Escuela pública y colegio privado
Hospital público y clínica privada: unas brechas que se expanden
Cuando yo estudiaba la escuela primaria, intermedia y secundaria, en mi país existían muy pocos colegios privados. Porque la calidad de la educación pública era muy superior. Cuando se supone que deberíamos estar progresando, lamentablemente, la educación pública se ha deteriorado tanto, que ha dado paso a la proliferación de los colegios privados; y nos molestamos cuando esos colegios suben su matrícula, y le pedimos a las autoridades que los obliguen a bajar sus precios y sus estándares. Cuando lo que deberíamos pedir es, que el Estado cumpla su rol de regulador de la educación a todos los niveles y provea a la población una educación de calidad, con docentes bien preparados y escuelas públicas decentes. Se establecería así, una libre y sana competencia de oferta y demanda, y la inmensa mayoría de nuestros niños(as) asistirían como lo hacíamos antes a la escuela pública con un ahorro enorme para la economía familiar.
Igual en la salud pública. Si el Estado cumpliera con su obligación y ofertara a la gente hospitales y servicios de calidad, la población tendría poco que buscar en una clínica privada. Que es lo que pasa en los países donde los funcionarios públicos hacen las tareas para las que fueron designados y cumplen con las promesas que hicieron, que, en nuestro país, históricamente solo han sido promesas anunciadas con el desparpajo propio del que sabe que no va a cumplir.
Los países que se han desarrollado y los que van en esa vía, son aquellos que cuidan y trabajan permanentemente por la salud y educación de sus pueblos. Y, “los países con mejor educación en el mundo tienen en común, la convicción de que su sistema de aprendizaje debe ser una de las principales herramientas de crecimiento, por encima de los recursos naturales, económicos y tecnológicos. Para ellos, la enseñanza de calidad es la clave para el desarrollo individual y el progreso global”.
Si la gente buena de nuestro país, sus dirigentes y políticos no hacemos un alto para reflexionar y tomar las medidas que demandan estos tiempos. Si seguimos permitiendo que las brechas entre riqueza y pobreza, entre conocimiento e ignorancia, entre salud y enfermedad se sigan expandiendo. Y si a esto le añadimos la pérdida del orgullo por nuestra identidad como nación. Pronto seremos un país de migrantes, dispersos por el mundo, como otros que nos han precedido.
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