Basilio Belliard: “Siempre trato de que en mis ensayos o artículos suene o resuene la poesía”
El autor y profesor universitario ha publicado recientemente Ritual de las ideas
En un país en el que las “las ideas son relegadas o subordinadas a lo trivial, banal y superficial”, Basilio Belliard, poeta y ensayista, ha optado con satisfacción por el ejercicio del pensar y publicado recientemente Ritual de las ideas, un libro en que deja constancia para el aquí y el ahora de su visión sobre una serie de temáticas y circunstancias de la variopinta sociedad en la que disfruta y padece.
El fecundo autor y profesor universitario, poeta y ensayista galardonado con los premios más reputados de la nación, expone entre otros temas sus preferencias creativas, su manera de pensar y de crear y los autores que han influido en su andadura literaria.
De nuevo se hace presente en el campo del ensayo con la publicación de Ritual de las ideas. ¿Qué ha querido transmitirle al público en este preciso momento? Después de cuatro libros de ensayos, con Ritual de las ideas reuní un manojo variopinto de artículos de opinión —o microensayos—publicados en la prensa nacional. Son de temas filosóficos o políticos, en su mayoría; otros son culturales y literarios, y que apuntan a la filosofía política o a la filosofía moral. Traté de inyectarles pensamiento —sin perder el aliento poético ni la voluntad de estilo—, provocación, énfasis y rigor, a aspectos de la vida cotidiana, del acontecer periodístico nacional o internacional.
Estos temas y artículos brotaron de preocupaciones intelectuales, ecuménicas y humanísticas del presente: se nutrieron de las circunstancias, captaron la vivacidad de los instantes. Estos artículos representan mi punto de vista filosófico sobre temas diversos. Hay además crónicas de viajes, retratos de escritores y reseñas. En fin, con ellos me distancio un poco de lo puramente literario y de la crítica literaria —que había sido mi práctica escritural—, para ejercer el oficio de la crítica política y cultural, desde una perspectiva de responsabilidad intelectual a que aspiro y para dejar un testamento moral de nuestra época. También son un legado a la memoria histórica y un desafío al presente y al futuro del planeta tierra y de la humanidad, en su conjunto.
¿Qué tiempo le toma articular sus pensamientos y argumentaciones antes de escribir? El tiempo para concebir el tema puede tomarme mucho. Ahora bien, la redacción de cada artículo es relativa. Algunos los escribí, como si la idea motriz me hubiera sido dictada por un alter ego o mensajero celeste; otros los impulsó un instante, porque los llevaba conmigo en mi mente, o por un golpe de pensamiento. Por su brevedad y concisión, algunos brotaron de un corto tiempo de gestación, o fueron aguijoneados por la rabia, el arrebato o el desconsuelo del presente.
¿Cómo podría evaluar la producción de ideas en nuestro país? Es muy pobre. El ensayo, ese “centauro de los géneros”, como le llamó Alfonso Reyes, que es portador de las ideas, en nuestro país, va a la saga de la poesía, el cuento y la novela, y es una pena, pues son las ideas las que iluminan y guían el destino de un pueblo o una nación, y aun, una civilización. En las páginas de diarios, las ideas son relegadas o subordinadas a lo trivial, banal y superficial, y están dominadas, mayormente, no por escritores o intelectuales, sino por profesionales, políticos o “enganchados” a opinadores, sin cultura general, gracia estilística y vocación de estilo.
También se le reconoce como poeta e igualmente ha sido galardonado en este campo. ¿Hay disonancias entre el poeta y el pensador en usted? No, de modo alguno. En mi poesía siempre he tratado de que la ilumine el pensamiento. Mis ensayos son, en cierto modo, prolongaciones de mis poemas. Entre poesía y ensayo hay vasos comunicantes en la poesía moderna. Desde Baudelaire hasta André Breton, y desde T.S. Eliot hasta Octavio Paz, siempre ha habido una comunión secreta y celebrante entre el ensayo poético y la poesía de ideas. Es decir, entre el ensayista y el poeta hay un diálogo análogo entre el pensamiento y la imagen, el concepto y la metáfora. Siempre trato de que en mis ensayos o artículos suene o resuene la poesía, el temblor lírico, la música secreta de las palabras. No concibo ni disfruto un ensayista —en la tradición de Montaigne—, a quien no le suenen las ideas, y que sus argumentaciones no sean permeadas por la plasticidad de su prosa. Como ve, entre el poeta y el ensayista hay una nupcias entrañable sin separación: no viven en habitaciones separadas, pues el ensayo es pensamiento vivo, donde han de escucharse los ecos y los latidos de la imagen poética. La poética del ensayo reside, a mi juicio, en imprimirle pasión al pensamiento y pensamiento o ideas a la imagen poética. Así pues, todo ensayista de consagración ha de aspirar a la condición del pensador, aunque no del filósofo: debe anhelar que sus ideas canten y encanten. Mientras que el poeta debe buscar que su poesía piense, como quería Unamuno, y en cierto modo, los poetas románticos, simbolistas y surrealistas. Todos tienen esa suprema aspiración. A esa tribu pertenecen, por derecho propio, Octavio Paz, Eliot, Mallarmé, Pessoa, Valery, Breton, Baudelaire, Rimbaud, Blake, Unamuno, Jorge Guillén, Coleridge, Wordsworth, etc.
¿Cómo nace el ensayista, el pensador en usted? No nacen, quizás se complementan, o se intercambian. O uno parió al otro, y viceversa. El ensayista es, en cierta forma, un pensador no sistemático; no un filósofo, necesariamente. En cambio, el filósofo escribe tratados o ensayos rigurosos. El ensayista nace en mí de mis lecturas filosóficas y poéticas. Soy un fervoroso lector de ensayos literarios, filosóficos, antropológicos y sociológicos. También un lector de poetas-pensadores y filósofos-poetas, de aforistas que cultivaron la filosofía moral, en la tradición de los moralistas franceses del siglo XVIII. El ensayista es, pues, una prolongación simbólica del poeta —y es mi caso. Por eso escribo poemas en prosa y en versos, aforismos y minificciones, que también respiran o beben de la tradición aforística, filosófica, metafísica o mística. Y porque soy un amante de la brevedad.
Dice el crítico Miguel Ángel Fornerín que es un ensayista de línea clara y de prosa sencilla y correctísima. ¿Se trazó ese objetivo u otros? Siempre he creído en el credo orteguiano que dice que “la claridad es la cortesía del filósofo”. En realidad, no me propuse ser claro. Acaso me surgió porque detesto la oscuridad en los ensayistas. Brotó, más bien, de experiencias de lecturas de ensayistas que escriben bien, y piensan claro, como Paz, Borges, Cioran o Sábato. O lo que es lo mismo decir: la prosa de ellos es clara como un río, aunque piensan con profundidad. Lo importante es pensar profundo y escribir claro y elegante. Me seducen los ensayistas que no me instan a usar el diccionario. Reniego y rechazo los ensayistas oscuros, de estilo enmarañado, embrollado, ampuloso y retórico. Creo que la poesía puede ser barroca, pero el ensayo no, porque este tiene que comunicar ideas. Por eso descreo de los ensayistas barrocos. Prefiero los ensayistas de ideas claras y sabias y de estilo lúdico, de voluntad expresiva, a los de conceptualización árida.
¿Cuáles son los ensayistas y pensadores que más le han influido? Octavio Paz, sobre el cual incluso hice mi tesis doctoral, en la que exploré en los conceptos de tiempo, soledad y modernidad y en su concepción del ensayo; también me han influido Borges, Sábato, Camus, Sartre, Ortega y Gasset, Roland Barthes, Susan Sontag, Harold Bloom, Steiner...
En Ritual de las ideas explora un abanico de temas, relativos a la cultura, la literatura y la filosofía. Pero también aborda tópicos de la actualidad. ¿Cuál es el problema mayor en el que piensa sobre nuestro país? ¿Vamos hacia algún lugar, tras algún objetivo? Siempre vamos hacia un “horizonte de expectativa”, hacia una promesa de realización y la cristalización de un ideal utópico o real. En estos artículos, me empino en la actualidad para manifestar mis temores, angustias, ansiedades y desazones del presente y del porvenir, no solo de mi país sino del mundo. Como ve, asumo una responsabilidad intelectual, al abordar temas tan complejos y espinosos que atañen al ser nacional, como individuo y ciudadano dominicano y del mundo que soy, de una nación en construcción. De ahí que toco cuestiones que tienen que ver con la humanidad y el planeta tierra y su futuro, la tecnología y sus secuelas, la educación y sus desafíos, la libertad y sus bemoles, las identidades y sus conflictos, las migraciones como un signo azaroso de nuestra época, la democracia y sus riesgos, el futuro del ecosistema, la paz mundial, el terrorismo, etc.
Y su poesía, ¿qué busca al escribirla? Escribo poesía de modo discontinuo, cuando una imagen de la realidad me asalta o provoca, me impulsa o motiva. Solo escribo poesía por una necesidad espiritual y como un sucedáneo de la religión. Para mí los poetas son mis dioses tutelares, mi hagiografía personal. A mi juicio, la poesía es una experiencia espiritual y teológica que persigue y crea la sabiduría desde las cosas. En efecto, escribo poesía como una forma de justificar mi ser en el mundo y para conferirle un sentido a las palabras y a mi vida telúrica. En fin, al escribir poesía, busco nombrar lo inefable y el absoluto de las cosas.
¿Tres poetas que lo hayan marcado y por qué? Octavio Paz, Fernando Pessoa y Jorge Guillén. Porque están en sintonía como mi sensibilidad y mi concepción del poema y del lenguaje poético y porque me siento como pez en el agua en el mundo poético que crean, recrean e inventan. Además, porque cultivaron el difícil equilibrio entre la metáfora y el concepto, el pensamiento y la emoción, la idea y la imagen. Fundaron universos, a partir de la sabiduría y la inteligencia del ser. Ellos conforman la tribu que habita el bosque de mi imaginación poética.
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