Duele la soledad
Mi amiga vivía rodeada de silencios y sombras
-Hay algo más fuerte que el dolor -me dijo mi amiga mientras la veía caminar con su bastón-. A esta edad, cuando ya has transitado el mayor tiempo de tu vida, cuando dejan de importante tantas cosas que pensaste alguna vez en tu juventud que eran esenciales, hay algo que en mi caso no pensé que podía afectarme tanto.
-¿Y qué es? -pregunté intrigado por la causa de tanta tristeza.
-La soledad, Freddy. Parece que los viejos molestamos y quienes nos rodean no tienen tiempo para nosotros.
-¿Y tus hijos?
-Mis hijos hacen su vida y tienen muchas excusas para estar ausentes. He llegado a desear la muerte para no estorbarles, para no robarles ni un minuto más. El mundo ha cambiado, hoy es más importante producir dinero que amar y, aunque te parezca duro, es la realidad.
La miré, mi amiga tendría mi misma edad, pero debido a la enfermedad que le aquejaba se veía quizás un poco más desgastada. En cada una de sus palabras sentía un dejo de amargura que me traspasaba el alma, sus hijos con la excusa que fuera apenas la visitaban y ella vivía rodeada de silencios y sombras.
Reuní todas mis fuerzas para poder contestarle y brindarle un poco de esperanza.
-¿Y la oración no te sirve?
-Dios nunca me oye parece también esta muy ocupado
-Inténtalo de nuevo -le dije como a una niña que le das un consejo y quieres que deje de llorar.
-¡Ay Freddy, es muy grande lo que siento! El abandono en que vivo no me deja sonreír, aunque lo intento, ayer me sorprendí hablando sola y cada vez hablo más con los fantasmas que me rodean, hasta me divierto haciéndolo, tengo largas conversaciones conmigo misma, he pensado que es quizás una forma de locura.
-Habla con Dios aunque creas que no te responde, cuéntale de tu vida, de tus miedos, de tu tristeza, de tu abandono, estoy seguro que encontrarás una respuesta, por lo menos un alivio a tu sensación de desierto.
Mi amiga me miró sonriendo y me dio la impresión de que dudaba de mis palabras, de pensar que mi consolación era una fórmula demasiado fácil para su condición de dolor.
-Nada pierdes -añadí mirándola a los ojos.
-En lugar de hablarle al vacío, lo imaginas y le cuentas; te confieso que a mí muchas veces me funciona. Aunque no sufro de soledad porque me he pasado la vida cultivando amigos donde quiera, o conocidos, o me los he inventado, o mi familia es cariñosa y diferente, aún tengo esposa e hijos a quienes mantengo cerca, cuando siento que el mundo se me apaga, le grito a ese Creador silencioso, no para que me resuelva ni cambie nada, sino para que me ayude a entender y soportar lo que sea, y te juro que de algún lugar saco fuerzas y paso el difícil momento.
-Freddy eres único.
-Todos somos únicos y frágiles.
-Solo que algunos nos dejamos vencer y otros echamos el pleito. Recuerda que la eternidad nos espera llena de sorpresas. Y ahí no existen ni el dolor ni la soledad. Confía en mí, -la reté.
-¿Ahora eres profeta?
-No. Confiado.
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