El metro y la gestión del tránsito
El mal ejemplo que se proyecta desde los sectores magisterial y sanitario, con frecuencia inmersos en huelgas o interrupciones desprovistas de sensibilidad social, llevadas a cabo a modo de entrenamiento deportivo, no debe permitirse que se introduzca en el metro, ni en el transporte público en general.
El metro de Santo Domingo, inversión tan criticada en sus inicios, se ha convertido en servicio esencial. Eso explica las sucesivas ampliaciones que se le han hecho y las que se encuentran en curso. Y en la medida en que eso ocurre se convierte en más útil y necesario porque incrementa su potencial de atender satisfactoriamente la demanda de transporte de la población.
La crítica que el proyecto del metro sufrió en sus inicios, allá por la década de los noventa, se relacionaba con el temor de que la inversión de cuantiosos recursos públicos facilitara filtraciones por vía de componendas y corrupción. Y eso debido tanto a la historia de mal manejo que ha acompañado el desenvolvimiento de la inversión estatal como al sesgo político de quienes la efectuaban. Desde el ángulo social la obra siempre estuvo justificada.
Santo Domingo ya es una ciudad de gran extensión y densidad, cercana a los 4 millones de habitantes. Requiere de mejoría sensible en la movilidad urbana para facilitar el desplazamiento de los trabajadores y consumidores a un costo razonable, aunque subsidiado.
Hay importantes obras en ejecución para ampliar la red del metro en Santo Domingo, incluyendo la que unirá al kilómetro 9 de la autopista Duarte con Los Alcarrizos o la del tren urbano e interurbano, o como se le llame, que conectará con Boca Chica y el aeropuerto de Las Américas.
La ampliación de la infraestructura de transporte no tendría sentido alguno si se permitiera que fuerzas incontrolables, sindicales, políticas o de cualquier otra naturaleza, introdujeran el germen de la discordia, de la cesación parcial del trabajo, de la interrupción del servicio, como ha ocurrido en otras áreas sensibles como la educación y la salud.
El mal ejemplo que se proyecta desde los sectores magisterial y sanitario, con frecuencia inmersos en huelgas o interrupciones desprovistas de sensibilidad social, llevadas a cabo a modo de entrenamiento deportivo, no debe permitirse que se introduzca en el metro, ni en el transporte público en general.
Es explosivo que una población del tamaño de la de Santo Domingo no encuentre respuesta ágil a sus necesidades cotidianas de desplazamiento. De ahí la pertinencia de asegurar su funcionamiento ante eventualidades de cualquier naturaleza.
Es de alto interés nacional que el servicio de transporte, sobre todo el metro, quede al margen de disputas disruptivas. No puede ser interrumpido ni por causas patronales ni tampoco laborales. Requiere ser atendido permanentemente, no en forma intermitente
Por eso, hay que encomiar la sensatez y firmeza con que se ha enfrentado el reciente conato de interrupción de las labores en el metro, y expresar el deseo de que las discrepancias o aspiraciones legítimas de los trabajadores y operarios se encaucen de forma civilizada sin aspavientos ni ruidos ni traumas, sin afectar el derecho de los ciudadanos a desplazarse en este medio de transporte haciendo uso de la frecuencia y horario habilitados.
Por otro lado, hay que crear consciencia de que la garantía de una buena movilidad urbana no depende solo de la calidad y tamaño de la infraestructura, sino también de muchos otros factores, uno de ellos la apropiada gestión del tráfico. En ese aspecto hay que señalar que existen fallas recurrentes que no terminan de corregirse, localizadas en aspectos en apariencia sencillos, pero que, a pesar de serlo, no terminan de resolverse.
Para muestra bastan algunos botones.
Por ejemplo, hacer funcionar el carril preferencial de autobuses en el corredor de la Winston Churchill. O de cualquier otra avenida en que exista. Ese carril luce copado de automóviles que obstaculizan y retrasan la marcha de los autobuses, lo cual quita eficiencia al transporte colectivo.
O acelerar el proceso de conversión de algunas vías de circulación en un solo sentido, con vigilancia y consecuencias por incumplimiento.
O poner en cinturas a los motoristas tanto en lo relativo al uso de cascos como en el cumplimiento de las normas de circulación.
O castigar con severidad el usual bloqueo de las intersecciones.
O dejar que funcionen los semáforos inteligentes, debidamente sincronizados, sin la intervención permanente de los agentes de tránsito, cuyas actuaciones tienden a agudizar, sin pretenderlo, el bloqueo de las vías.
O poner orden en el uso de las aceras y calles por negocios y talleres con la consecuente interrupción de la circulación.
O corregir los cuellos de botella que se producen en algunos tramos derivados de falta de organización y vigilancia.
O …
Es una gran noticia que las obras de envergadura se están realizando y que las autoridades trabajan afanosamente en garantizar la movilidad urbana. Falta culminar esos esfuerzos yendo a los detalles: mejorar la gestión del tráfico urbano e interurbano.