El caballo era el arma psicológica más letal en contra de los taínos
Varios cronistas relatan el panorama con que se encontraron los españoles al llegar en el segundo viaje
El segundo viaje colombino de 1493 a la isla Española fue el viaje mejor planificado por Colón, con el patrocinio de los monarcas Isabel y Fernando. En tal travesía viajaron alrededor de 1500 personas y se llevaron diferentes animales desconocidos en aquellas tierras caribeñas, tales como cerdos, cabras, caballos, vacas entre otros. En ese viaje solo fue embarcada una veintena de caballos, de los cuales solo uno pertenecía al Almirante.
Para los taínos, este choque cultural fue devastador, ya que los españoles fueron a instalar su colonia de manera permanente. Los animales y frutos que llegaron a la Isla Española supusieron un cambio radical para la flora y fauna del lugar. El historiador estadounidense Alfred W. Crosby Jr., en su libro The Columbian Exchange, refiere que los caballos no se adaptaron muy bien al clima del trópico y que su reproducción, al principio, fue muy lenta, a diferencia de la de los otros animales. Pero sí sabemos que fueron muy útiles para el transporte. En la cosmovisión taína, los animales podían representar deidades, ya que algunos cemíes a los que adoraban tenían cabeza de animal. Si no se conociera el caballo por haberlo visto previamente, sería, quizás, definido como un animal aterrador o, quizás, para los taínos, como un espíritu maligno.
Debajo podemos leer la definición de caballo:
Mamífero solípedo del orden de los perisodáctilos, de tamaño grande y extremidades largas, cuello y cola poblados de cerdas largas y abundantes.
Varios cronistas relatan el panorama con que se encontraron los españoles al llegar en el segundo viaje y encontrar el Fuerte de Navidad totalmente destruido. Por este hecho apresaron a Guacanagarix, cacique de Marién, quien, quizás, fue el primero de los taínos en ver caballos. El cacique fue llevado a una de las carabelas para ser interrogado acerca del siniestro hecho. Allí, Guacanagarix culpó de ello a Caonabo. Dudosos, el padre Boil y Colón debatían acerca de si castigar al cacique o no. Al parecer, su tortura fue encerrarlo en la carabela, acompañado de los caballos, que también estaban en la misma situación que él.
Caonabo seguía haciendo estragos: quería atacar a los españoles en la fortaleza de Santo Tomás. Nos topamos con un secreto revelado por Hernando Colón (hijo del almirante), quien dice en su Historia del Almirante (capítulo LIII): “Confiaba [Cristóbal Colón] en los caballos, de los cuales temían los indios [taínos] que los devoraran”. Añade Hernando que “era tanto el miedo que no se atrevían a entrar en casa alguna donde hubiera estado un caballo”. En este sentido, añadió el afamado historiador español Demetrio Ramos Pérez, en su libro El conflicto de las lanzas jinetas, que “no solo eran los caballos el arma militar más efectiva, sino también el gran instrumento psicológico disuasorio.
La necesidad de tener a los caballos en la Isla Española fue tal que, cuando los jinetes dueños de los dichos animales volvieron a España, Colón los despojó de estos. Así lo indica una carta dada en Madrid y fechada el 23 de febrero de 1495, en la cual se quejaban ante los reyes. El alegato para no devolver los caballos por parte del Almirante era que “tomados los caballos que habían llevado para que quedase alla [En la Isla Española], porque los habían menester para proveimiento de algunas cosas conplideras a nuestro servicio [al servicio de los reyes]”. Al final, los monarcas terminaron pagando los caballos a precio de “caballos muertos”, y Colón quedó impune por su robo, aunque el descontento y desconfianza de Isabel y de Fernando terminaron luego limitando los privilegios del Almirante.
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