Los quince de Florita
Ojalá que todas las niñas puedan llegar a sus quince años conservando la ilusión, la inocencia y la alegría, con fiesta o no, que es lo menos
Mi abuela Amparo tenía en Moca una repostería, floristería y casa de novias. Mi abuela Carmen Tulia tenía negocios en La Vega y era el alma de las celebraciones. Con un espíritu similar, las consuegras se llevaban estupendamente.
Dicen que desde que nací mis dos abuelas comenzaron a planificar mi fiesta de quince años. El tiempo se agotaba para una de ellas y me celebraron un primer año con orquesta que todavía se recuerda en Moca.
Doña Amparo aguantó hasta celebrar mis quince inviernos con toda la pompa que permite un club de pueblo y recuerdo con inmensa felicidad lo feliz que ella estaba al verme desfilar con mi abuelo Miguel.
Al abuelo nada de eso le gustaba pero se puso su mejor “flú” para la ocasión, mientras que mi abuelo Julio César me dedicaba una poesía.
Hubo damas, chambelanes, desfiles, proclamas, comida, picadera, bizcocho y todo lo que se puede uno imaginar. La familia extendida vino de todas partes para compartir ese momento especial.
Cuando se encargaba de cada mínimo detalle para el festejo, doña Amparo recitaba “Los quince de Florita”, una poesía de Luis Carbonell más vieja que Cuca y Roquetá que a ella le encantaba y le sacaba carcajadas. Al final siempre decía: ¡Los quince de Florita lo vamos a celebrar! Para los fines, yo era Florita…
Recuerdo que para ese tiempo yo no tuve ni voz no voto en la organización de la fiesta. El día del festejo me pusieron mi vestido con cretona, un lazo en la cabeza, mis primeros tacos y de ahí para la fiesta.
En ese tiempo “los muchachos hablaban cuando las gallinas hacían aquello” y todo muy bien. Sin traumas y sin psicólogos, recuerdo mis quince con mucha alegría.
Hace unas semanas, Sofía Victoria, mi hermosa sobrina y quinta nieta de mis padres, celebró sus quince en una fiesta familiar, divertida y llena de detalles.
No niego que me sorprendió ver la ilusión que le hacía a una quinceañera de estos tiempos, amante del tiktok, celebrar algo tan “ochentero”.
Ha habido décadas en que las fiestas se han sustituido por viajes, cruceros y hasta carros, pero parece que el vals nunca pasa de moda, como tampoco la ilusión de un vestido de princesa, con tiara y confeti.
Todos lloramos al ver a Sofía llegar con su hermoso traje, su risa nerviosa cuando vio la expresión de deleite de toda su familia y amigos presentes y lloramos más cuando inició el baile con su papá a quien el traje se le iba a explotar del orgullo.
El hermano hizo lo que pudo con una bachata lenta y volvimos a llorar. Las dos abuelas estaban felices y emocionadas. Sé que precisamente en ese momento, mirando felices desde el cielo, estaban sus dos abuelos y las bisabuelas culecas y apoyadoras aprobando todos los detalles.
Los muchachos se gozaron su “música”, hubo baile de amigas y de tías que se robaron el show. Los tacos se cambiaron por tennis, las cretonas por un vestido de flecos, pero la esencia se mantuvo.
Todos estábamos felices por Sofía que, a diferencia mía, la dejaron opinar hasta para la elección de los polvorones. Por la cara de sus padres ante cada “consenso” con la niña, creo que hubieran preferido el método de doña Amparo.
Mientras comparto esto, estoy consciente que hay muchas quinceañeras que en lugar de fiesta están planificando el parto de un embarazo no planificado, que han tenido que abandonar su escuela y posponer sus sueños por una realidad que no corresponde a sus años.
Me entristece que para este tiempo este sea el pan nuestro de cada día y que no haya solución a la vista.
Ojalá que todas las niñas puedan llegar a sus quince años conservando la ilusión, la inocencia y la alegría, con fiesta o no, que es lo menos. Después habrá tiempo suficiente para los problemas y los líos de la vida adulta. Ya, eso era.
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