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Cumpleaños feliz

La ciudad de Santo Domingo llega a 525 años

Santo Domingo es una ciudad rara. Contaminada pero sobrearbolada. Implacable, agresiva con el peatón aunque en ella vive la  gente más encantadora, alegre, amable y servicial. Ruidosa, excitada, nerviosa… y lenta. De la que se quiere salir para incomprensiblemente querer volver con impaciencia.

Santo Domingo no admite términos medios. Se la quiere o se le aborrece. Pero incluso cuando uno no la siente como su hogar… se pregunta si la culpa será propia. Es la ciudad de las mil promesas: todo lo bueno está a punto de  ocurrir aunque no todos los días.

El recién llegado cree que todo está por hacer. Se le ocurren mil negocios, trescientas soluciones al tráfico, cuarenta y siete más para preservar Gazcue. Ignora que todo eso se ha discutido ya por años a la sombra gigante en un parque  o en una tertulia de cualquier supermercado. Porque en Santo Domingo todo está pensado, discutido, presupuestado, planificado, contrastado, organizado, adjudicado… es la ciudad con más teóricos por metro cuadrado del continente.

Vivir en Santo Domingo es recoger la contradicción y hacerla propia. Detestamos a los delivery, pero les pedimos que nos suban unos cigarrillos. O una funda con hielo. O una cerveza bien fría. En Europa acaban de descubrir los Deliveroo, Uber Eats… Eso se inventó aquí hace muchísimo tiempo, en un colmado. No hay librerías pero es imposible acudir a todas las presentaciones de libros; hay dos cada semana. Tampoco hay vida cultural, es la queja de los que viajan. Excepto claro, dos exposiciones por semana, ciclos de historia, de lengua, literatura clásica, conferencias para agnósticos y religiosos, seminarios de gurús y gurusas de todo tipo de tema y experiencia. ¿Cursos? De cualquier tema, desde forrado de zapatos a marketing digital.

Santo Domingo es una ciudad que vive un calendario particular. En enero no pasa nada. En febrero hay carnaval. En marzo se acerca Semana Santa. En mayo el día de las madres (aquí todo el mundo tiene varias). En junio fin de curso, se alivian los tapones. Julio para los padres, agosto para vuelta al colegio. Este año sí se pasó rápido… en octubre saca el arbolito porque estamos en Navidad.

Se vive así porque a Santo Domingo le encantan las fechas que permiten organizar el calendario de una ciudad que no tienen estaciones. Santo Domingo vive todo este trajín emocional al ritmo que le dejan sus tapones.

Santo Domingo presume de ciudad colonial. La Primada de América. La primera universidad, el primer reloj de sol, la primera calle, la primera en todo… Como si le importara a alguien. Ahora tratan de recuperar esta Vieja Dama, esas viejas calles llenas de jeepetas  en la que los débiles siempre encuentran un vecino que les pase un plato de comida y los ricos compran el metro cuadrado como si fuera la Quinta Avenida.

Santo Domingo olvida fácil. Ya hay más de una generación que no sabe qué significaba “la parte alta” y dos o tres generaciones que desconocen lo de la “curvita de la Paraguay”. Y eso que de los 35 para arriba, el capitaleño gasta el 60% del contenido de sus conversaciones en recordar que hacía, veía, comía, cantaba, visitaba, recorría, bebía, juagaba…cuando era “muchacho”.

Santo Domingo es triste. Los locos mansos andan por las calles. Nadie les recogerá ni ayudará. Los semáforos son puntos de mendigos. Algunos niños lloran historias de miedo y desamparo si se les pregunta. El Ozama sería un río majestuoso y pletórico si no fuera nauseabundo. Un vertedero en cuyas orillas se apiñan los últimos que llegaron…

Santo Domingo desprecia el urbanismo mientras pregona que es una ciudad que avanza decidida hacia el futuro. No tiene alcantarillas ni tuberías en el 80% de sus barrios pero vive como si las tuviera y nadie piensa mucho en el tema.

Santo Domingo es una promesa. Todo está a punto de ocurrir.

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Inés Aizpún es una periodista dominicana y española. Ha recibido el premio Caonabo de Oro, el Premio de la Fundación Corripio de Comunicación por su trayectoria, y el premio Teobaldo de la Asociación de Periodistas de Navarra.