La dama del tercer piso
Tengo por ella un gran cariño pues la siento indefensa y frágil, desafortunadamente los tiempos y las vidas no coinciden
Era como un fantasma, aparecía y desaparecía constantemente. A veces pasaba días sin saber de ella y, según me contaban los conserjes, ni siquiera sacaba a su perrito a pasear. Tengo por ella un cariño pues la siento indefensa y frágil, desafortunadamente los tiempos y las vidas no coinciden.
Los conserjes saben toda la intimidad de sus inquilinos y lo comentan entre ellos. Que era viuda, que su hija le había comprado el apartamento y que cada cierto tiempo venía a visitarla y que tenía crédito en el súper colmado de la esquina para que todo lo que necesitara se lo llevaran. Una joven la acompaña y los domingos se queda sola.
Nunca puedo determinar su edad, le tiemblan las manos y se mueve muy lentamente, igual que habla.
Su hija le regaló un perrito para que le haga compañía, lo llama Ternura.
Bonito es escucharla cuando le pide algo.
-Ternura ven, ternura come, Ternura si te portas bien te llevaré de paseo.
Una que otra vez me la encontré en el ascensor, intercambiamos corteses saludos -buenos días, buenas tardes-, jamás buenas noches, la señora nunca sale ni de noche ni de día, está confinada en su hogar, su televisión, donde imagino se distrae en las tardes.
Supe su nombre accidentalmente porque un día le llegaron unas medicinas de la farmacia y, creyendo que era mío el paquete, leí a quién iban dirigidas: Ana G. viuda P.
No sé qué iba después de la P pues se borró del recibo, abajo los muchachos que cuidan le decían la doña. Tiene una amable sonrisa, pelo blanco y corto.
En el ascensor una vez entablamos una conversación.
Ella dijo "Buenos días"; yo contesté sonriendo; ella: "Parece que va a llover; yo: "Ojalá, la lluvia siempre es bendición; ella: "A veces para los pobres no"; yo: "Es cierto".
Y luego, saliendo, me deseó que pasara buen día. Esa vez recuerdo que tenía a Ternura en sus brazos y me impresionó la inmensa cinta azul que anidaba en su cuello. Luego supe que la tenía de varios colores y, según el estado de ánimo, las cambiaba.
-Es mi compañera -y dándole un besito en la cabeza me sonrío.
La vida en los edificios es muy solitaria, cada uno vive refugiado en su apartamento y pocas veces nos reunimos. El ascensor, cuando coincidimos, es un excelente escenario para ver cuánto han crecido los niños del cuarto piso y descubrir la nueva esposa del que vive en el quinto.
Eran casi las once de la noche cuando sonó el timbre de mi puerta, yo estaba viendo una película de policías y me extrañó la hora, pero acudí de inmediato a ver quién era
Cuando abrí me encontré a la doña vestida con una bata de flores bien alegres. Con la mirada sentí que estaba mal.
-Pase -le dije-, ¿en qué puedo ayudarla?
Y fue entonces cuando casi sin poder hablar me dijo:
-No tengo con quien llorar, me podría acompañar un rato.. Ternura se me murió.
Y la acompañé a llorar.
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