Un libro para el debate
La dominicanidad escrutada por los ojos de la diáspora
Cuando Lorgia Peña García dejó el país camino a los Estados Unidos, tenía solo doce años. Una vida por delante, como suele decirse. Ella ha sabido andar el camino de esa vida a pie firme: veintidós años después de su llegada, ya era profesora asociada en el Departamento de Estudios de Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard, casa en la que fundó el primer diplomado en estudios latinos.
En ese tiempo también ha escrito y sigue escribiendo mucho. El libro sobre el que conversa con Diario Libre, fue publicado en inglés en 2016, y ha ganado, entre otros, el premio Gloria E. Enzaldúa de la Asociación Nacional de Estudios de la Mujer. Hace apenas un mes, la traducción al español vio la luz en el país con el título Bordes de la dominicanidad gracias a la Editorial Universitaria Bonó. Tal como reseña la solapa, “por su aporte a los estudios de la negritud en Estados Unidos (García Peña) fue nombrada Profesora Distinguida con el honor de Martin Luther King en el Massachusetts Institute of Techonology (MIT), en el 2018”. Un dato ilustrativo del compromiso social e intelectual de esta académica.
Más que ser un libro sugerente, Bordes de la dominicanidad es un libro provocador. Un rico muestrario de “dicciones” que impugnan los relatos oficiales (dicciones ellos mismos) que a través del tiempo han ido construyendo un imaginario histórico plagado de silencios.
García Peña tuvo la gentileza de responder preguntas formuladas por Diario Libre sobre su aporte a la necesaria comprensión de ese concepto, demasiado lábil, que es el de “dominicanidad”.
Quiero comenzar este diálogo a distancia por una de las tesis más novedosas de las varias que plantea en Bordes de la dominicanidad: la que atribuye a los Estados Unidos un papel central en la formación del discurso racial dominicano y, como derivación, en el antihaitianismo. ¿Qué líneas de investigación la condujeron a esta conclusión?
Como estudiosa de la historia dominicana y a partir de mi formación académica como americanista, me inquietó siempre el hecho de que, desde la independencia en 1844, Estados Unidos ha tenido una presencia enorme tanto en la política como en la economía nacional. Ha habido tres intervenciones militares, la primera en 1869 y la última en 1965. Ya para mitad del siglo XIX, los norteamericanos eran dueños de una cuarta parte de las riquezas del país. Sabiendo esto, me parecía ilógico que esta presencia militar, económica y política -es decir, esta presencia imperial- no tuviera efectos culturales y sociales.
Es esta incomodidad e inquietud la que me lleva a investigar el tema, en principio a partir de las intervenciones militares, mirando de manera cuidadosa no solo la relación entre ambos países sino también la relación entre momentos históricos importantes que coinciden con e inciden en esta relación. Por ejemplo, en 1865 Estados Unidos termina una larga guerra civil que restaura la unión de los estados y deja como ley la abolición de la esclavitud, estableciendo por primera vez derechos ciudadanos para las personas afrodescendientes. Ese mismo año nuestro país también concluye una guerra que restaura la independecia y cuyo héroe principal es Gregorio Luperón, un hombre negro de madre haitiana.
Seguida de estas guerras, Estados Unidos intenta comprar la Bahía de Samaná e interviene militarmente mientras intenta anexar el país. ¿Es coincidencia que Estados Unidos tenga este interés en la República Dominicana, un país con una población grande de afrodescendientes, justo después de la abolición de la esclavitud? No creo.
Siguiendo esta pregunta podemos encontrar que, por ejemplo, una de la preocupaciones fundamentales en el proyecto anexionista del siglo XIX era buscar “una casa” para los negros norteamericanos. La República Dominicana aparecía como un buen refugio para este proyecto. De ahí, entonces, surgen más preguntas: ¿qué impacto tuvo este proceso en el imaginario racial del país? ¿Cómo reaccionaron los intelectuales dominicanos? Este es solo un ejemplo de cómo he ido procesando las distintas interrogantes que surgen a partir de mi investigación.
¿Cómo entronca esta influencia con el discurso hispanófilo de intelectuales como César Nicolás Penson y Félix María del Monte? ¿Son cosas diferentes o complementarias?
El discurso hispanófilo del siglo XIX y el discurso de supremacía blanca impuesto por Estados Unidos son complementarios e interdependientes. Es decir, Estados Unidos se convierte en la potencia más importante en la región. Lo que Estados Unidos piense de República Dominicana determinará el futuro político y económico del país. En un momento en que Estados Unidos y el mundo occidental temen a la posibilidad de “otro Haití”, de otro país negro, la seguridad que proveen los hispanófilos acerca de la blancura dominicana responde, por un lado, a la demanda de Estados Unidos y, por otro, al deseo colonial criollo.
Atribuye al patricio Juan Pablo Duarte “uno de los primeros intentos modernos” de crear una nación multiétnica, en oposición al proyecto criollo colonial de una República Dominicana “blanca” o, por lo menos, “no negra”.
Sí. Me parece interesante la propuesta de Duarte e increíblemente innovadora. Si comparamos con la propuesta de Martí más de 50 años después, o la de Vascocenlos, un siglo más tarde, la de Duarte antecede lo que en el mundo posmoderno se conocería como “diversidad”. Contrario a otros pensadores americanos del siglo XIX, Duarte no pide borrar la diversidad racial dominicana, sino que invita a todas las personas, sin importar el color de piel, a participar juntos de la ciudadanía. Ese es un proyecto increiblemente vanguardista. Un proyecto que, en ese momento, a mediados del siglo XIX, fue radical.
También cuestiona que la masacre de 1937 fuera, como se afirma, solo de haitianos, y sostiene que repetirlo borra el hecho de que “hubo dominicanos que asesinaron a otros dominicanos”. ¿Qué interés subyace a este borrado?
La masacre del 1937 no fue una “masacre haitiana”. Sabemos que, por ejemplo, no se hizo daño a las personas en los bateyes de la industria azucarera. La matanza tuvo un solo propósito: nacionalizar la Línea Fronteriza, a la fuerza. La preocupación del trujillato no era con “los haitianos” sino con esa población híbrida y mixta que siempre ha resistido la división nacional.
Pero en un país donde la inteligensia y la política nacional han insistido en proyectar una narrativa xenófaba que ayude a mantener desunida a las personas pobres, y que mantenga al pueblo ocupado en culpar al otro de las vicicitudes que les aqueja; en lugar de alianzas y exigir a los Estados lo que merecen como ciudadanos, la matanza de “los haitinos” viene también a alimentar ese proyecto nacionalista. Es un cuento más digerible, más fácil de borrar que la realidad.
¿Por cuáles razones la masacre también se cebó en la población rayana?
La población rayana se resistió siempre al poder -colonial, del Estado- Siempre fue un espacio multiétnico y transnacional. Una dictatura no puede funcionar, está en peligro, sin la lealtad nacionalista. Para Trujillo, como para todos los estadistas anteriores a él, la Línea Fronteriza significaba un problema a resolver. La violencia vino a proveer la manera definitiva de “resolver” el problema fronterizo.
De la lectura del libro se infiere una permanente tensión entre el discurso de la historia oficial, incluida su definición de identidad, y las prácticas subalternas. ¿Se puede construir desde abajo o desde fuera de los bordes?
Se ha construido desde abajo y desde los bordes. No creo que haya un “afuera”. Está el borde como espacio liminal e intermedio que ocupamos muchos. Está el borde como espacio productivo también desde donde crear. Siempre se ha creado y construido desde los bordes -desde el Nie-. El hecho de que la Historia oficial, el Discurso oficial, silencie e ignore estas construcciones, no significa que no estén, siempre han estado y seguirán estando. Mi trabajo intenta validar e historizar algunas expresiones y experiencias que existen en los márgenes, traerlas al centro. Yo no las creo, ni las invento, solo intento darles espacio, insistir en su importancia.
¿Por qué en su producción académica el cuerpo es tan preponderante? ¿El cuerpo se impone a la memoria?
El cuerpo es también un borde. El cuerpo es un archivo que incluye memorias, que marca la historia. El cuerpo, en particular, el cuerpo racializado, interrumpe los discursos dominantes, nos permite, si le dejamos, subvertir el orden hegemónico de las naciones. Mi libro intenta leer el cuerpo como un sitio desde donde se puede también crear, como un espacio espistémico.
Hablemos de la diáspora, esa que habita en el Nie (ni aquí ni allá). ¿Es acaso portadora de una nueva dominicanidad o terminará diluida en y por la indefinición?
La dominicanidad siempre es nueva, o ¿acaso podemos con sinceridad decir que la dominicanidad de nuestros abuelos es igual a la de nuestros hijos, que se vive de la misma manera? Todas las identidades están siempre en construcción, cambian, se rehacen. Mi contrapregunta sería, ¿por qué valoramos los cambios de la dominicanidad diaspórica como inferiores o diluídos en comparación con otros cambios? Esa es la pregunta que debemos hacernos.
Es una pregunta que nos remonta a mirar el discurso hegemónico y excluyente de la dominicanidad, el discurso es lo que diluye, las personas no. Yo les invito a pensar en dominicanidades, en plural. Eso es más productivo, más generoso, menos excluyente. Esa pluraridad nos dejaría ver que las personas que viven en otros espacios geográficos, que las personas nacidas en suelo dominicano de padres inmigrantes, que las personas queer (LGBTQI) son parte de ese plural.
De lo contrario, la pregunta que haría yo es ¿qué exactamente es la dominicanidad entonces, y quienes son sus dueños? Me gustaría saber, aquellos que participan en crear sus bordes y sus márgenes, de dónde obtuvieron semejante permiso; yo por mi parte, no se los he dado. No les doy mi permiso de definirme ni de definir como debo yo vivir mi dominicanidad.
En la presentación virtual del libro en el país habló de la importancia de escribir “desde la piel”. ¿No se corre el riesgo de subjetivizar el trabajo académico cuando se implican las emociones?
Escribir desde la piel no implica escribir desde las emociones sino escribir desde la posición del sujeto, tomando en cuenta que como seres humanos venimos con experiencias vividas, encarnadas y esas experiencias inciden en como vemos el mundo. La objetividad absoluta es una ficción o más bien una mentira en la que hemos decidido participar de manera cómplice.
El discurso académico nos ha condicionado a pensar que la verdad histórica es absoluta y que viene de una voz objetiva, cuando en realidad esa voz objetiva no es más que una voz escondida, poco sincera, que no nos cuenta cuál es su posición y su verdad.
El feminismo de las mujeres de color nos invita a sincerarnos. A declarar no solamente quiénes somos pero también a abrirnos a la posibilidad de que eso que somos tiene un valor importante a la hora de pronunciarnos, al momento de leer un texto o de analizar un documento histórico. La diferencia entre un historiador “objetivo” y yo es que mi lector tiene toda la información necesaria sobre mí, sobre mi posición de sujeto, para poder mirar mi texto con ojos críticos sabiendo desde dónde vengo, entendiendo que lo que propongo no es LA VERDAD, sino una verdad. Una de muchas que se complementan.
Por último, repito una pregunta que le hacen de manera recurrente: ¿por qué los académicos dominicanos de la diáspora ponen tanto énfasis en los estudios de la cultura y la identidad, cuestiones que en el país no son precisamente atrayentes?
En primer lugar, estoy en completo desacuerdo con la idea de que el tema más estudiado desde la diáspora es la cultura y la identidad. Si hay un tema dominante en la academia dominicana fuera del país es el del trujillato. Ahora bien, sí hay una preocupación importante, quizás no con la cultura e identidad, sino más bien con los regímenes de poder y sus incidencias en la creación de sistemas de exclusión basados en raza y clase que nos afectan doblemente al habitar el espacio liminal del Nie como dominicanas diaspóricas. Y son precisamente esos sistemas de exclusión los que nos han expulsado a muchos del país y que nos mantienen dentro de Estados Unidos en un margen al ser extranjeros, migrantes y personas de color.
Como bien lo dijo Silvio Torres-Saillant, nuestra “emigración es expatriación.” Tiene sentido entonces, desde mi punto de vista, que nosotros, los expulsados de la nación, la llamada diáspora, nos ocupemos de investigar las razones por las que hemos venido a habitar este Nie. Lo que mi trabajo hace, sin embargo, no es explorar la identidad, sino más bien cuestionar las fuerzas historicas, los discursos hegemónicos y los procesos sociales que han engendrado la exclusión.
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