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Aquellos juegos florales de La Vega

Carnaval, deporte y letras, las tres coronas de La Vega

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Aquellos juegos florales de La Vega
Edición original, encuadernada, impresa en Santiago, en 1926, con los textos ganadores de los Juegos Florales de La Vega Real de 1924. 302 págs., más 128 en números romanos. (ELABORACIÓN PROPIA)

A menudo, mucha gente se pregunta por qué los veganos llaman a su ciudad con los títulos de “culta, olímpica y carnavalesca”. El carnaval de La Vega, ya lo sabemos, es el mejor organizado del país y el que ofertó un método nuevo en la organización de la fiesta por excelencia de la cultura popular dominicana. Me gusta el carnaval de Santiago por sus tradicionales lechones joyeros y pepineros, a los cuales se han agregado en los últimos años los de Pueblo Nuevo, con sus cuernos invertidos, apuntalados por flores. De Santiago es el original Robalagallina, que tuvo a Mochila como su creador con un estilo tradicional, y luego al fenecido Raudy Torres con el Robalagallina espectacular, de fantasía, que lo convirtió en un personaje único del carnaval dominicano. Y recién, Elvira Castro ha impulsado una nueva caracterización que ha llamado Las Marolas, marchantas que honran la inolvidable creación pictórica de Danilo de los Santos.

La Vega es carnavalesca, sin duda alguna.  Y es olímpica porque en los primeros Juegos Deportivos Nacionales, en 1937 -hace 88 años- sus atletas tuvieron una notable participación, obteniendo el segundo lugar para su pueblo, solo detrás del Distrito Nacional que agrupaba a los mejores deportistas del país. Un cronista deportivo de la época, Julio César Linval, la llamó a partir de ese año Ciudad Olímpica. Hemos de recordar que ahora cuando el futbol se ha popularizado y tiene una liga profesional, los dos primeros clubes de balompié que nacieron en nuestro país, gracias a la presencia de los migrantes españoles, fueron el Cóndor, de La Vega, y el Pindu, en la capital dominicana.

Y para ser culta, solo tendríamos que repasar la historia dominicana de la cultura para conocer a sus prohombres en la educación y en la literatura, respaldada por instituciones que impulsaban el conocimiento científico, la reflexión sobre aspectos que hoy se podrían ver como muy avanzados para aquella época, y la forja de instituciones culturales cuyas actividades llegaron a repercutir nacionalmente. Juan Pablo Duarte fundó la sociedad La Trinitaria, con fines patrióticos; La Filantrópica y La Dramática, donde se estudiaba filosofía, se practicaba la oratoria y se realizaban montajes teatrales que contribuían a los objetivos de la primera de estas tres. Estas dos últimas son, sin dudas, las primeras agrupaciones culturales de la República Dominicana. La Sociedad La Progresista, de La Vega, fundada treinta y cuatro años después de proclamada la independencia, en 1878, hace 147 años, puede decirse que es hoy la primera institución cultural, aún vigente. El intelectual y médico vegano Reynolds Jossef Pérez Stefan le llama, con razón, “la decana de todas las organizaciones culturales de República Dominicana”.

Independientemente de las personalidades nacidas en La Vega que forman parte hoy del altar de la cultura dominicana, a través de sus ejercicios intelectuales, esa ciudad norteña creó un ejemplo de celebración cultural que hizo historia, aunque las generaciones más recientes de la vida literaria dominicana la desconozcan. El 14 de agosto de 1924, hace 100 años, La Vega organizó los Juegos Florales de La Vega Real, cuya organización estuvo a cargo de un consistorio, como le llamaron, compuesto por los principales directivos del Casino Central, la Sociedad La Progresista y la Sociedad Amor al Estudio. Pérez Stefan afirma que “esta justa catapultó a figuras que daban sus primeros destellos de prodigiosidad literaria”, recordando que “el alma y principal promotor de este grandioso evento cultural” lo fue el licenciado Juan J. Gassó Gassó. Un total de 271 escritores, o aspirantes a serlo, concurrieron al certamen, entre ellos varios que serían años más tarde figuras de primer orden de la literatura dominicana. Entre los donantes de los premios en metálico figuraban personalidades relevantes de la época. Digamos que, para entonces, el país solo tenía 12 provincias y poco más de un millón de habitantes.

Veamos los temas incluidos en estos Juegos Florales, cuya celebración constituía una auténtica fiesta que abarcaba competencias deportivas, bailes y retretas.  El primer tema era un Canto al Amor. Era el premio mayor del evento. Se le entregaba al ganador la Flor Natural en oro y la potestad de elegir la Reina de la fiesta, encargándose esta de entregar los demás premios. Este Canto al Amor era el único que tenía como dotación 300 pesos. El poeta ganador fue J. Furcy Pichardo. El segundo premio lo ganó Emilio A. Morel, y recibieron menciones honoríficas Ligio Vizardi (seudónimo de Virgilio Díaz Ordóñez) y Ricardo Pérez Alfonseca. El segundo tema era un Canto a la Bandera Dominicana, con 150 pesos de dotación y como premio una Eglantina de oro y plata (Eglantina es una flor silvestre con espinas).  El ganador fue Armando Oscar Pacheco. El tercer tema se denominaba Canto a la Fe y al ganador, que lo fue nuevamente Armando Oscar Pacheco, se le entregó la Violeta de Plata y 150 pesos, entre cuyos donantes estuvieron Ángel Morales, quien luego se exiliaría durante la dictadura, y el presidente provisional de la república, Juan Bautista Vicini Burgos, quien hizo el donativo antes de dar paso en julio al presidente Horacio Vásquez.  El premio Soneto a la Mujer, dotado también con 100 pesos, lo obtuvo Emilio A. Morel. La dotación siempre era cubierta por personas de La Vega y el Cibao. Advertimos entre las donantes a doña Olimpia Portalatín de Cartagena, madre de la poeta Aída Cartagena Portalatín, quien para entonces contaba solamente con seis años de edad. El premio a la Poesía Lírica, también con 100 pesos de dotación, lo ganó Ligio Vizardi (29 años de edad), con mención de honor para Juan José Llovet, poeta modernista español que formó parte de los migrantes de su patria que se establecieron en Santo Domingo, hasta su muerte en 1940. Con 100 pesos de dotación se dio paso a un grupo de ensayos. El primero fue sobre el proyectado Tratado de Evacuación de las tropas norteamericanas en nuestro país y sobre “el derecho de los Estados Unidos de América de intervenir en los asuntos internos de la República Dominicana”, un tema muy valiente porque los marines todavía se mantenían en nuestro territorio. El ganador fue Félix María Nolasco, intelectual de grandes méritos, uno de los cofundadores de la Academia Dominicana de la Lengua. Se le otorgó un accésit de 50 pesos a un texto de Alfredo Morales. Anotemos entre los donantes de este premio a Elías Brache hijo, Manuel Ubaldo Gómez y Temístocles Messina. Otro tema fue sobre la escuela rudimentaria y cómo adaptarla a las necesidades de la sociedad, cuyos 100 pesos de premio tuvo como donantes, entre otros, a figuras de la talla de monseñor Adolfo Alejandro Nouel, arzobispo de Santo Domingo, a don Federico Velásquez, Francisco J. Peynado, Jacinto R. de Castro y Julio Ortega Frier. No hubo premios en este renglón, solo menciones de honor para un maestro de Santiago, Augusto Ortega, con un largo texto que se adentra en lo que hoy llamamos el español dominicano, y otro maestro de San José de las Matas, Gilberto Jiménez Herrera.

Aunque no era el principal renglón de estos juegos, el tema siguiente se constituía como uno de los mayores, pues rendía honor a la labor literaria del ilustre vegano don Federico García Godoy. El ganador, que obtuvo 125 pesos de premio, enfocó al escritor, al novelador, al crítico, a su obra y a su vocación nacionalista. Su texto iniciaba con este epígrafe del libro “Las siete lámparas de la arquitectura” del escritor británico John Ruskin: “Más vale un trabajo grosero que narre una historia o recuerde un hecho, que una obra, por rica que sea, sin significación”. El potente ensayo fue escrito por Joaquín Balaguer hijo (como firmaba entonces), apenas con 18 años de edad. Hubo un accésit para Alfredo Morales. El premio con el tema La Prensa y la Criminalidad lo ganó Francisco Prats Ramírez, que recibió 100 pesos, con accésit de 25 pesos para un desconocido escritor de Santiago, Rafael Reinoso. Le siguió el lauro sobre el tema de los problemas municipales, que obtuvo Manuel Arturo Peña Batlle (22 años de edad), con 200 pesos de dotación, con un accésit para uno de los grandes ganadores del certamen, Félix María Nolasco, y menciones de honor para Luis E. Pou Henríquez y Federico Llaverías. Un tema interesante, que asombra hoy conocer, fue sobre el plan práctico para producir frutos menores con destino a Cuba, que ganó un escritor de Sánchez, Julio Acosta, con menciones para Vicente Tolentino Rojas y -de nuevo- Félix María Nolasco, además de Adriano Reynoso, de Santiago. El premio al cuento de carácter criollo lo ganó J. Furcy Pichardo; el que llevaba como tema: el flirt como amenaza para la sociedad (flirt: coqueteo, galanteo, juego amoroso o sexual sin compromiso) lo ganó una escritora de San Pedro de Macorís, Enriqueta Feble, y la mención de honor se le adjudicó al presbítero Rodrigo Cervantes, quien era el cura párroco de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario, de Moca. Entre los donantes de este premio figuraban la Casa de España, de Santo Domingo; el Centro de Recreo, de Santiago; y el Club Recreativo, de Moca.

Cada tema tuvo sus jurados. Mencionemos solo a algunos de estos árbitros históricos: Enrique Henríquez, Alcides García Lluberes, Salvador Cucurullo, Manuel Ubaldo Gómez, José Dolores Alfonseca, Pascasio Toribio, Doroteo Rodríguez, Teófilo Cordero y Luis Despradel Piantini. Cien años después, los Juegos Florales de La Vega Real siguen constituyendo una de las obras magnas de nuestra cultura, apertura y desarrollo de vocaciones literarias en embrión que marcaron una etapa de luces, seis años antes del inicio de la barbarie y las sombras de la dictadura, a la que algunos de los ganadores sirvieron con devoción.

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Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.