Cañoneras de Clodovildo
Debate sobre la influencia de Estados Unidos en la República Dominicana a principios del siglo XX
Arrellanado en su poltrona dominante en el exclusivo Café Ambos Mundos, Clodovildo contemplaba en una tarde de cielo plomizo la dinámica de la urbe de los Colones, mansa como la ría ancha apozada del Ozama. Todavía se notaba amodorrada pese a los pitazos del Progreso que le sonaban en el tímpano, ya desde los vapores trasatlánticos surtos en la rada o de las locomotoras de los ingenios circundantes que movían carga hacia las dársenas del puerto.
Francisco Tagliamonte, con establecimiento en Comercio 37 y recién arribado de su viaje a Europa, le refería animoso a Codovilla el contenido del cargamento surtido de nuevos paños finos de lana para caballeros, claves para mantenerse elegantes a la moda parisina. Casimires ingleses súper 120´s de lana Merino en sólidos colores negro y azul de calidad inigualable, así como sobrios cortes de Príncipe de Gales y otros paños listados a rayas.
Pero Clodovildo, ante la entusiasta promoción que hacía el negociante en textiles, tenía su foco en el Listín Diario, desplegado a todo cuerpo sobre la mesa, cuya edición del 5 de enero 1910 insistía en documentar la visita de Mr. Dickinson, el Secretario de Guerra americano. Así, medio cortante, Clodovildo le espetó a Tagliamonte: “Presta attenzione, amico mio”. Y procedió a la lectura en voz alta.
“Más sobre Mr. Dickinson. Declaraciones que ha hecho.
Ayer tarde, después del almuerzo que les ofreció el Encargado de Negocios de los Estados Unidos en la Legación, Mr. Dickinson y sus acompañantes, con algunos empleados de la Receptoría y otros señores, pasearon río arriba por el Ozama en un guardacostas, paseo del cual regresaron en las últimas horas de la tarde. Después visitaron las ruinas de San Francisco, de dónde se trasladaron a bordo del Mayflower, que zarpó a las 7 con rumbo a La Habana.
Ayer en la mañana, al visitar Mr. Dickinson la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, manifestó al Secretario, señor Cabral y Báez, que su visita no tenía nada absolutamente de oficial, que únicamente quería recrearse aquí para descansar de la continuada y recia labor que había tenido en Puerto Rico, a donde, como saben nuestros lectores, le llevaron asuntos importantes que se relacionan con el Status político de aquella isla. Estas mismas manifestaciones y en distintos sitios las hizo Mr. Dickinson repetidas veces.
Mr. Dickinson es hombre, al parecer, de un temperamento fogoso. Cuando llegó frente a la Casa en ruinas de don Diego Colón, como no se encontraron a mano las llaves, pidió permiso en un cafetín de al lado y por allí pasó a la derruida mansión del hijo mayor del Almirante descubridor.
Según refieren personas que lo oyeron, Mr. Dickinson dijo casi al llegar que no deseaba que aquí le estuvieran dando champagne a cada momento, como en Puerto Rico, donde fue tratado con gran esplendidez. Prefiero agua de coco -agregó- que me gusta mucho y que además de ser muy deliciosa, es del país. Por la mañana, en momento en que Mr. Dickinson pasaba por frente al Mercado Antiguo, se fijó mucho en la botillería de prú y estuvo informándose de cómo se confeccionaba ese líquido. Casi pareció dispuesto a bajar del carruaje y tomarse una botella del dulce y picante refresco.
Entre otras declaraciones, hizo Mr. Dickinson la de que había recibido una impresión muy agradable en Santo Domingo. Estos edificios antiguos -dijo- y estas huellas de los primeros días de la colonización, solo pueden contemplarse en Santo Domingo. Estoy seguro de que a medida que el país adelante en todos los órdenes de la vida de los pueblos, esta capital será muy visitada por touristas de todo el mundo. El Listín desea a Mr. Dickinson y a sus acompañantes un viaje muy feliz.”
Con su mirada aguzada, Mr. Dickinson -al igual que otros visitantes extranjeros- apuntaba visionario al valor histórico de esas infraestructuras que hoy tratan de preservar por enésima vez arquitectos restauradores con fondos del BID y el MITUR, como un atractivo turístico singular de la Cuna de América.
Esta reseña de la edición del gran diario de la primera semana de la década del 10, ratificó en Clodovildo el convencimiento de que en Santo Domingo había que mantener la vista puesta hacia el Norte imponente y leer constante sus señales de humo. Para evitar -le comentó a su connacional Franco Tagliamonte- equivocar el rumbo cierto. En esas estaba, cuando se sumó al convite Gerardo Ellis Geraldino, propietario de una fábrica de artículos de óptica y taller de platería de los más antiguos de la plaza, sito en la Calle del Comercio. Acostumbrado a leer entre líneas, Geraldino hizo rápidamente su aporte a la conversa, tras ordenar un estimulante vermuth Cinzano.
Otro concurrente a la tertulia de Codovilla en Ambos Mundos, asiduo colaborador de la prestigiosa revista La Cuna de América, se animó a tomar parte en el tema puesto sobre la mesa. Más versado en la historia del país, le dio un toque de profundidad al momento. Lo que los anglos llaman background.
“Este país entró hace tiempo a la esfera de influencia de los americanos, desde las últimas décadas del siglo XIX cuando los presidentes Grant y Báez intentaron su incorporación a la Gran Unión Americana y enajenar la península de Samaná. También el competente Sr. Galván, nuestro novelista y probo servidor público, fue enviado a Washington en 1884 para negociar un tratado de reciprocidad comercial que no prosperó. Pero fue con Teddy Roosevelt y su garrote, que en la primera década de este siglo XX, la famosa Doctrina Monroe se concretó con su Corolario. Continuada por su protegido William Taft, con las cañoneras y la diplomacia del dólar engulléndose las repúblicas indóciles del Caribe y Centroamérica con la voracidad de un escualo hambriento.”
El resbaladizo Codovilla, situándose en un terreno políticamente neutro, conminó al interlocutor de La Cuna a aportar ejemplos de lo dicho, reto que éste recogió con gusto.
“Bueno, aquí se conoce la secuencia interventora de los buques de guerra de la Armada Americana cada vez que la puerca retuerce el rabo. Ahí van algunos nombres ya populares por estos lares: Praire, Atlanta, Detroit, Newark, Columbia, Olympia, Dixie, Yankee, Dubuque, fondeados en misiones reiteradas de las escuadras navales del Caribe, el Atlántico Norte y el Sur. Esos y otros barcos han rendido esmerado servicio junto a la oficialidad y los soldados del U.S. Marines Corps para resguardar los intereses norteamericanos y de paso evitarle mayores desgracias al país, devorado a ratos por sus caudillos insaciables y levantiscos.”
“Cuando Horacio Vásquez firmó con Teddy Roosevelt el Protocolo de enero 1903 consolidando la deuda con la San Domingo Improvement Co., llegaron a puerto unidades navales artilladas para patentizar el compromiso. Al triunfar la rebelión de Alejandrito Woss y Gil frente a Vásquez, los primos Horacio y Mon embarcaron por Puerto Plata hacia el exilio en Cuba en el USS Atlanta. Antes, Horacio vice de Jimenes, se levantó en armas contra éste y entonces la balanza gringa basculó a su favor.
“En la Revolución de la Unión que juntó a horacistas y jimenistas contra Alejandrito, apoyaron a Morales Languasco que la encabezó siendo gobernador de Puerto Plata, reconociéndolo en enero de 1904 como presidente con unidades navales presentes. Ante la rebelión de los jimenistas que asediaban la capital, el 11 de febrero bombardearon Pajarito en una operación relámpago con despliegue de marines en tierra de los cruceros Newark y Columbia. Tras un incidente que costó la vida al maquinista del Yankee y comprometió la seguridad del mercante New York de la Clyde. Siempre en el medio los sobrinos de Sam.”
Como si fuera un eco de estas consideraciones intercaladas con buen café y chocolate de taza del país, en su polémica columna Quisicosas del 5 de enero 1910, un nacionalista Fray Luciano (seudónimo del periodista Arturo Freites Roques, editor del semanario El Látigo y redactor del Listín Diario, quien sería asesinado en la Hostos en 1914) formulaba su punzante comentario sobre la visita meteórica de Mr. Dickinson.
“Con motivo del año que comienza, deseo felicidad a los lectores del Listín que leen mis Quisicosas. Con la llegada de Mr. Dickinson, Secretario de Guerra del país del trompis y de los salchichones, deseo fervientemente a mis paisanos vergüenza. No pretendo que sea inculta la recepción que se le haga al representante de una nación que, no porque nos haya impuesto ciertos místers y demás adláteres, deja de ser amiga, pero sí quiero, patrióticamente, que el enorme Secretario del enorme país a que aludo, a la hora de largarse no se lleve mala impresión de nuestro modo de ser.
“El papel que han cogido los yankis de protectores y sofrenadores de nuestros desórdenes, como si ellos fueran un modelo de pueblos, nos obliga a observar en el caso presente una conducta muy seria y discreta. Sabio y muy bueno que el Gobierno reciba al Sec. de Guerra americano, digna y cordialmente, pero la actitud nuestra en este caso debe ser una que les diga a los mastodontes de Norte América, que la paciencia de hoy es hija de las circunstancias y que, si bien se ha tolerado que nos pongan la silla, jamás toleraremos que se nos trepe el jinete. Los pueblos pequeños y débiles sólo tienen un arma para defenderse del ataque de los colosos: su dignidad. Seamos dignos, ante todo.”
Quizá Fray Luciano pensaba en Thomas C. Dawson, el Ministro en Santo Domingo, quien el 03/12/1905 escribió al Secretario de Estado en Washington. “El vicepresidente Ramón Cáceres llegó a la capital, requerido por el Consejo de Ministros horacistas. A petición de ambos, el presidente Carlos Morales y el vice Cáceres, estaré presente en una reunión convocada para hoy. El sentimiento es que habrá una eventual ruptura de la corriente horacista con el actual presidente. Si el vicepresidente y su facción, que tienen el control militar, deciden arrestar al presidente o lo forzaran a renunciar, pido autorización para solicitar al almirante Royal Bradford que ordene un desembarco de tropas para proteger los intereses y ciudadanos de Estados Unidos, además para preservar el orden en la República”.