Y me agarró el covid
Nunca sabré cómo agradecer tanto cariño, tantas palabras esperanzadoras, tanto te quiero amigo, hermano... Ya lo sé, el covid no me matará nunca, si muero será de amor
Estábamos contentos, nos dieron la noticia de que mi hermano José Alberto había salido de un coma y había posibilidades de que lo sacaran de cuidados intensivos. Las navidades habían sido angustiantes y tristes. Todos respiramos felices y Marlene y Angelle, sus hijas, mis sobrinas, me llamaron para que abriéramos una botella de vino y junto a Sonia celebráramos esta vuelta a la vida de este hermano que amo tanto.
Nos quitamos las máscaras y vino va, y vino viene, y el covid, que nos acechaba, también se puso a brindar y, sin darnos cuenta, se instaló en nosotros.
Al otro día perdí el apetito, luego me tupí y comencé a hablar con acento; mi hijo, médico improvisado, me notó extraño. Desde que comenzó esta pandemia se ha hecho un experto en ella y da recomendaciones, evita grupos y se baña en alcohol constantemente. Al rato mi sobrina, que estaba de visita viendo a sus padres, al regresar a Miami le detectaron que estaba contaminada y nos llamó de inmediato para nos hiciéramos la prueba. Yo fui obediente y, para complacerlas, me la hice, al otro día llegó el resultado, donde por primera vez ser positivo era negativo.
Tengo el virus, todos los del brindis teníamos al covid dispuesto a darnos un susto y alterar nuestras vidas.
Una vez más, me dije, si sonrío le será más difícil combatir mi actitud. Tengo todas las de perder, 77 años, problemas pulmonares, un cáncer en mi historial, hipertenso, pero muchos planes por realizar en Casa de Teatro y eso vale más que todo; además, aún no estoy preparado para el regreso y mi Dios lo sabe.
Mi familia, sabiendo lo poco que me gustan los médicos y medicinas, hicieron su plan de emergencia y llamaron a un médico amigo. Al rato estaba en la clínica y el doctor Edgar González esperándome.
No sé porqué estoy tan contento, al parquear, sonriendo, le dije al parqueador: "no se me acerque que tengo covid". Me miró raro. Estaba feliz porque mi familia me mimaba y eso ya me hacía invencible.
Entro, comento mi condición para que se alejen y voy a caja a pagar. Noto que bañan de alcohol el mostrador y luego voy al Tac (no sabía lo que era, pero me lo ordenaron y estoy dispuesto a hacer todo lo que me digan, no tengo miedo). Siempre comento que pertenezco al club de moda, más alcohol a mi paso, salgo a la sala de espera, me siento por los análisis que me voy a hacer y luego de un largo rato el doctor viene con jeringuillas y alcohol (me persigue el alcohol, ¿será que saben que bebo mucho?) y discretamente, como quien lleva a un presidiario, nos vamos al carro y ahí me saca sangre que ni Drácula en sus mejores tiempos. Entiendo esta marginación, demasiado anuncio de mi parte, pero me sentía en la obligación de hacerlo.
-Puede irse y le avisamos.
Wasapeo a mi neumólogo, Gómez Navarro, y le informo. Segundos después en mi WhatsApp aparece el protocolo de pastillas a tomar y las preguntas de rigor.
Puedo quedarme en mi casa, respiro más contento todavía, no es grave, parece asintomático (me gusta esta palabra de moda).
Mi sobrina del sexto, Cristina, ya experta en el virus pues a su familia completa le había dado, me envía un medidor de oxígeno. Una gran ventaja es que al lado tengo viviendo a mis hijos. Mi esposa rápidamente desaloja el apartamento y quedo amo y señor del nuestro con derecho a uso permanente del control de la TV.
El covid no podrá conmigo y entonces comienzan a llegar mensajes, cadenas de oración, cartas de amigos, bandejas con platos deliciosos... Nunca sabré cómo agradecer tanto cariño, tantas palabras esperanzadoras, tanto te quiero amigo, hermano... Ya lo sé, el covid no me matará nunca, si muero será de amor.