Una ADP cómplice
Al momento de discutir sobre el salario, no hay unanimidad
Al momento de discutir sobre el salario, no hay unanimidad. Los análisis teóricos pendulan de un extremo a otro de la visión social. Mientras más conservador sea el opinante, mayor satisfacción con ese mínimo que solo permite eso, lo mínimo, y si acaso. Y está el defensor de la renta básica universal, un ingreso incondicional a cargo del Estado independiente del ingreso laboral, de la desocupación y de las prestaciones sociales del receptor. Entre ambos, una miríada de enfoques que adjetivan al salario: digno, social, justo, etcétera, cada uno con su propio contenido socioeconómico y, ¿por qué no?, ético.
El preámbulo viene a cuento como exorcismo. Me sirve para decir que, si bien no entiendo mucho la renta básica universal y sus efectos socioeconómicos, me escaldan hasta dejarme en carne viva quienes pretenden que con salarios reducidos puede vivirse una vida que se llame tal. Como así pienso y siento, no me parece irrazonable la demanda de aumento de la Asociación Dominicana de Profesores.
Lo que sí encuentro irrazonable y pernicioso es el método que, de manera sistemática y sin ningún rubor, utiliza este sindicato para lograr su propósito. Dejar las aulas de los pobres vacías cada vez que le viene en ganas, conspira no ya contra el derecho a la educación, que es demasiado, sino contra la calidad de la sociedad dominicana misma.
Pero hacia ese lado no mira la ADP. Sus orejeras sociales solo le permiten enfocarse en el interés pecuniario de sus miembros. Le importa un bledo si los pobres a los que «educa» se rezagan aceleradamente en el conocimiento respecto a los estudiantes de altos ingresos e incontables privilegios, y si este rezago les clausura por anticipado las puertas de la eventual movilidad social. Su indolencia la hace cómplice de un diseño de sociedad que, sin querer ser apocalíptica, apunta hacia el dominio sin fisuras de las élites sobre una población aborregada.
En estos días en que la ADP ha llamado, con mayor o menor éxito, a la paralización de la docencia pública, se han escuchado voces que recomiendan protestar en horas no laborables, y eso estaría bien. En lo que me toca, añadiría que urge al sindicato, además de considerar la pertinencia de esa propuesta, detenerse a reflexionar sobre un papel que también debería cumplir: ser objetor de los sesgos ideológicos de un sistema educativo conservador y mercantilizado.
Lo anterior exige, desde luego, una sensibilidad de la que carece la ADP. De tenerla, habría vinculado desde siempre las demandas de mejoría salarial y previsional de sus miembros a la crítica en favor del estudiantado pobre, el suyo, al que se induce y conduce, a través de la edulcorada evaluación por competencias, pruebas Pisa y demás yerbas, a ser los ilotas del mercado.
Lamentablemente, la preocupación por la orientación y contenidos de la educación no encuentra lugar en la agenda de la ADP.