Las cenas más íntimas de Nueva York se celebran en el apartamento de una familia dominicana
Es el primer club de comida en la Gran Manzana con sello dominicano
La peculiar oferta gastronómica fue reseñada por The New York Times
Un apartamento de una familia dominicana en el sur de El Bronx, Nueva York, da la bienvenida una vez al mes a 10 extraños que buscan vivir una experiencia gastronómica diferente y que terminan convirtiéndose en cómplices de una noche cargada de recuerdos y anécdotas.
Se trata de Nine26, un “club de comida” creado por Eddy Cruz y su pareja, Pedro Paredes, que ofrece una cena mensual para una reducida lista de invitados, quienes disfrutan de tres platos, vino, postre y una temática específica para cada noche, con la cultura y las tradiciones dominicanas como eje central de toda la experiencia.
Los invitados son servidos por la pareja, quienes se colocan el delantal y se convierten, además de anfitriones, en camareros, en una comida en la que el hecho de no conocerse no altera el ambiente de intimidad.
- No es el primer club de comida en la Gran Manzana, pero sí del primero con sello dominicano, según destaca Despierta América en un reportaje sobre el emprendimiento publicado en noviembre.
Más allá de la comida y del sazón orgánico y típico de la República Dominicana, lo que caracteriza la propuesta de la joven pareja es su promesa de una “experiencia superior”, en la que se contarán historias personales, mientras cada invitado tiene la oportunidad de conocer personas nuevas que pueden llegar a formar parte de tu lista de contactos.
La peculiar idea surgió a principios de este año y toma su nombre del edificio donde vivía la abuela de Cruz, Mercedes Rosario: el 926 Southern Boulevard, en el Bronx, donde por más de 30 años varias generaciones convivieron y crearon recuerdos para toda la vida.
“Se convirtió en la sede de cada reunión, celebración y festividad. Un lugar lleno de cultura, comunidad y amor”, reza una publicación en el Instagram del club sobre el origen del nombre.
Los asistentes pagan 125 dólares cada uno, aunque el precio subirá a 155 dólares en el nuevo año, y se sientan en una bella mesa decorada minuciosamente por el propio Eddy, quien actualmente trabaja para una entidad bancaria, pero que se licenció en administración hotelera en la Universidad de Cornell.
Además, los invitados disfrutan de la comida frente a una impresionante vista del puente Robert F. Kennedy y del skyline de Manhattan. La experiencia incluye juegos y recuerdos.
Las entradas se venden de una o dos en dos, por lo que la mayoría de los comensales no se conocen entre sí. Para participar, es necesario apartar un cupo a través de un enlace proporcionado por los organizadores y esperar el correo de confirmación. La lista de espera supera las 3,000 personas.
Una reseña en el New York Times
El pasado 21 de diciembre, Nine26 fue noticia en el New York Times al ser el tema central de la reseña de Dodai Stewart, una reportera que escribe sobre la vida en la ciudad de Nueva York.
La autora presenta a Nine26 como una experiencia íntima y cuidadosamente diseñada que va mucho más allá de una simple comida. Destaca el papel de Eddy Cruz como anfitrión obsesivo del detalle, más interesado en crear una atmósfera emocional y estética que en cocinar.
Otro punto clave que destaca la autora es el atractivo de lo desconocido: comer con extraños en un entorno privado. Subraya cómo esta dinámica resulta especialmente seductora en una ciudad saturada de opciones gastronómicas como Nueva York.
Nine26 se percibe como una rareza deseada, impulsada por su difusión orgánica en redes sociales y por la promesa de acceso limitado. La larga lista de espera refuerza esa idea de experiencia casi inalcanzable, donde el verdadero valor no está solo en la comida, sino en “estar dentro”.
En cuanto a la propuesta culinaria, la autora enfatiza su carácter familiar y dominicano, con la madre de Cruz como chef. La comida es descrita como reconfortante, generosa y bien ejecutada, desde los aperitivos hasta los platos fuertes y el postre.
Sin recurrir a sofisticaciones innecesarias, los sabores evocan hogar y tradición, algo que varios comensales valoran frente a una escena gastronómica que sienten repetitiva y poco estimulante.
Finalmente, la autora resalta el componente emocional y comunitario de Nine26. Para muchos invitados, la experiencia conecta con historias personales de migración, familia y búsqueda de conexión humana.
Las conversaciones, los rituales compartidos y la narrativa detrás del proyecto convierten la cena en un espacio de encuentro significativo. El cierre, con pequeños obsequios y palabras de orgullo entre desconocidos, refuerza el fin del club: Nine26 funciona menos como un negocio y más como un acto de hospitalidad profundamente personal.
La reseña de Stewart se desprende de su propia participación en una cena en Nine26, en la que el menú incluyó monfonguitos, vasos dorados de plátano rellenos de gambas al ajo y cubiertos con crema de cilantro; domplines con salami en una reducción de tomate; y bocados de batata.
Como platos principales se sirvieron pollo guisado y costillitas, acompañados de arroz con habichuelas negras, puré de yuca y ensalada de patata. De postre: flan de coco.
Esa noche de diciembre, Cruz compartió con sus invitados su historia y pidió a cada uno, vela en mano, expresar su objetivo para el próximo año.
El tema para esa ocasión fue "Sonidos de temporada" para la cual a todos los invitados se le pidió una semana antes el título de una canción que les recordara las fiestas y cuando tomaron asiento una funda de papel que aparentaba una portada de álbum y, en su interior, un "disco" de papel personalizado hecho para parecer una versión en vinilo de la canción favorita de ese asistente y del otro lado el menú, denotando los detalles que toman los anfitriones para dar la mejor experiencia.
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