Charing Cross y el boroneo dominciano
Explorando economías a través de los ojos del vendedor de cocos
El reloj cuelga de la pared y en la radio anuncian cómo será el día. En unas cuantas horas, nuestro protagonista estará en su pequeño negocio. Ya casi está listo para empezar la faena. Su función en la economía puede ser ergonómica, (se adapta a los vaivenes el sol), hablando en el móvil lenguaje de los fabricantes de algunos artefactos modernos.
Acostumbrados a los indicadores, los economistas no huyen de él sino todo lo contrario. Un economista de un “organismo potente”, desearía estar aquí, en este escenario lleno de vida. Podría entrevistarlo, hacerle un cuento, indagar en sus minucias, averiguar qué quiere, cuáles son sus planes hasta fin de año.
Un economista extranjero me dice que quizá, bajo este sol, es interesante ver lo que venden los dominicanos en las calles, porque él mismo ha visto lo que se vende en Rio de Janeiro, Caracas y México (DF).
Entiende que para calificar de hermosa a una ciudad, (una de sus tareas alternativas), tiene que ver cómo funciona la dinámica citadina, tanto de noche como de tarde. Después de una cena, lo llevo al hotel donde meditará en su calificación y pensará que todo ha salido bien.
En Londres, Tokio y Beijing ocurren cosas fenomenales. Hace mucho tiempo, cincuenta años atrás, un viajero entrenado nos decía que en China logró ver carritos (tirados por gente) que acarreaban a otra gente. Una chica muy amable me contaba que en Londres, las cosas parecen surreales. Le pregunto que si tiene la clásica foto en Abbey Road y de inmediato me la busca. Me muestra no solo esa sino la de algunos conciertos. En el álbum de Los Beatles del mismo nombre se incluyen las canciones Come Together, Something, Oh Darling, y Octopus Garden, entre otras.
Esta amiga ha ido a estudiar a London School of Economics (LSE), y tiene muchas experiencias qué contar. La imagino diciéndole adiós a la reina o saludando a Kate Middleton, si acaso. Me dice que Londres es como las películas y ya le creo. Imagino los autobuses color rojo y Donwing Street. Imaginamos de buena gana cómo sería un vendedor de cocos en pleno Londres, la entramada red y el laberinto que imaginaron los escritores, la telaraña.
Se la ha pasado leyendo un libro en un parque. Entiende que debe dejar pasar el tiempo y vive una lectura en Abbey Road, porque la economía tiene que funcionar y no todo proviene de las arcas reales. Un análisis micro de la economía londinense llevaría a algunos a entender que allí también rueda el dinero y hay gente que canta como decia el anuncio dominicano: sin ir mas lejos, tenemos las agrupaciones de rock y tenemos también el peinado adecuado de Jhonson.
El PIB de Inglaterra en el segundo trimestre del 2023 fue de 761. 612 millones. Londres tiene 8.9 millones de habitantes. Nosotros –los habitantes del planeta–, somos seres microeconómicos e informamos a la comunidad de naciones: en las estadísticas apararecemos y esperamos tener un buen lugar entre el Támesis y Charing Cross.
Sobre Santo Domingo, alguien me dice: “estos vendedores hay que regularlos…entran a cualquier lugar y a veces ensucian el entorno”. Argumenta que dejan caer pedazos del producto en las calles, que luego requieren limpieza que los hombres de los camiones no están en disposición de hacer. La jícara de coco se convierte en materia de importancia nacional, como otros productos: el café, el cacao, el tabaco.
En su mecánica diaria, esa muchacha que ha salido del gimansio no se atreve a abrir la ventanilla de inmediato. A su modo, pregunta si el vendedor de cocos estará en ese mismo lugar en la tarde. Tiene a otra persona que podría acompañarla a venir a este mismo sitio y efectuar la compra.
En este momento, con los “calores” de la capital, los cocos se han convertido en pieza clave. Son necesarios para el que pasa por la esquina con la intención de refrescarse. La muchacha calcula que mañana se detendrá y perderá el nerviosismo: se atreverá a comprar varios cocos. Compradoras potenciales, las muchachas del gimnasio sabrán que hay algo tan interesante como las bebidas isotónicas.
Por su lado, nuestro vendedor de cocos lleva calculado que antes de fin de año tiene que disponer de tal cantidad de ingresos (está en pleno boroneo). Los investigadores se detienen ante un hombre que recibe la afluencia de los automovilistas (que se detienen a comprar).
Bajo el sol intenso, nuestro amigo los pelará de inmediato en una avenida no tan transitada. Ha elegido este lugar para evitar peligros. Sabe que para la tarde habrá vendido todo lo que tiene en el carrito. Lo que hará ahora es guarecerse ante estos chubascos aislados. Ha comenzado a llover en Santo Domingo, pero “esto terminará en pocos minutos”, piensa. En Meteorología lo han dicho claro: “parcialmente nublado”.
En pleno boroneo, nuestro protagonista es especialista en cierto tipo de conocimiento: conseguir el producto, pelarlo y dárselo a la gente. Aunque trabaja en otros negocios, entre ellos en una crianza de chivos, lo que lo mueve todos los días es salir a la calle. Digo en voz alta que “este sol es idéntico al de las playas”. Una muchacha con su sonrisa me responde: “es el mismo sol”.
Al cabo de un rato, el economista extranjero me llama por teléfono y me dice que en el hotel están pasando una película que ni para qué me cuenta. Me dice que sí, que Santo Domingo tiene personalidad y es “muy afable” y hermosa. Esa ha sido su calificación. Pedimos dos copas.