"Tantas veces la palabra miedo", de Lery Laura Piña
Esta poeta dominicana tiene la madurez creativa necesaria para no ser pretenciosa en sus poemas
El día que me inscribí en la universidad, en La Bolívar encontré una joven que me guió por un trecho, hasta ayudarme a cruzar la Máximo Gómez. Hablamos muchísimo en el trayecto, descubriendo que nos caíamos bien.
Un par de meses más tarde, nos sorprendió la casualidad de encontrarnos en las mismas clases; casi 20 años más tarde, esa amistad se conserva.
Con el libro “Tantas veces la palabra miedo” tengo una sensación parecida a la de ir por la calle y por casualidad encontrarse con el principio de algo mucho más hondo y duradero.
Lery Laura Piña inicia el poemario mostrando una cortina, una ventana y un hipotético pájaro. A la vez, condensa esa sensación que se tiene cuando se escribe, entre el caos y la responsabilidad que puede haber detrás de nombrar las cosas:
Oír al pájaro sin imaginar su nombre.
Errar,
pensar que hay que escribir algo.
Buscar la misma cortina,
el mismo canto,
la misma brisa,
en otro lugar.
Asistir al verso como se asiste a la vida.
Sonreír desde lo hondo,
como quien llora,
o llorar nerviosamente,
como quien ríe,
porque sospechas que silenciaste al ave
cuando lanzaste
la primera palabra.
Más allá de las referencias orientales detrás del pájaro o de una visión estética que recuerda a los impresionistas, el reír como quien llora y llorar como quien ríe funciona como un puente previo a la catástrofe de la lengua.
Modo introspectivo
Y continúa en modo introspectivo en el siguiente poema, cuando en vez de la cortina en la ventana, el sujeto del habla ahora se mira en relación a la inmensidad del mar:
Mira,
los ríos vienen al mar,
pero el mar no va a ninguna parte.
Siempre las mismas olas
contra las mismas rocas.
Ven, acércate al acantilado,
y sabrás que un hombre mirando al mar
es un hombre mirándose a sí mismo.
El poema está construido bajo una estructura similar a los de los viejos blues o más cerca, como las canciones de llamado y respuesta. Una voz llama a acercarse al acantilado y antes de que un coro responda, le contesta con las consecuencias de hacerlo, mientras interpreta qué es ser un hombre.
Y aunque los acantilados evocan suicidios, tragedias y bruma, en este caso, el llamado invita a vivir. Dice: “Pero no como poeta sino como hombre”.
Asimismo, sus estrofas son autoconclusivas, como si hubiera engarzado entre sí distintos poemas pequeños hasta construir uno mayor. El ritmo que utiliza es de sentido, plantea un escenario, lo dota de acción y cierra con un remate. Es la misma estructura de los chistes, los punchlines del rap o las formas del haiku.
En los siguientes poemas, Lery Laura pasa de construir la postal del sujeto viéndose con el exterior como espejo, a mirarse desde sí misma. Utiliza el oído para escuchar pasos que podrían leerse como la interpretación del miedo a la inseguridad ciudadana.
Y justo antes de caer en la crítica social, se eleva a una idea mayor.
Al sonido exterior le da un sentido en función al silencio interior. Y a partir de ahí, entre los dos poemas teje una relación con Dios o la idea caribeña de Dios:
Imaginar unos pasos sobre el pavimento.
Asignarles distancia, ritmo.
No admitir que no hay algo allá afuera.
No por miedo a estar sola, sino a estar vacía,
a encontrar dentro de mí
el mismo silencio de Dios,
A ser a imagen y semejanza de su ausencia.
Hoy la noche huele a mar.
Huele a mar
y no es una invención del miedo.
Es la victoria de los pequeños de espíritu,
de los que no somos Dios.
A lo largo del libro, Lery Laura insiste en imágenes que pueden ubicarse en torno a los elementos: pájaros, alas, vuelo para el elemento aire. Mar, olas, río para el elemento agua. Calles, ciudad, camino, guarida, son parte del elemento tierra, junto a las rocas. Y el fuego aparece en las farolas, luces insinuantes.
Poema visual
A nivel visual, cada poema encaja con los otros en función a la misma estética de fotografía avejentada. Hay una mujer contando las cosas, mirándose y mirando el resto del mundo, desde Santo Domingo. Por eso, todos los sentidos, todos los elementos adquieren presencia.
Sólo una cosa más: puede que “Tantas veces la palabra miedo” sea el mejor libro de poesía dominicana que he leído en los últimos años. Y es difícil hacer esta aseveración, porque hay muchos grandes libros de poesía publicados recientemente.
Pero Lery Laura tiene la madurez creativa necesaria para no ser pretenciosa en sus poemas. Hay recursos técnicos que hablan de alguien que busca algo en el lenguaje, pero que coloca el sentido de la palabra y la imagen por encima de la técnica.
Y luego hay versos francamente malos, carentes de todo ritmo o fuerza. Pero al encontrarse dentro del conjunto del libro, sirven para destacar aquellos que brillan más. Pero por encima de esto, lo más reseñable del libro es su honestidad. Habla de lo que Lery percibe y conoce.
Quizá un día me atreva a leerlo bajo la mirada de Hume y Kant, porque siento que hay una lectura más honda en torno a ese marco. Es decir, Lery construye en unos pocos poemas, la ciudad, la gente, el miedo y la paralización del vuelo ante el sonido de las palabras.
Hay días así.
Amanece apenas y todo es poco.
Unos ladridos lejanos
y el rumor de un platanal
golpeado por vientos de agua.
Más nada.
Miro mis manos,
como si ellas supieran a dónde fueron las palabras.
No da la soledad para un verso,
ni el aire cargado de pequeñas heridas.
Ya ni los pájaros conservan la voz.
Hoy no, poesía, hoy no.
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