La historia de Trujillo como empresario cervecero
La Dominicana y Cibao: las marcas de la dictadura que causaron polémica
Sí, Trujillo quiso ser cervecero. Se podría decir.
El dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina enfocó sus intereses en la industria nacional para controlar todas las actividades económicas. Entre los sectores que buscó acaparar estuvo el cervecero.
Llegó a estar detrás de la producción de dos cervezas: La Dominicana y Cibao, que llegaron a competir con la icónica Presidente. Pero no las busque, pues ya no se venden. La historia de ambas marcas es tan efímera como el éxito del tirano en esta industria.
La Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias en los mercados internacionales creó las condiciones para que Trujillo expandiera sus intereses económicos ante la escasez de mercancías importadas y la fabricación de productos a nivel local que elevó los precios.
El historiador dominicano Roberto Cassá, en el libro Raíces y desarrollo de un orgullo dominicano: Historia de la cerveza en la República Dominicana, cuenta que Trujillo se interesó por tener participación en el paquete accionario de la Cervecería Nacional Dominicana (CND), de capital norteamericano.
Pero, ante la negativa de la CND, “pudo derivarse la autorización de Trujillo para que se creara una compañía rival” llamada Sociedad Cervecera Antillana (SCA).
“Para algunos bien informados, Trujillo no tuvo que ver con la iniciativa de creación de esta nueva empresa, en 1947, que recibió el nombre de Sociedad Cervecera Antillana. Sustentan la argumentación en que, inicialmente, Trujillo no era el accionista básico. Sin embargo, el hecho de que no tuviera el control accionario no significa que fuese ajeno a la creación de la nueva compañía”, resalta Cassá.
El historiador comenta que no están del todo claros los procesos que llevaron a la creación de esta empresa, a mediados de 1947, en la Carretera Sánchez. Indica que es probable que la primera iniciativa partiera de Jaime Gronau (un joven descendiente de una familia de expertos cerveceros) quien había salido de la CND tiempo antes por diferencias de criterio con el subadministrador.
“Es también probable que, como inversionistas promotores, inicialmente sobresalieran Paquito Martínez, cuñado de Trujillo, y Ernesto Freites, un prominente hombre de negocios de una familia con tradición en la actividad comercial de importación”, agrega.
Indica que, desde cierto momento, el dictador pasó a tomar parte en el conjunto de accionistas, presumiblemente a través de su primogénito. Para muchos la Sociedad Cervecera Antillana fue visualizada como “la empresa de Ramfis”, “un espacio en que el heredero debía poner en juego sus dotes empresariales y políticas”, comenta Cassá.
El escritor explica que los inversionistas dominicanos únicamente controlaban el 50 % de las acciones de la Sociedad Cervecera Antillana, estando el resto en manos de un grupo de capitalistas puertorriqueños.
“A pesar de la complejidad accionaria, propia de una compañía moderna, la presencia de Trujillo entre sus propietarios le concedía un matiz especial, dado el control que ejercía sobre el país”, señala. “Desde que se hicieron visibles dificultades en las operaciones de la empresa, Trujillo en persona pasó a ocuparse directamente de los aspectos claves de su dirección”.
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Maquinarias de Al Capone
Para equipar la Sociedad Cervecera Antillana, Cassá narra que la maquinaria básica fue adquirida al Gobierno de Estados Unidos, que la había decomisado mucho tiempo antes al gánster Al Capone, por 50,000 dólares, de acuerdo a información oral de Luis del Toro.
Según el mismo testimonio, el desmantelamiento de la planta costó una suma similar, a lo que se agregó su traslado al país por 175,000 dólares. A esos casi 300,000 dólares de costo de la planta se agregarían otras partidas para su instalación en el país y la edificación.
“Por último, hay que añadir un capital de trabajo en insumos, pago de personal y otros renglones. Concluye Del Toro que, en determinado momento, el valor real de la empresa superaba el millón de pesos”, cuenta Cassá.
La empresa se inauguró el 21 de enero de 1949. “Se proclamó que contaba con las mejores instalaciones posibles para elaborar productos de primera calidad y en un volumen susceptible de cubrir la demanda del mercado. La verdad era que la mayor parte de su maquinaria había quedado anticuada, por lo que no se adecuaba a las exigencias operativas que en esos momentos provenían de una industria cervecera a escala internacional”, observa Cassá.
A pesar de que se agregaron maquinarias, no se lograron superar deficiencias. “De manera harto discutible, Gronau indicó que la planta de la SCA era la más moderna del país y la de mayor capacidad instalada, ascendente a 600,000 galones al año”, dice Cassá.
Llegan La Dominicana y Cibao
La nueva cervecería salió con dos marcas de cerveza: La Dominicana y Cibao. La consigna de mercadeo para la promoción inaugural era “¡Mejor que la extranjera y cuesta menos!”.
Se aseguró que las marcas de la SCA, al primer mes de lanzadas al público, batían todos los récords previos, al haber “superado las cifras de venta de las cervezas que tenían mayor demanda en el mercado dominicano”.
La Dominicana se promocionaba en la capital del país y Cibao en las provincias del norte, para hacer honor a su nombre.
“En realidad, ambas marcas tenían el mismo contenido, cambiando únicamente la etiqueta. La Dominicana se caracterizaba por el color ámbar dorado de su botella”, dice Cassá.
La reñida competencia con Presidente
Cassá indica que el creador de la nueva cerveza fue Gronau, quien operaba paralelamente como administrador y maestro cervecero de la SCA.
“El producto se caracterizaba por tener un sabor menos amargo que la Presidente (un producto de la Cervecería Nacional Dominicana), lo que agradó a una porción del público. La empresa definió el gusto como semejante al de los tipos europeos, algo discutible pues tenía un toque menos amargo y menos denso que la Presidente”, dice.
Recuerda que al inicio se reconoció que La Dominicana alcanzaba una calidad aceptable, para algunos incluso excelente, comparable en su finura a las mejores importadas.
“Algunos llegaron a opinar que, en verdad, La Dominicana y Cibao no se elaboraban en el país, sino que se traían del exterior y únicamente se envasaban en la planta. Intervino en esta acogida el entusiasmo que provoca normalmente la salida de una marca”, evoca el historiador.
Pero la Presidente “en todo momento mantuvo la preferencia de una porción amplia del público, acostumbrado a su sabor, y que encontraba en las nuevas marcas un sabor demasiado suave”.
Las cervezas en los primeros meses ganaron mercado, ante la novedad. Pero “las variaciones de sabor y la aparición de cerveza en estado defectuoso anunciaron un desastre casi instantáneo”, observa Cassá. “De golpe, el consumo de las nuevas marcas se vino a pique”.
Ante la caída de las ventas, se usaron medidas de control de la dictadura. “Entre los mecanismos que se concibieron para forzar el consumo en contra de la Presidente se encontraba la búsqueda, a como diera lugar, de la exclusividad de las ventas del mayor número posible de negocios”, narra Cassá.
Se llegó inclusive a la práctica de ofrecer al expendedor tres cajas gratuitas por cada 10 que adquiriesen.
“Los lugares de expendio comenzaron a ser visitados por espías del régimen, buscando intimidar a los parroquianos para que no consumieran Presidente. A veces llegaban grupos de sujetos de mala catadura, proclamando en tono provocador que eran consumidores de La Dominicana. En algunas provincias hasta los gobernadores y jefes de puesto del Ejército se involucraron en las tareas de imposición de La Dominicana”, cuenta el historiador.
Pero los clientes mayormente se resistieron a adquirir las marcas de la SCA por su calidad inferior a la Presidente y la gente llegó a establecer una connotación política en el debate entre las marcas. “De tal manera, el consumo de Presidente, entre muchos, pasó a cobrar un contenido de resistencia al poder dictatorial”, destaca Cassá.
“Finalmente –agrega–, ante el inflexible comportamiento del público, los expendedores acudieron a un doble juego con la complicidad de sus clientes. Por delante, visiblemente, ofrecían La Dominicana, para prevenir cualquier represalia del régimen, pero en forma oculta seguían expendiendo Presidente. Los consumidores acudieron al ardid generalizado de colocar botellas de La Dominicana sobre la mesa, pero llenas de Presidente”.
Hasta las cervezas loaban a Trujillo
Como si fuera poco el significado de la campaña compulsiva, la SCA hizo un amplio despliegue de adhesión a Trujillo y se publicaban espacios en la prensa en ese sentido. Pero la campaña no tenía posibilidad de surtir efectos, puesto que para la población estaba establecida la participación de Trujillo en la SCA, indica Cassá.
Ante tal control, Cassá destaca que la Cervecería Nacional Dominicana decidió intensificar su identificación con el régimen, multiplicando los mensajes de adhesión en forma bastante parecida a los de la empresa competidora.
Ambas empresas competían en el tamaño de los anuncios en los medios, su tramado artístico y el contenido apologético de la Era de Trujillo en ocasiones de aniversarios del natalicio del dictador, las navidades o la independencia de la República.
El inicio del fin
En vista de los problemas surgidos, Cassá destaca que Trujillo decidió, probablemente a inicios de 1951, hacerse cargo por completo de la SCA. “Seguramente dio ese paso al considerar que en sus manos podría estar la respuesta a las deficiencias de la empresa”, dice.
Adquirió las acciones de los puertorriqueños al valor nominal y Luis Dubón dejó de ser el presidente de la compañía, siendo sustituido por Ramfis.
Posteriormente Ramfis renunció y su padre designó a Bienvenido Gómez como presidente de la SCA. Se tomaron medidas para enmendar los yerros en la preparación del producto y volver a una competencia basada en la calidad.
Se contrató a Richard Spieler, un maestro cervecero alemán de vasta experiencia. Este se dispuso a hacer mezclas tendentes a la creación de un nuevo producto que pudiera recuperar la atracción del público y de esos experimentos surgió la marca Pilsener, lanzada a mediados de 1952.
Antes de haber concluido su trabajo, Spieler murió. Esto supuso un fuerte golpe para la compañía. Cassá indica que una fuente bien informada dijo que “Spieler tampoco dio ‘pie con bola’ con la cerveza nueva que lanzó al mercado”. “Esta era más bien una cerveza de tipo amargo, que no fue del agrado del paladar dominicano”.
Trujillo decidió disponer del control pleno de la empresa y adquirió todas las acciones de los socios dominicanos. “Era el preámbulo para la venta de la compañía, mediante su fusión con la CND, dentro de la cual quedaría como accionista”, relata el historiador.
“A ojos del dictador esta era la mejor solución –agrega–, puesto que ponía fin a una situación de confrontación que le había hecho daño en el público consumidor, salía de una empresa que ya arrojaba sensibles pérdidas y, eventualmente, pasaba a participar de los dividendos que producía la CND, en sólida posición dentro del mercado desde más de dos décadas atrás”.
En virtud del acuerdo, la SCA no desaparecía en lo inmediato, sino que quedaba como filial de la CND, que pasaba a detentar la totalidad de su paquete accionario.
La transacción fue hecha pública, aunque se eludía mencionar la participación de Trujillo. El anuncio se limitó a una información de prensa que daba cuenta de que la CND “tomaba a su cargo” a la SCA, en virtud de un convenio, del cual no se ofrecía detalles.
Adquirida por la CND, la SCA quedó regida por las normas gerenciales de la primera. Trujillo o sus representantes cesaban de tener toda intromisión en la empresa. Como accionista minoritario de la CND, el tirano “tuvo un papel puramente pasivo, no habiendo noticias de que el dictador intentase interferir en la empresa matriz”.
¿Y qué pasó con La Dominicana y Cibao? Inmediatamente después de la fusión fueron desechadas y se promocionó exclusivamente la marca Pilsener, que pasó a ser más conocida por su sobrenombre de Banda Blanca.
Las ventas de Pilsener se mantuvieron en nivel aceptable. Sin embargo, al cabo de menos de dos años, se decidió clausurar la SCA, aduciendo la necesidad de reducir costos, principalmente en el mantenimiento de las flotas de camiones.