El país de los imaginarios
En mi oración navideña pido que renazca la esperanza en nuestros corazones y volvamos a creer en que vale la pena luchar por este país, que es de todos los dominicanos
Imagine el caso de una extranjera que alquiló un vehículo en Santo Domingo. No pasaron 30 minutos cuando la detuvo un Amet para ponerle una multa. ¿La razón? Andaba en vía contraria.
En su defensa, la extranjera alegó que la calle no tenía ninguna señalización y que ella siguió un enjambre de motoristas que entró por la vía, pasando por el frente de este Amet que ni se movió.
Esta extranjera le comentó a una amiga que en su país eso no pasa. Primero, las consecuencias de violar las leyes de circulación son severas y sin distinción de personas y, segundo, porque las vías tienen algún tipo de señalización que indica mínimamente, la dirección del tránsito.
El infinito imaginario de RD
En nuestro país, lamentablemente, esas líneas son imaginarias como los pasos de cebra para los peatones. Aunque estén pintadas y visibles parece que una amplia porción de la población, incluyendo los mismos viandantes, no las ve.
Y ese infinito imaginario en nuestro país se traslada a múltiples aspectos de la vida diaria. Es como vivir en una distopía o en una eterna contradicción de términos y de realidades.
Aquí, la corrupción es indelicadeza y la delincuencia, percepción. Se atreven a asegurar que no hay apagones, que es uno que está malo de la vista y que la Navidad se siente en la calle cuando honestamente no se mueve un peso.
En este país hay más leyes que gente, el problema es que no se cumplen. ¿La Constitución mil veces reformada? Alguien dijo que parece un imaginario pedazo de papel
Se habla de disminuir los niveles de pobreza sin fomentar empleos y sin avanzar en la calidad de educación necesaria para que los jóvenes puedan acceder a ellos en entornos competitivos.
Se prefiere el camino fácil y más costoso al corto y al largo plazo: bonos y dádivas de todo tipo. Ya todos hemos visto que no necesariamente llegan donde deben.
Aquello de enseñar a pescar se le ha dejado a la misma clase media que ya se ha quedado sin caña, sin cordel y sin pescado viendo impotente que todo lo que se planifica no se le incluye ni le beneficia.
El gobierno toma partido del carácter alegre y medalaganario del dominicano que se automotiva y le pone sonrisa a la tristeza para salir a trabajar todos los días.
A su inagotable esperanza que lo levanta a ir a votar cuando hace tiempo dejó de creer. No sé si estamos llegando al fin de la historia como algunos vaticinan, pero definitivamente estamos cerrando ciclos de convivencia y perdiendo valores tradicionales.
Llegando al final de este año, nos preparamos para celebrar la Navidad en familia. Es mi oración que renazca la esperanza en nuestros corazones y que volvamos a creer en que vale la pena luchar por este país, que es de todos los dominicanos.
Que aquel imaginario de nación que soñaron nuestros padres fundadores todavía es posible en base a consenso y mucho trabajo.
¡Comencemos hoy mismo!
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