Carlos Rodríguez para hacer el amor y cantar funerales
Luis Reynaldo Pérez pondrá a circular el poemario El ojo y otras clasificaciones de la magia, como parte de su catálogo de poesía en Luna Insomne
Conocí a Carlos Rodríguez, como lo hicimos muchos, en conversaciones absurdas con cerveza en la noche.
Y una noche, un amor platónico me leyó en una azotea a media madrugada algunos poemas del libro West end bar y otros poemas; ella llevaba una blusa que desapareció en el suelo, quitándole a Platón su vocación de adjetivo.
Recientemente, el editor Luis Reynaldo Pérez publicó que pondría a circular el poemario El ojo y otras clasificaciones de la magia, como parte de su catálogo de poesía en Luna Insomne.
En memoria de los buenos momentos con los otros libros de Carlos, le pedí que me lo pasara y el resultado ha sido esta publicación.
El ojo y otras clasificaciones de la magia ganó el premio de poesía de la Universidad Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) en 1994. Pero hasta ahora era escasa su circulación, por lo que su reedición es un aporte importante a la difusión de la obra de este poeta.
Rodríguez vivió mucho tiempo en Nueva York, así que mucha de su poesía habla de las calles newyorkinas y la vida de un dominicano en la diáspora. Otro de los libros de Carlos Rodríguez es Lago Gaseoso, editado por la Editora Nacional.
Finalmente, está Volutas de Invierno, que junto al citado West end bar y otros poemas, completan la casi totalidad de su obra.
Diría que hay tres razones para leer el libro que pondrá a circular Luna Insomne:
1. Se trata de un texto clave de la poesía dominicana de vanguardia. Como ha dicho en algún momento Miguel Ángel Fornerín, Carlos Rodríguez está alejado de la tradición literaria local, lo que le hace muy distinto a cualquier forma poética que hayamos experimentado en el país.
2. El ojo y otras clasificaciones de la magia es una obra densa, que explora las dudas de cualquier persona desde el lenguaje llano y experimental. Pero al final, habla de lo que le preocupa a cualquier individuo en una ciudad y con mucha soledad acuesta.
3. Porque si la poesía de Carlos Rodríguez sirve para hacer el amor, también puede dar mucha alegría. Esto, a pesar de que el tono de este libro pareciera alejarse de todo erotismo o ánimo de fiesta.
Porque, como escribió el poeta Plinio Chahín, en Carlos, el exterminio, las distancias salvajes, los cantos fúnebres hablan en primera persona; “pero, asimismo, lo animado tiene don de habla”.
Comparto dos poemas suyos. Están numerados únicamente.
IX
Definida la vida.
Defendido el cuerpo y esgrimidos los recursos
acomodo el ser en su diván verduzco.
Retomo la poesía que salta de los pómulos
y vuelve a ser el músculo inverosímil,
la tos,
la enredadera que llega al escenario a redepositar
sus cálculos elementales de sobrevivencia
donde asoma la tinta en los cuadernos,
donde suenan ruedas, albas, horizontes,
donde hay un grito aparte
(un óvulo cerrado, elástico).
XII
Toco una puerta y entro a la segunda rotación.
Subo hasta su abismo y veo mis piernas que caminan.
Toco allá otra puerta
y un vapor extraño se forma en sus canales.
Bajo, toco, miro un tejido que cuelga en la pared
(seguramente es la toalla de Van Goh).
Estoy sentado y miro el mundo a través de una ventana,
la tarde oscura, el infinito.
Serpea la noche el nervio óptico.
Reabro otra puerta (la del cerebro)
y un aluvión de tiesas emociones sale a recibirme.
La tarde es esta copa de cemento.
Un sonido de hierro en la vía (lo oigo),
carne muerta y abrigada en movimiento.
Nada suena, sin embargo
y todo es agolpamiento, murmullo en la cabeza,
el ser, la pretensión de sacudirlo.
El precipicio enorme es de igual manera (lo siento)
la fábula del juego de los hombres.
Juego de un revés sutil, escalonado,
plañideras colas de un embrión forrado por cálculos
degenerados,
con la forma de la frente, fruncida ¿siniestra?
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