en varios poemas me refiero a Haití, a la guerra y al agua.

Expandir imagen
Carecer de Oeste confunde el rumbo…

            En tres de mis libros, en varios poemas me refiero a Haití, a la guerra y al agua. Quizás sea oportuno traer esos versos desde esas obras, Cartas de un Borrasho (2013), La Cura del Deseo (2015) y Recuerdos de Afganistán (2021), para reflexionar desde otra perspectiva sobre las crispaciones fronterizas de los últimos días.

            En Cartas de un Borrasho, mi ópera prima con poemas, dediqué a José Mármol, quien prologó ese libro, el siguiente divertimento sobre una imaginada guerra:

SUEÑO DE UNA GUERRA POR LA POESÍA

¡Marcha Jose´ Mármol vestido de general!

Miles de versos como soldados le siguen.

El campo, bajo un cielo azul y despejado,

Espera listo el abono de sangre de batalla.

A lo lejos, en el arbolado canto del llano,

Un bruno enano vestido a la francesa

Despliega un catalejo antiguo. Observa

Cómo sus fuerzas van en desventaja.

Su miedo, temblor de tripas, sudor de hielo

Le eriza el pelo. Sabe, aun antes de pelear,

Que nunca ha habido en la literatura

Quien por locura solvente solo un pleito.

Vomita crudo algún manjar inmerecido.

Suenan cornetas y los versos ya se aprestan

A seguir su general, quien, sonreído, no cree

Que quien lo sueña esté empeñado

En ver sangrar las letras. “¿Será un pecado

Jugar tan ilusoriamente, a ajusticiar a quien

Ha fusilado, vesánico increador acomplejado,

Toda idea ajena a su mentor cifrado?”,

Sacude el seso el reclamo del soñado

Protagonista de esta poética batalla,

Y el alba, con sus luces matutinas

Al pigmeo afrancesado, lo salva...

         Siempre habrá motivos para imaginar cataclismos, pero nunca será igual un sueño o una pesadilla que ver la sangre correr. El siguiente libro, La Cura del Deseo, fue descrito en su solapa como “tres libros sapiençales” –así con cedilla— “con las antiguas recetas según el rito mesopotámico para la eficaz cura del deseo, con medidas precisas y adaptaciones modernas de todos los misterios para los cristianos”. Esta vez aludo a Haití sin tener que nombrarlo, en un párrafo casi en prosa hecho con sentimiento poético:

ROSA DE LOS VIENTOS

Tenemos un balcón al Sur / mirando al Caribe verdiazul / que cuando se encabrita /limpia las venas podridas de sus islas… / Tenemos un Norte ventoso / de atlánticas visiones y valles umbrosos / donde paren hasta los samanes / de improbables semillas tal guandules / pese a su envergadura… / Tenemos un Este casi despoblado / con guetos de turistas y barrios nuevos / donde se repiten las miserias / que nunca vemos / ni en fotografías… / Pero lo oculto es el Oeste. / Nadie viene desde allá. / ¡Pese a que llegan tantos! / Que huyan de un lugar sin rumbo / es tan natural / como escaparse del encierro / si tu cárcel es un círculo abierto / o un cuadro de tres lados… / Son “linieros”, / son del Sur “profundo” como las hambres de pobres, / a lo sumo “sanjuaneros” / al resguardo de dos cordilleras enormes. / ¿Quiénes cuidan algo inexistente? / Mi país es una mesa de tres patas / en alucinante equilibrio de trapecista sin escuela…  / Contamos uno, dos, tres, cinco… / Por dondequiera que lo mires / el mapa es de espanto y brinco; / tiene Sur, tiene Norte y tiene Este. / Más no busques más / que no hay Oeste…

            Si llegasen a tirarse disparos con pólvora aparte de las andanadas verbales de patriotas y patrioteros de ambos lados de la línea fronteriza, esta vez la excusa sería el valioso recurso del agua del río Dajabón, cuya orografía da para mucho más que una guerra, como todos los ríos del mundo. Otro motiva los siguientes versos, del libro Recuerdos de Afganistán:

PARÁFRASIS DE BIDEL

El río es inacabable

y el mar infinito.

Desde el mismo día

cuando el polvo se asentó

y haces brillantes

pincharon la tierra,

nunca ha cesado

el ciclo de las aguas.

Las mismas aguas

han lavado como piedras

todas las palabras

de todas las lenguas

de todos los tiempos,

dejándolas transparentes

como la propia agua.

Odio, amor, guerra, paz,

vida, muerte, risas, llanto,

hambre y sed y plenitud,

día y noche, oveja y tigre,

culebra, ruiseñor y mariposa...

Todas las palabras y cada una

mojadas e inútiles ante el torrente

incesante de las aguas eternas.

Todos los nombres de las cosas

y todas las cosas mismas,

sus ideas, sus arquetipos,

sus modelos y contrarios;

todas las historias verdaderas

y los mitos y las religiones,

todas las mentiras, todo el fasto,

las miserias y las glorias

reducidas a la insignificancia,

lavadas por las aguas del origen.

Esta eternidad es inicio de otra,

quizás vacía, de esta nada abrumadora,

donde no habrá cuenta de los versos

que construyeron los hombres con palabras

que vinieron a ser todas iguales: 

inútiles e inefectivas

pese a toda su belleza, insustancial.

          Las dramáticas fotografías aéreas y satelitales de la geografía fronteriza, con un lado seco y marrón y otro fértil y verde, es mucho más que una metáfora de las diferencias entre uno y otro país, condenados a compartir una misma isla. Titulado en creole, en Sujeto Blanco Extranjero rehúyo la racionalidad de historiadores o políticos para conectar con otra esencia.

BLAN NEG ETRANJÉ

Ser blanco y extranjero

en esta negrísima ciudad

quizá puede explicarse

“con versos cortos y tristes”.

Como palabras del creole

ininteligible y misterioso

que susurran al pasar

ajadas marchantas, las canastas

con viandas sucias, espantosas.

Pero tal vez no entiendas…

Al aire le falta el perfume

de alboradas felices, brillantes

como el borde de moneda nueva

que nunca tendrán en su mano.

El dulce aroma de esperanza

distinto al sopor del cansancio

que no pudo evaporarse

ni con la espesa madrugada…

Huele a humo distante y seco.

Riela el alba con tambores, lejos.

Sus ojos grandes y rasgados

tiñen su mundo rojo de sangre y

te miran de reojo fugazmente

sin pista alguna de bondades.

Ni del fúrico coraje taimado.

Duele que no pisas su sendero

pedregoso, angosto y empinado,

digno de un Sísifo antillano.

Les debes, les debes y no sabes

pero cada mirada es un aviso.

Te advierten que tu deuda crece

con cada bocanada de aire sucio

que masticas y les quitas porque

habría más si tú no respiraras.

El aroma del café les recuerda

afanes del abuelo cuando niños

por un gourde pasaban días enteros

llenando grano a grano su macuto.

Gloria y lucro del patrón tan turco

que les daba sal con su salario.

Pasar frente a tu casa en ayunas

aviva su interés nada usurario

mientras una sobrina uniformada

sirve café en blanca porcelana y

volovanes cremosos endulzados

con el vidrio de un sudor tan agrio

que oxida el pensamiento claro,

melaza blanqueada con candela

avivada por potentes brazos

anhelantes de bendito vetiver.

Desde que sale el sol cada detalle

trae un ánima pegada como ensalmo.

Como hilo irrompible hacia el pasado

del que nunca hay lágrimas bastantes

ni perdón ni explicación posible

que humanamente sea entendible.

Rencor de siglos atávico y latente

como el volcán que crees durmiente

mientras su fauce abierta espera…

Esa oquedad hirviente existe

en cada uno de los transeúntes

que te ven verlos pasar al frente

de tu casa hirientemente grande.

Preguntan cómo volviste al pueblo

si el houngan relata tu exterminio:

el reino de Bondyé según Legbá

se haría posible por tu sacrificio.

Ser blan neg etranje

entre tal resentimiento

sólo puede explicarse

con versos leves y negros,

con cantos de ayisyens

que Erzulie musita en tus oídos

en voz de la niñera de tus hijos

dormidos mientras tomas tu café,

despiertos cuando aún duermes…

Despiertan mientras duermes.

            La imagen de la rosa de los vientos que ilustra los versos de igual título aparece en La Cura del Deseo con el epígrafe “carecer de Oeste confunde el rumbo…”. Pocas verdades tan simples pueden aplicarse por igual a los pueblos de Haití y de Santo Domingo.

            Las enormes e infranqueables añejas diferencias culturales entre uno y otro, sin embargo, quizás no requieran de guerra, ni agua, aunque sea bendita ni tampoco de comprensión de los sentimientos más arraigados de sus gentes, para ir difuminándose. Bastará algo tan inexorable como el tiempo y su incesante avance. Dessalines reirá, si los dominicanos permitimos que la inmigración ilegal llegue a conformar una minoría poblacional con aspiraciones, intereses, costumbres, lengua y religión distintas a los dominicanos.

            Ojalá la poesía pudiese suplir el entendimiento necesario para evitar ese conflicto.

TEMAS -
  • Poemas
  • Haití