La ventana de mi habitación
Esa ventana me tranquiliza y muchas veces encuentro las respuestas que necesito
Cuando Catalina me dijo alarmada que había descubierto que entre China y la India sumaban 3,000 millones de seres humanos no sabía qué se traía entre manos. Puso esa cara de ¡Ay abuelo, tú no entiendes nada¡, y agregó: "¿y habrá cielo para tantos?".
-No te entiendo.
-¿Cabremos todos en el cielo?
Supe de inmediato que tendría que pasar un rato frente a la ventana del fondo de mi cuarto.
Hay preguntas de esta nieta que me inquietan y debo confesarles que hace tiempo descubrí que esa ventana me tranquiliza y muchas veces encuentro las respuestas que necesita ella o yo.
Tres ventanas tiene mi habitación, dos al este y una grande al norte, por donde alcanzo a divisar una que otra montaña. Esa es mi favorita. Mirando al infinito encuentro muchas respuestas y, cuando no las encuentro, siento paz. Catalina tiene el poder de hacerme pensar.
Vivo en un 5to piso. Tengo buenos vecinos. Todos trabajan, así que apenas nos vemos y, aunque las coincidencias en el ascensor son escasas, reina el cariño y la fraternidad.
Desde mi piso diviso un paisaje urbano, algunos árboles, la piscina de un vecino que durante el verano se repleta de niños y una inmensa trinitaria roja y blanca que me alegra con su belleza todas las mañanas.
Me levanto temprano, lo primero que hago es mirar por esa ventana y ponerme en manos de mi Dios. A veces alguien camina por las calles del vecindario haciendo sus ejercicios mañaneros, el vecindario tiene una área verde que le da respiración a las casas que una al lado de la otra se acompañan.
Imagino las vidas de los vecinos que no conozco, cuántas alegrías, cuántas tristezas se acunan, cuántas aventuras les esperan, cuánta vida, cuánta muerte, cuánta celebración.
Cuando llueve la ventana es el mejor lugar para apreciar y disfrutar de esa bendición del cielo. Me puedo pasar largo rato disfrutando de ese bautizo de la naturaleza. La lluvia agudiza mis sentidos, me calma, y me pone en sintonía con lo más íntimo de mi ser. Siempre he sentido que la lluvia es el lenguaje sin palabras del creador que nos dice lo que nos espera. Locuras mías.
Esta mañana amaneció espléndida, un sol con todas las ganas de iluminar no solo el panorama que miro sino la isla. Hoy es día de fiesta en mi corazón, lo celebraré en silencio, sin que nadie sepa ni sospeche, he decretado un día feliz aunque el único motivo que tengo es ese sol que me regala el día.
Una brisa fresca entra por la ventana, apenas unas escasas nubes se dibujan en el cielo, despejada mi mirada adivino el infinito poblado de almas fundidas en un todo donde solo prima el amor, ese amor que apenas conocemos, amor sin ataduras, amor pleno, sin presente ni futuro, amor eterno imposible de imaginar.
Respiro profundo como queriendo llenarme de este soplo de esperanza, pongo mi mente en blanco, que nada interrumpa este momento pleno donde solo quiero que aquello divino se instale en mí y me ayude a transitar el día y poder reflejarlo en quienes me rodean.
Pienso entonces que a Catalina se le olvido sumar a los otros, millones de europeos, africanos, americanos, caribeños, etc.
La puerta de mi habitación se abre. Catalina intenta decirme algo cuando sin esperar le digo muy seguro:
-Ya tengo la respuesta.
-El corazón de Dios es billones de veces más grande que el nuestro, estoy seguro de que Él sabrá dónde colocar a todos sus hijos cuando regresemos. De que hay espacio... hay.
Catalina creo que quedó conforme.
Salió sin decir palabra.
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