Los partidos como patrimonio histórico
Los vaivenes del PRD y la política dominicana, memorias desde la trinchera
A los dieciséis años de edad fui escogido, en acalorada asamblea y reñida elección, presidente de la juventud del PRD en mi pueblo natal. Mi contendor era quien luego sería un experimentado político y funcionario público de alto nivel, Tomás Hernández Alberto, dirigiendo ahora a un movimiento propio adherido al Partido Revolucionario Moderno. No tenía yo edad para votar, pero mis padrinos políticos, con Winston Arnaud al frente, decidieron que yo debía ser el candidato para enfrentar a mi amigo de toda la vida, mi siempre entrañable Tomás, que contaba con el apoyo de dos de los robles del perredeísmo mocano Rubén Lulo Gitte y Henry Vásquez.
Después de las elecciones de 1966, el PRD sufrió un reflujo significativo cuando Juan Bosch decidió autoexiliarse, en la seguridad que tenía de que Joaquín Balaguer estaría en el poder por largo tiempo. Antes de salir del país visitó a Balaguer en su despacho del Palacio Nacional para felicitarle y de paso informarle que se instalaría por un tiempo fuera de las fronteras nacionales. Era una actitud correcta y decente, pero recuerdo que aquel encuentro entre ambos líderes creó cierto escozor en determinados núcleos del perredeísmo. Cuando Bosch regresó, obligado por las circunstancias internas de su partido, más de tres años después, el PRD era otro muy distinto al de 1966, y todavía mucho más diferente al de 1963, diez años atrás. Durante casi cuatro años, Bosch trató de construir un nuevo PRD, formar cuadros con nuevas concepciones políticas, crear un ambiente doctrinal, si vale el término, y reformular las estructuras que él había ido perdiendo a causa de su ausencia. No le valieron círculos de estudios, revistas de formación política, elaboración y proyección de nuevas ideas. El PRD ya andaba en otras manos y la división estaba virtualmente planteada.
Yo seguía siendo perredeísta y boschista, y llevo en la memoria aquella mañana de inicios de 1970, cuando ya se había anunciado el regreso de Bosch, reunidos en mi casa Hatuey de Camps, Rafa Gamundi Cordero y Winston Arnaud, comenté con alegría ese acontecimiento, y la respuesta que recibí, en común, no la puedo transcribir aquí, pero sí era de desdén hacia el profesor Bosch, quien venía a enturbiar el momento político, según sus criterios. No entendí nada. En gran medida, seguía siendo el mismo imberbe de los 16 años y ya andaba en otros asuntos, liderando grupos culturales y juveniles, al margen de la política. En efecto, Bosch venía a eliminar “las garrapatas del buey”, que no era otra cosa que estrangular los acuerdos estratégicos que había diseñado José Francisco Peña Gómez con el MPD de Maximiliano Gómez y otros grupos de izquierda marxista. En ese 1970, Bosch llegaría a sugerir la candidatura presidencial por el PRD de un sacerdote católico, Francisco Sicard, que se había hecho famoso en Cotuí con una prédica a favor de los campesinos. Bastarían tres años para que se produjese la división del PRD y Bosch plantara tienda aparte. Su liderazgo en el partido que había ayudado a fundar en 1939 en La Habana, había sido diezmado y no le quedó más alternativa que bajar las escaleras que conducían al salón del comité político -lo recuerdo vivamente pues ya tenía un año residiendo en la capital- en la casa nacional del perredeísmo de la avenida Independencia, que pasaría a ser la sede del nuevo Partido de la Liberación Dominicana, y encaminarse a constituir un partido de cuadros que, con los años, se convirtió en ejemplo de formación y de corrección política. Bosch se había llevado consigo a un grupo de los mejores dirigentes del PRD, pero a su vez el PRD conservaba a cuadros de mucho valor y arrojo, ya bajo el mando de Peña Gómez.
Con el tiempo, Hatuey de Campos formaría su parcela política propia; Winston Arnaud, quien nunca abandonó del todo al PRD, colaboraría desde el PRI con Jacobo Majluta en la campaña de 1990; y Rafa Gamundi, un dirigente de arrastre, resuelto e inteligente, acorde con ciertas líneas ideológicas de la época, fundó un grupo de izquierda de resistencia urbana.
La historia política dominicana ha estado impregnada de divisiones, reyertas enconadas, personalismos, coyunturas episódicas desiguales, flujos y reflujos constantes. El cambiachaquetismo es viejo, aunque ha llegado en nuestros días a niveles insospechados. Los partidos nacen, crecen y mueren. Unos más tarde que otros, pero mueren. Se desangran, se desilusionan sus huestes, se trasladan sus nóminas, algunos liderazgos, otrora prometedores y fuertes, terminan siendo, en muchos casos, papeles de traza sin trazados de futuro. El gran partido después de la Era de Trujillo fue Unión Cívica Nacional, con un dirigente que lideró a las masas en la contienda para salir definitivamente de aquel tiempo aciago. Se fue extinguiendo rápidamente y todos conocemos las razones. Contra la UCN batallaban dos políticos diestros: el Bosch que con 27 años de exilio regresa y logra con el PRD ganar las elecciones de 1962, y tras las tapias, gardeando al contrario, el Balaguer que se aprovecha del desmadre originado por el golpe de estado, el Triunvirato y la revolución, para ascender y dirigir el país, en dos etapas, por 22 años. El 1J4 de Manolo Tavárez se unió a UCN y al PRD en la lucha contra los llamados remanentes del trujillato, realizó grandes manifestaciones, sacrificó a su líder en una guerrilla fracasada, y no logró el objetivo de convertirse en un partido de masas ni llegar al poder. Murió en los brazos de los incordios y las disputas de izquierda, transmutándose en varias corrientes.
Junto al PRD arribaron al país posTrujillo, las divisiones y resentimientos del exilio. Juan Isidro Jimenes Grullón, Miguel Ángel Ramírez Alcántara, Horacio Julio Ornes, Corpito Pérez Cabral, entre otros tantos, llegaron con sus minúsculos partidos, sin dejar estelas en la mar, aunque Juan Isidro pasó luego a ser uno de los pensadores de mayor lustre y fortaleza intelectual del siglo XX dominicano. Hasta un romántico de tiempos idos trajo su Partido Nacional, de corte horacista. En pocos años, sólo quedarían en el tablero el PRD de Peña Gómez, el PLD de Juan Bosch y el Partido Reformista de Balaguer, que cambiaría de siglas más tarde cuando los socialcristianos, que nunca pudieron pasar de primera a segunda, a pesar del buen line up que ofertaban, entregaron las suyas al partido colorado para que se conociese, hasta hoy, como PRSC.
El PRD se dividiría en varios fragmentos: PRI, BIS, PRSD, no sin antes pasar por guzmanismos, jacobismos y jorgeblanquismos.Y comenzó a dejar de ser, poco a poco, el partido unido y rebosante de historia, bajo estrategias de sangre y duelo, de aquellos finales de los setenta, para sumergirse en la fragmentación, desde las “tendencias” creadas por Peña Gómez que terminaron ensombreciendo su propio liderazgo.
En las elecciones del pasado domingo 19, hay un partido nuevo fortaleciéndose, con un alto porcentaje de crecimiento, Fuerza del Pueblo; otro partido dominando el escenario nacional con dos gobiernos sucesivos, PRM; y un partido que, agrietado por directrices confusas y personalistas, parece iniciar su proceso de desintegración, el PLD. Mucho más allá, un PRD que dejó de ser el buey que más jala y un grupo de movimientos políticos minoritarios que se cancelan a sí mismos para ser oferta electoral futura. Soy de los que creen que hay partidos que se convierten en patrimonio histórico. El PRD y el PLD, a la cabeza. Duele ver al primero ya desarmado de ideales y de propósitos. Se ofician sus exequias. Ha sido el partido que, desde la caída de la Era, concitó los mayores apoyos populares. Y el PLD, siembra como el anterior de Juan Bosch, decidido a enterrarse a causa de sus fatigas múltiples. Puede recomponerse, pero ¿bajo cuál liderazgo? Hora de pasar antorchas y estrellas. Arriar banderas. Una juventud intrépida, que aún debe aprender mucho más de política, viene arrollando la nueva realidad partidaria. Dos patrimonios históricos de nuestra historia política que comienzan, como la UCN, el PRSC y tantos otros, su camino de regreso. El resto es esconder la cabeza, como el avestruz.
- ASÍ NACIÓ LA DEMOCRACIA DOMINICANA
Stormy Reynoso Sicard, Editora Centenario, 2013, 549 págs. Formidable relato de los acontecimientos que tuvieron lugar entre el 30 de mayo de 1961 y el 18 de enero de 1962. Su autor fue un veterano dirigente perredeísta, fundador del ala jacobiana de ese partido.
- BREVE HISTORIA DEL PRD
Ideología e Interpretación, Fulgencio Espinal, Alfa y Omega, 1982, 361 págs. El gran historiador del PRD. Combativo dirigente perredeísta, cofundador del ala jorgeblanquista de ese partido. Con información detallada que permite reconstruir la andadura de esta otrora gran organización política.
- EL PLD Y LAS FUERZAS SOCIALES
Franklin Almeyda Rancier, Editorial Gente, 2012, 300 págs. Testimonio sobre el origen y desarrollo del PLD. Un documento para la historia política dominicana, en la pluma del fenecido dirigente, cofundador del PLD en 1973 y del partido Fuerza del Pueblo en 2019.
- PRD-PLD MÉTODOS DE TRABAJO, DÍAS DE CONSTRUCCIÓN Y AÑOS DE OLVIDO
Milagros Ortíz Bosch, Editora Corripio, 2014, 191 págs. Análisis de la construcción de militancia de estos dos ya empobrecidos partidos, en los que militó la autora, junto al llamado a la comunidad política de que construyan verdaderas escuelas de democracia.
- AFÁN DE LIBERTAD
Rafael Gamundi Cordero, Ediciones Culturales PRSD, 2014, 720 págs. Una de las memorias políticas más apasionante, con revelaciones inéditas, que se conozcan en la historia nacional. La vida de uno de los más aguerridos dirigentes revolucionarios del país dominicano.