Escritores en clave totalitaria
El papel político de los escritores en la literatura
La afirmación generalizada es que los escritores para estar en buena onda deben ser de izquierda. Y habiendo sido la izquierda política manantial de ideologías que promovían la igualdad, el bienestar de los pueblos, la emancipación de los oprimidos, la libertad y otros principios, y la escritura literaria una forma, tal vez la más expedita, para difundir y defender valores tan altos como los señalados, asumir lo contrario era ser de derecha.
Por largas décadas ése ha sido el signo que ha acompañado el talante del escritor. No en tanto el valor de su escritura per se, sino en función de que la misma sirviese a un ideal revolucionario. Al escritor, fuese poeta, novelista, ensayista, había que leerlo y pregonar sus dones si la línea de su discurrir literario o el estilo de su pensamiento analítico propendían a las insignias y consignas de lo que, entonces, y todavía hoy, se entiende y se señala como actitud de izquierda.
Era imprescindible leer no sólo a Marx y a Lenin, sino también los postulados de Gramsci, la poesía de Maiakovski, la economía política de Nikitin, la novela “La madre” de Máximo Gorki. Era igual en otras plataformas geográficas donde la “literatura comprometida” llevó al hoy reconocido exceso de la “industria” del “realismo socialista” en el ejercicio de la escritura, y al empadronamiento de los literatos -la URSS pionera- en las llamadas “uniones de escritores”, desde donde se marcaban pautas y censuras.
Desde la otra acera, sobre todo en el proceso distorsionador de la Guerra Fría, los Estados Unidos hicieron su parte, estableciendo imprentas, distribuidoras de libros y propaganda literaria en distintos países del mundo, y promoviendo a escritores que defendían las señales contrarias a las pregonadas por las naciones gobernadas por aparatos políticos e ideológicos marxistas. Se han escrito buenos libros que revelan el rol de los gobiernos norteamericanos y de sus organismos de inteligencia en esa labor de contraposición a la literatura y propaganda ideológica comunista, y en la que jugaron roles estelares no solamente escritores relevantes sino también artistas -músicos, pintores, danzantes, intérpretes- enrolados en esa tarea.
Esta historia de contribución de la literatura a causas políticas definidas, no solamente abarcó al campo marxista y al terreno que le adversaba. El fascismo y las dictaduras que no se sustentaban en ideologías establecidas sino en actitudes personalistas o en cónclaves anfibios cívico-militares, tan de uso en la geografía latinoamericana y en los remotos y crueles prados de la africanía, también surcaron estos espacios de limitación y gobierno de la literatura, estableciendo cánones y reductos que, desde la escritura, sirvieron a sus objetivos. Empero, siempre existieron autores de libros de enorme trascendencia, que dándose a conocer en medio de la vorágine de la época -desde los finales de los cuarenta hasta entrados los sesenta- ejercían contra la literatura ideologizada. Por ejemplo, C. Virgil Gheorghiu, el novelista rumano que escribió “La hora 25” y “La segunda oportunidad”, dos novelas que mostraron las atrocidades del nazismo y las desventuras de las dictaduras ideológicas. O el George Orwell de “Rebelión en la granja”, una formidable fábula contra el estalinismo, que igualmente gravitó en la forma de razonar las urdimbres de las ideologías. Esta novela del escritor británico es anterior (1945) a “1984”, su obra cumbre (1949). En ambas, se muestra al novelista que al hurgar en los sentimientos y las pasiones humanas, descubre y advierte los afanes totalitarios, la crueldad y la indiferencia absoluta a la dignidad y a los derechos fundamentales de todo ser humano, acosado, observado, reducido. Años antes, Hannah Arendt creó un cuerpo filosófico, signado por la valentía, y mostró al mundo la telaraña que cubre a las democracias occidentales y el predominio de la sinrazón de las ideologías en boga. Y años después, Jean Francois-Revel iluminó el mundo con la publicación de dos textos fundamentales: “La tentación totalitaria” (1976) y “El conocimiento inútil” (1988), que tanto influyeron en la concepción liberal como en la toma de posición contra los absolutismos. En la segunda mitad de los sesenta Milan Kundera satirizó contra el comunismo estalinista, pregonó en sus novelas y en sus cuentos los desajustes de una humanidad constreñida por las ideologías y reseñó las dificultades de la disidencia política en tiempos de la Guerra Fría en la Europa del Este, bajo los principios filosóficos de Nietzche.
Estos novelistas y pensadores, empero, no fueron ajenos a responsabilidades asumidas en sus derroteros humanos. El valor está en su literatura, no en sus meandros personales, que en algunos casos llegaron a ser auténticos contubernios con posiciones que contradecían sus escritos. C. Virgil Gheorghiu había publicado antes de “La hora 25” un libro donde se mostraba enemigo de los judíos y elogiaba a Hitler. Nunca negó la existencia de su libro y se avergonzó públicamente por haberlo escrito. Se refugió en un seminario y, al igual que su padre, se ordenó de sacerdote ortodoxo rumano. Los primeros textos poéticos de Kundera fueron abiertamente pro estalinistas y antes de denunciar la situación de su patria checa sirvió como espía al servicio del régimen socialista. Gorki, creador del “realismo socialista”, escribió su clásica novela sin haber vivido los hechos que narra ni tener vocación obrera -desestimaba todos los trabajos que le ofrecían-, simplemente cumpliendo con el objetivo marcado por la ideología. Orwell, el escritor que describió las fases -y fauces- del totalitarismo, fue miembro de la Policía Imperial en Birmania, antes de que se convirtiese en antiimperialista británico, social demócrata, luchador contra el nazismo y el estalinismo y, finalmente, parte del bando republicano en la guerra civil española. El poeta Gabriele D’Annunzio incubó con su pensamiento el ideario fascista y fue el escritor preferido de Mussolini. El famoso dramaturgo Luigi Pirandello (“Seis personajes en busca de autor”) fue un fascista militante, como Curzio Malaparte, Marinetti, Ungaretti y el principal teórico del fascismo, Giovanni Gentile, entre muchos más.
En América Latina formaron legiones los que secundaron tanto el fascismo como el marxismo soviético y el maoísmo chino, incluso quienes creyeron las proclamas anti judías de Hitler, por motivos religiosos o de otra índole. Coronel Urtecho fue somocista convencido y agraciado, antes de hacerse fiel del sandinismo. Huidobro flirteó siempre con el autoritarismo conservador y muchos comunistas trabajaron para dictadores de derecha. A pesar de la gran cantidad de escritores de primera categoría que se fue al exilio o luchó contra el franquismo, los hubo también quienes, desde la Falange o desde las asentaderas proporcionadas por Francisco Franco, defendieron la dictadura española. Como Mussolini, toda una maquinaria intelectual refrendó el ascenso de Trujillo al poder con una proclama fechada el 23 de abril de 1930 y publicada en el periódico La Opinión con las firmas de Tomás Hernández Franco, Manuel de Jesús Galván, Emilio A. Morel, Domingo Moreno Jimenes, Andrés Avelino y otros tantos.
Los escritores que escribieron, ocasionalmente, en primera o segunda intención, obligados por la ideología o creyentes firmes, en clave totalitaria, suman centenas. Los creadores literarios o los pensadores de cualquier estirpe intelectual, han estado siempre marcados como los guías de la sociedad, de su presente y de su futuro. Aunque algunos lo hayan sido esta no es la identidad de este conglomerado. No son los escritores, es la escritura literaria, la obra que dejan como legado, lo que puede conducir el destino de un pueblo. No sus creadores, no sus productores, cuya humana naturaleza los convierte en seres cambiantes, modificables, de doble cara, propensos, por un extraño proceder, a la desgracia histórica de los totalitarismos y a las engañifas aún vigentes, a pesar de todas las demostraciones en contrario, de los absolutismos y las dictaduras.
- LA HORA 25
Constant V. Gheorghiu, Ediciones G, 1967, 367 págs. El libro que produjo el destape en los años sesenta sobre la desgracia de los totalitarismos.
- REBELIÓN EN LA GRANJA
George Orwell, Ediciones Destino, 1973, 180 págs. La alucinante visión de un estado totalitario. Con prólogo del autor sobre “La libertad de prensa”.
- LA MADRE
Máximo Gorki, Editorial Ciencia Nueva, 1968, 337 págs. La narrativa realista en su máximo esplendor. Madre e hijo en lucha contra el zarismo.
- LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER
Milan Kundera, Tusquets, 1985, 320 págs. Una novela reflexiva y audaz sobre el valor del amor y la libertad, sobre el ideal y la sabiduría.
- EL CONOCIMIENTO INÚTIL
Jean-Francois Revel, Círculo de Lectores, 1989, 486 págs. Los dogmas y mitos irracionalmente postulados y defendidos en un mundo que se mueve por la mentira.