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Acciones del exilio

Exilio y resistencia, la lucha contra Trujillo desde el extranjero

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Acciones del exilio
Ángel Morales fue un exiliado que buscó influir en Washington para frenar créditos internacionales y denunciar la represión del dictador Rafael Leónidas Trujillo. (FUENTE EXTERNA)

Las primeras actividades del exilio formado por un grupo de líderes del horacismo desplazado del poder y del partido de Velázquez, coaligados en la Alianza Nacional Progresista que finalmente se retiró del certamen electoral de 1930 ante el despliegue y el acoso de efectivos militares, se encaminaron a influir en Washington a través del diplomático Benjamin Sumner Welles -con quien Ángel Morales había hecho buenas migas-, a fin de evitar el reconocimiento del Tío Sam al nuevo gobierno Trujillo-Estrella Ureña.

A los referidos alegatos de coacción y falta de garantías, manipulación de la Junta Central Electoral, se sumaron otros de orden legal y constitucional que, conforme al criterio de los aliancistas, invalidaban su mandato. Objetivo éste frustrado por el rápido visto bueno del gobierno del presidente Herbert Hoover (1929-33), un ingeniero en minas, empresario y político republicano, cuya política exterior hacia América Latina postulaba la no intervención en los asuntos internos. Precursora, en cierto modo, de la política del Buen Vecino que aplicaría hacia la región el estadista demócrata progresista Franklin Delano Roosevelt a partir de 1933 hasta su fallecimiento (12/4/1945), durante 4 períodos constitucionales, el último culminado por su vice Harry Truman. 

Otras acciones de ese exilio pionero se dirigieron a obstaculizar la obtención de nuevos créditos al gobierno de Trujillo, diligenciados con insistencia a raíz de la conjunción de dos eventos: el crack financiero de 1929 que inició la llamada Gran Depresión de la economía en EEUU e impactó a sus socios comerciales en todo el mundo, afectándonos también. Más los estragos causados por el Ciclón de San Zenón que devastó la ciudad de Santo Domingo el 3 de septiembre de 1930, a poco de instalarse el general Trujillo en el solio presidencial.

Mientras el presidente Trujillo enviaba a Roberto Despradel, Rafael Vidal Torres y a Rafael Brache –nuestro ministro plenipotenciario en Washington- a diligenciar préstamos en New York y cabildear en el Departamento de Estado el visto bueno (conforme lo establecía como requisito la Convención de 1924), el núcleo de exiliados capitaneado por la tríada Morales-Velázquez-Bencosme bombardeaba con informes negativos, denunciando la represión, los asesinatos, los atentados a la prensa independiente, y el latrocinio del propio Trujillo y sus asociados, alegando que dicha conducta no garantizaba un empleo idóneo de los fondos obtenidos y mucho menos su repago.

Un punto este en el que los exiliados se anotaron logros, al frenarse las pretensiones que montaban a más de 40 millones de dólares, quizá no tanto por el peso mismo de sus argumentos, sino por el propio razonamiento del Departamento de Estado y otras instancias del gobierno norteamericano en cuanto al tope de endeudamiento y el manejo prudencial de las finanzas públicas dominicanas. Cuyos ingresos aduanales y el servicio de la deuda externa eran controlados por la Receptoría General de Aduanas bajo dirección norteamericana hasta inicios de la década del 40.

A estos esfuerzos para obstaculizar la iniciativa del régimen se sumó el exfuncionario consular de Horacio Vásquez en NYC, Rafael Ortiz Arzeno –quien fallecería en Puerto Rico en 1952 siendo secretario de organización del PRD en esa isla, a quien Juan Bosch le dedicó sentido reconocimiento en Quisqueya Libre, órgano de prensa oficial de ese partido.

Aunque se trataba de un núcleo reducido, estos exiliados tenían en sus filas personalidades destacadas, interlocutores por excelencia de Washington en el pasado. Como Federico Velázquez, quien negoció la Convención Domínico Americana de 1907 junto al ministro de Relaciones Exteriores Emiliano Tejera. Fue ministro de Hacienda y Comercio, y de Fomento y Comunicaciones de varios gobiernos, conceptuado como proamericano y experto en asuntos financieros. Vicepresidente de Horacio Vásquez (1924-28) en la Alianza Nacional Progresista, al representar a este último partido, se desligó de ese gobierno al aprobar el Congreso la prolongación por 2 años más al mandato del caudillo mocano, elegido para ejercer durante un período de 4. Tras la asonada Trujillo-Estrella contra Vásquez, Velázquez pasó a encabezar la boleta aliancista rebobinada, acompañado por el horacista Ángel Morales, de cara a los comicios del 30.

De porte elegante, cuidada chiva blanca, ojillos inteligentes, calzaba coquetos botines en boga. Una verdadera fiera cívica, salido de la Escuela Hostosiana que funcionó en Santo Domingo. Con buenas conexiones internacionales, Velázquez bombardeaba al régimen desde las páginas del New York Herald Tribune y The New York Times, medios de prensa de la mayor jerarquía en la opinión pública americana. Radicado en San Juan, Puerto Rico, con intermitencias neoyorquinas, este rol protagónico cesó al producirse su deceso en julio de 1934, quedando leal a la causa del exilio su hijo Guaroa, y al frente de los exiliados en la Isla del Encanto, la figura principalísima del Dr. Leovigildo Cuello.

En 1926, en una de sus geniales fatamorganas, el vibrante escritor Vigil Díaz (Más Fata Morganas, obra compilada por Andrés Blanco Díaz, editada por el AGN) refiere: “amén de que en París está el primer secretario, Lic. Guaroa Velázquez, que es Lic. en Derecho, y que habla francés mejor que Voltaire, al decir de Perecito”. Guaroa Velázquez alcanzó prestigio en el ejercicio de la cátedra universitaria de Derecho en la Universidad de Puerto Rico. Autor de la obra Las obligaciones según el derecho puertorriqueño. Serie Estudios de Derecho, 1964, 343 pp. En los debates en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre la crisis dominicana de 1965, Guaroa Velázquez asumió la representación y defensa del Gobierno de Reconstrucción Nacional presidido por el general Antonio Imbert.

Ángel Morales, candidato a la vice en la fórmula presidencial bajo la Alianza Nacional Progresista, era un abogado y político, bien formado y tesonero, quien se desempeñó desde 1926 como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario (rango equivalente entonces a embajador) de Horacio Vásquez en Washington, estableciendo allí relaciones privilegiadas. En especial con el influyente Sumner Welles, de algún modo su mentor. Y para éste –quien fungiera como Comisionado Especial que negoció el plan de retiro de las fuerzas de ocupación, la instalación del gobierno provisional de Vicini Burgos y las elecciones de 1924, así como la constituyente que redactó la nueva Carta Magna-, Morales sería su favorito. Sobre las relaciones Morales-Welles, Bernardo Vega editó una valiosa compilación bajo el título Correspondencia entre Ángel Morales y Sumner Welles (AGN y ADH, 2014). 

En un reporte del Departamento de Estado sobre personalidades dominicanas con liderazgo, que cubría desde enero de 1932 hasta marzo de 1933, Morales es singularizado como doctor en Leyes de 32 años (realmente nació en Sánchez en 1894), quien fungió en Relaciones Exteriores bajo Vicini Burgos en 1924, miembro de la Comisión de Límites Fronterizos, Secretario de Estado de Interior y Policía de Horacio Vásquez y ministro en París antes de ser destacado en Washington. Para un hombre joven, se trataba de un excelente background.

En las primeras dos décadas del exilio, su recia y atractiva figura, junto a la tenacidad de propósitos, lo proyectaría como potencial presidente en caso de ser derrocado Trujillo. Todavía en 1947, en el marco del gran concilio político que sirvió de base a la abortada expedición de Cayo Confites, Morales era realmente “la viga”. En caso de triunfar ese poderoso proyecto multinacional que envolvía a más de mil efectivos -algunos veteranos de la Guerra Civil Española y la II Guerra Mundial, así como oficiales académicos centroamericanos-, dotado de armamento de gran calibre, aviones y navíos. El 28/4/35 Morales debió ser blanco de un atentado en New York que equivocó la persona, cayendo en su lugar su colega de lucha Sergio Bencosme, con quien compartía alojamiento, hijo del célebre hacendado mocano, general Cipriano Bencosme, caído el 19/11/30 bajo el plomo cegador de las tropas del Jefe.

Desde finales de 1933 e inicios de 1934, los exiliados dominicanos reaccionaron animados por la caída de la dictadura de Gerardo Machado en Cuba (agosto 1933) y la instalación, tras el paso de otras combinaciones, de una junta revolucionaria presidida por el Dr. Ramón Grau San Martín e integrada por Antonio Guiteras y Fulgencio Batista, que decretó importantes cambios, conocido como el Gobierno de los Cien Días. Aprovechando la coyuntura, organizaron una expedición para derrocar a Trujillo.

Unos 300 hombres (dominicanos, cubanos y venezolanos) se entrenaron en Mariel, una base de la Marina de Guerra al oeste de La Habana, bajo la supervisión de oficiales cubanos como Feliciano Maderne, Jorge Agostini -quienes jugarían roles de primer orden en la futura expedición de Cayo Confites en 1947- y el ayudante de Batista, Jaime Mariné. El proyecto era impulsado por Rafael Estrella Ureña -sumado al exilio antitrujillista en New York en agosto de 1931-, su hermano Gustavo, Manuel Alexis Liz, Manuel Calderón Hernández, Ricardo Raposo, Buenaventura Sánchez Féliz y Antonio Borrell. Ángel Morales –quien mantenía contactos con un grupo de seguidores en Cuba- y Federico Velázquez, también respaldaron la iniciativa.

Al cambiar en enero de 1934 la configuración del gobierno encabezada por Grau San Martín, con Guiteras como brazo revolucionario, sustituida por la tríada Caffery-Mendieta-Batista, presidida por el coronel Carlos Mendieta, con fuerte influencia del nuevo embajador americano Jefferson Caffery, se desbandó la operación del Mariel. Frustrándose el primer conato expedicionario del exilio antitrujillista, al que seguiría 13 años después la proyectada expedición de Cayo Confites en 1947, en un contexto inicialmente más favorable tras el triunfo aliado en la II Guerra Mundial. Pero de nuevo abortada, entre otros factores, por el giro conservador de la política exterior de EEUU con el inicio de la Guerra Fría y la conducción del Departamento de Estado por el general George Marshall. Quien prefería paz en el Caribe para bregar con el reto comunista en Europa.

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José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.