Ojo al Congreso
Barrilito y despilfarro, la crisis del Poder Legislativo en República Dominicana
En democracia, la importancia del poder legislativo es indiscutible: representa al pueblo, crea y modifica leyes, y supervisa al poder ejecutivo. Actúa como un contrapeso que asegura la transparencia y fomenta el debate plural, garantizando que las decisiones reflejen los intereses de la ciudadanía y respeten sus derechos.
Puro ideal, una descripción básica de esa rama del Estado. En la República Dominicana, el Congreso es más un problema que una solución. La discrepancia con el modo democrático arranca con la selección de los candidatos. Se ha impuesto el lenguaje de las papeletas, con primarias cargadas a favor de dueños de bancas y caciques locales con acceso a caudales.
Salvo contados casos, el “muera la inteligencia” camina por los hemiciclos como garrapatas en ganado enfermo. Allí, el uso de los fondos públicos, por ejemplo, contraviene principios elementales de la buena administración. Como jueces y partes en la aprobación del presupuesto nacional, se sirven con una cuchara tan grande que hasta acomoda una aberración llamada barrilito. El contenido del tonel es corrupción líquida.
Dispendioso, reñido con la gobernanza y ensombrecido por personajes con pasado judicial, nuestro Congreso necesita un cambio radical. Choca con la claridad y sensibilidad ante los reclamos ciudadanos que se intenta practicar en el Poder Legislativo.
Cabe preguntarse si el país no funcionaría mejor con el Congreso permanente de vacaciones, y con los legisladores exclusivamente recibiendo su salario mensual. Total, las iniciativas de nuestros legisladores son escasas y las resoluciones y planteamientos baladíes, que de nada sirven, pueden aprobarlos desde su casa. O desde los negocios de apuestas.
En este triste caso, los responsables de enaltecer las libertades son los primeros en burlarlas a golpes de zafiedad y malos ejemplos.