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Tiempos de la Guácara Taína

Evocando la Guácara Taína en el parque Mirador del Sur

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Tiempos de la Guácara Taína

Como hacían otros en el pasado, hoy entras al Jardín Botánico y al Mirador del Sur para salir a caminar, montar bicicleta y pasar un rato agradable. En los noventas, a inicios de esa década no perdida como la que le antecedió, en ese mismo Parque Mirador del sur había una discoteca, la llamada Guácara Taína, a la que fueron muchos extranjeros que venían a la isla, pero también dominicanos.

En ese lugar, en la vasta noche, un turista español –lo descubriste por el acento–, le dijo a su compañera, era a la salida de la discoteca, que le diera un beso y un abrazo delante de todos. Se armó un rebú.

No puedo afirmar que estuviera pasado de copas: lo importante es que había bailado esa noche de manera intensa y quería decirle a su amada compañera, no dominicana, que le diera una muestra de afecto, ya fuera de la Guácara. La multitud estaba en la parte delantera de la discoteca.

Los que salíamos de este lugar teníamos otra misión: ir al Caco, un establecimiento que quedaba relativamente cercano a este lugar, una esquina después de la Sarasota. A qué íbamos: a degustar los más apetitosos jamberguers de la ciudad. Con el paso del tiempo, Santo Domingo creció y con ella, el número de establecimientos nocturnos, no solo para el baile sino para comer. En aquellos años (como hoy) los economistas del Banco Mundial estarían intentando arreglar la economía de todos los países.   

Los que salían de la Guácara en esa noche tenían la sensación de que podían pasar otras horas, no ya bailando sino afuera, en las inmediaciones del Mirador, charlando, esperando que pasara una estrella fugaz. Lo cierto es que los que montan bicicleta en este lugar, miran con cierta experiencia el lugar donde se baja a unos cuantos metros, no pocos para entrar en la cueva que estará repleta de canciones del techno más desatado. Algunos de los que fuimos allí pensábamos en la posibilidad de un derrumbe: podíamos ver las estalactitas en los muros, formaciones geológicas de hace mucho tiempo. 

Hoy algunos dicen que no es que el Mirador sea como el Central Park, pero es un sitio donde los pulmones consiguen mayor cantidad de oxígeno. Alguno me recordará con entusiasmo: “por eso era que el Doctor Balaguer iba allí a ejercitarse”. He escuchado historias de gente que lo vio mientras caminaba en el parque. No recuerdo ahora cuál era la hora precisa de aquellas caminatas. El despliegue noticioso era efectivo.

¿Cómo era eso? Todos veíamos las fotos en los periódicos de las caminatas del “Doctor” por el Mirador, el doctor que también tenía una casa en Guagui en La Vega, un doctor que se había caído en un helicóptero y que se había salvado por intermedio de la Virgen de La Altagracia. Quien lee las declaraciones de Balaguer se da cuenta del peligro que fue ese accidente: “se salvaron en tablita”. La prensa de la época cubría la noticia como la de Prigozin, el líder de los Wagner que ayer estaba en la lista de los pasajeros de un avión caído.

Los que han profundizado en esa historia, sabrán que los libros capturan el momento en que el doctor “colorao” manda a uno de los responsables del accidente a una región lejana de la isla de Santo Domingo, como escarmiento. Lo envió al sur profundo donde, dicen las crónicas, pasaba las tardes jugando al billar. El “Doctor” había dado una rueda de prensa en el Palacio y emitió un discurso donde aclaraba que Virgen de La Altagracia lo había salvado, todo esto televisado.

Algunos libros tratan este tema histórico con lujo de detalles. Algunos políticos dan su versión sobre ese suceso que conmocionó a la ciudadanía entera en una época donde no teníamos guasá y donde no había tanto comentario en las redes: vivimos en el Agora griego, repleto de argumentaciones y contra argumentaciones, de pareceres de todo tipo y de versiones que hay que revisar de manera constante para evitar que todo sea una broma en la red. 

Algunos dirán que hay otros sitios que tienen más árboles que el Mirador del Sur y compararán los lugares: el Botánico, por ejemplo. Algunos colegios hacen actividades en este lugar pero ojo: no siempre lo andas entero, no andas en skateboard ni en bicicleta. Vi en las inmediaciones del sitio a una muchacha en skateboard que desafiaba la gravedad. Entre las calles de Santo Domingo, hemos visto a otra muchacha en ese mismo tipo de skateboard, entre los automóviles.  

La Guácara forma parte de un montón de recuerdos que tienen almacenados un gran grupo de dominicanos, no por ser la mejor discoteca sino por una gran sospecha: los bits continuos de la música podrían haber hecho algún derrumbe, como he dicho antes, algo que no habrían previsto los manejadores del sitio. Lo cierto es que nunca se produjo tal acontecimiento. Entrábamos, escuchábamos la música y comenzábamos a bailar. No sé si había viajes guiados de turistas para verla en las mañanas. Este era un lugar nocturno: mucho alcohol en las mesas. 

Todos felices y contentos con haber ido a la Guácara, como otros fueron a otras discotecas entre ellas, como se sabe, las de los Hoteles. Una anécdota curiosa que algunos rescatan de la empolvada memoria: en los baños del Hotel Jaragua, para la época, se podía escuchar a Rick Astley, cantante que hacía furor en una época perdida en la decadencia. Alguien me dirá: “si, pero esos discos lo ponía una emisora”. “Qué de Rick?” Puede preguntarme alguno. Recomiendo seguirlo en una época en que el Pop te da cierto sentido de camino. Hoy mucha gente lo sigue en las redes sociales.

“Los políticos no tienen tanto estilo como tenía Balaguer”, dice un amigo. “Ninguno camina como el Doctor por ese pedazo de bosque”, continúa otro. Exagera un poco, tengo que decir porque de cierto de cierto os digo que los árboles que nos faltan son muchos. Y pensar que en algunas zonas de la ciudad estos son derribados. Por suerte, en la tormenta de ayer no vimos muchos árboles en las calles.

Aclaro que nunca fui reformista pero era un caso, todo un caso, ver a este líder dominicano dar declaraciones sobre su estado de ánimo y su costumbre de estar fitness a los ochenta años de edad. Eran otros tiempos.  

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El autor es mercadólogo, escritor y melómano nacido en 1974.