El heredero y el repuesto
El Príncipe Harry detrás de los titulares
Las gaitas siempre sonaban en Balmoral. La reina pedía que un gaitero tocara para despertarla y para acompañarla en la cena. Aquella noche triste, el padre llegó a la habitación de los dos niños para informarles la noticia. “Todo se detuvo, de forma nítida, cierta e irrevocable”, como anotara Harry. El hijo menor no supo que más hizo esa noche: se quedó en la cama, no se aseó, no hizo pipí, no llamó a sus sirvientes. Sólo volvió en sí cuando escuchó al gaitero de la reina tocar su instrumento a las nueve de la mañana. “Con las gaitas no es una cuestión de melodía, sino de tono…está diseñada para amplificar lo que ya se lleva en el corazón”.
Aunque ya no vivía con ellos desde hacía un tiempo, ella siempre estuvo para sus hijos y los contactaba a diario. Harry sabía que su madre era una princesa y que tenía nombre de diosa, pero esos términos los consideraba insuficientes. Ella era mucho más. “Era omnipresente por el mismo motivo por el que resultaba indescriptible: porque era luz, luz pura y radiante, ¿y cómo describir realmente la luz”. Hablar de ella se convirtió, sin embargo, en un tabú. Sus hijos no podían mencionarla en las reuniones familiares. Tenían que ir a un viejo sótano para poder recordarla. Lo hicieron abiertamente, contra la voluntad de su padre, cuando el mayordomo de Lady Dy publicó sus memorias para ganar dinero con la historia de la princesa muerta. Perseguida, obligada muchas veces a ocultarse, sufriendo los impactos del desamor, aún muerta seguía siendo acosada y difamada. William y Harry aprovecharon un momento junto a la prensa y manifestaron abiertamente su disgusto. Tenían prohibido hablar de su madre, pero violaron la disposición de su progenitor. Harry, primero que William. El mismo Harry que aprendería a desenvainar la espada de su palabra y que lo ha hecho con unas memorias bien escritas, detalladas y valientes. Nada nuevo. Los Windsor se han peleado por siglos. El rey Eduardo, abandonó su cetro y se fue con su amada Wallis bien lejos del reino. Harry no es excepción.
El tercero en la línea sucesorial, virgoniano de ideas firmes, iba a comenzar entonces una vida de múltiples caminos que lo colocaría en la cresta de la ola por años y hasta nuestros días. Desde el funeral de la princesa (“¡No pueden obligar a estos niños a caminar detrás del ataúd de su madre! ¡Es una barbaridad!”, gritaría el tío Charles, hermano de Diana), la enemistad surgida entre los hermanos, sus estudios, los amigos, las novias, sus viajes por el mundo. Quien crea que se trata de una historia frívola, se equivoca. Harry muestra inteligencia y humildad al narrar los motivos de por qué ha escrito estas memorias, insuflado por su padre y su hermano, cuando ambos le dijeron que desconocían las razones por las cuales deseaba irse del Reino Unido y vivir fuera de sus predios. “¿No lo saben? ¿Hablan en serio? ¿De seguro, no lo saben?”. Harry decidió escribir su historia, toda su historia, aún cuando algunos episodios sólo los insinúe, o diga que no los recuerda ¿para no contarlos?
Buckingham, Westminster, Balmoral, Sandringham, Clarence House, Frogmore cottage, Althorp (el lugar privado donde está enterrada Diana), toda la vida de la realeza británica sobre los muros centenarios de sus símbolos físicos. Y luego, África, Lesoto, Botsuana, los lugares donde fue inmensamente feliz. El Polo Norte, Canadá, Belice, Bahamas, Jamaica, Las Vegas, la Antártida, París, el Polo Sur, el tequila, el ron con coca-cola, la marihuana, la cocaína, pastillas, drogas duras, testimonios sin ocultaderas, porque él no buscaba mentir. Y desde otra acera, Elton John, el amigo de su madre, las Spyce Girls (“Si quieres mi futuro, olvida mi pasado. / Si quieres estar conmigo, decídete rápido”), la poesía merodeando por los trillos de la guerra como aliciente y escape; Shakespeare, el autor del que su padre era fan y quien le obligó a leerlo o a conocerlo en el escenario; y un libro favorito de juventud: “De ratones y hombres” de John Steinbeck. La abuela, el abuelo, Gan-Gan (la bisabuela), la tía Margarita, el club H, Kate, Chelsy (pudo haber sido su esposa), Camila (La Otra Mujer: ella “había desempeñado un papel protagonista en el desmoronamiento del matrimonio de nuestros padres y, sí, eso significaba que había tenido que ver con la desaparición de nuestra madre”). Oprah Winfrey, su descarga mediática tan útil en su nueva etapa de vida. Y, desde luego el padre: “Papá siempre había parecido un poco ausente. Siempre había dado la impresión de no estar del todo preparado para la paternidad: las responsabilidades, la paciencia, el tiempo”.
A Harry (el príncipe bobo, el príncipe aprendiz, el pelirrojo, el flacucho, Haz, Baz, los sobrenombres con los que le fastidiaban) lo hicieron militar. Era uno de sus deberes. Cumplió a gusto y con susto su tarea: “La carrera militar me apartaría de los ávidos ojos del pueblo y de la prensa. Y al mismo tiempo encajaba con mi deseo de marcar la diferencia”. Se convirtió en un buen tirador y en un experto piloto. Como soldado pues, voló sobre Irak y Afganistán. Hubo que pelear. Fue, entonces, el Zorro Rojo, en la nomenclatura de los ataques aéreos. Y mató. Contó veinticinco talibanes a los que dio muerte. La amenaza talibán aún lo persigue.
Como lo persiguió siempre: la prensa británica casi sin excepción; los paparazzi que, como a su madre, nunca le dieron tregua; el Heredero al trono, encumbrado en su futuro y el Repuesto, un tercer sustituto sin posibilidades; el cuestionamiento que hizo a los resultados de la investigación sobre el accidente de su madre (siempre quiso saber “cierta verdad”); su rol en la realeza y la realeza misma como institución (“Formar parte de la realeza resultó no ser tan distinto a salir al escenario. Actuar siempre es actuar; lo de menos es el contexto”); sus problemas de insomnio; sus frecuentes ataques de pánico producto de la agorafobia que padeció; los soplones de palacio que divulgaban (con o sin dirección) chismes que abonaran al periodismo sensacionalista y a una población que los consumía (El Abejorro y El Avispón, que no identifica).
De otro lado están los recuerdos de su madre, de quien dice haber heredado una cuantiosa fortuna; las constantes y extrañas “presencias” que afirma le acompañaron muchas veces, para advertir peligros o para cuidarle; sus amigos leales, que aún siguen a su lado; las enseñanzas que dejaron en él sus lecturas filosóficas (cuando quiso dejarse la barba pensó que fuese algo freudiano -“la barba como manta de apego”- o quizá junguiano -“la barba como máscara-“); el trato de la abuela (entre ambos existió una “relación singular”); su fortaleza, su seguridad en sí mismo, su ejemplo de solidaridad humana, que siguió firme la ruta marcada por su progenitora; los preparativos de su boda, un acontecimiento descrito en todos sus detalles, los conocidos y los hasta ahora ocultos.
Harry quiso ser distinto, y eso cuesta. Le hubiese gustado trabajar en una caseta de fondues o como monitor de esquí. “Una parte de mí deseaba hacer algo totalmente fuera de lo común…abandonarlo todo, desaparecer, igual que había hecho mi madre. Y otros príncipes”. Anhelaba buscar su función en este mundo, forjarse su propio camino. Una actriz estadounidense Meghan Markle le ayudó en ese propósito. Aunque perdieron su primer bebé, hoy residen en California junto a sus dos hijos Archie y Lilibeth, gracias a un amigo de Meghan, el actor y cineasta Tyler Perry. Enfrentaron el racismo, las embestidas feroces del hermano, el acoso familiar, la indiferencia paterna, los prejuicios del mundo. Ahora viven libres, “sin prensa, sin dramas y sin mentiras”. Su reflexión sobre la muerte no deja dudas de que se trata de alguien que calculó cada paso antes de dar el paso final (“…la muerte siempre había estado presente incluso en nuestros momentos más felices…Al echar la vista atrás, no veía lugares en el tiempo, sino danzas con la muerte…Ya basta de muerte, se acabó. ¿Qué esperaba esta familia para liberarse y vivir?”).
Sólo se han reseñado las murmuraciones -ampliadas, tergiversadas- y no los grandes valores que encierra este libro, una verdadera caja de sorpresas, pleno de anécdotas tristes y también hilarantes, una de las lecturas más cautivadoras de los últimos meses que sólo atropella una traducción excesivamente castellanizada.
- EN LA SOMBRA
Príncipe Harry, Random House, 2023, 557 págs. Estableció récord mundial en su primer mes de ventas. Lleva 3.5 millones de ejemplares vendidos en el mundo. No es sólo un acontecimiento editorial, son unas memorias que merecen ser conocidas.
- DIANA, PRINCESA DE GALES
Irene Sánchez Horcajo, Edimat, 2008, 189 págs. La historia de una de las personalidades de mayor impacto del siglo XX. Sus orígenes, luchas personales, dramas familiares, servicios sociales. La mujer que le dio un nuevo aire a la familia real de Inglaterra.
- AMANTES Y REINAS
Benedetta Craveri, Siruela, 2022, 407 págs. El poder de las mujeres. Cómo reinas y favoritas crearon alianzas, repartieron favores y castigos, definiendo el rumbo de la historia. La monarquía francesa de los siglos XVI y XVIII en una gran novela erótica.
- REINAS MALDITAS
Cristina Morató, Círculo de Lectores, 2014, 554 págs. Excéntricas, rebeldes, caprichosas, ambiciosas. Sissi, María Antonieta, Cristina de Suecia, Eugenia de Montijo, Victoria de Inglaterra, Alejandra Romanov. Reinas y emperatrices que llevaron el peso de un imperio.
- UNA REINA EN EL ESTRADO
Hilary Mantell, Círculo de Lectores, 2012, 473 págs. La corte de Enrique VIII. El escenario de un desconcertante capítulo de la historia de Inglaterra: la caída de Ana Bolena, narrada por uno de sus protagonistas, el enigmático Thomas Cromwell.