Dondequiera que estés, es tu punto de partida

No importa cuán torpe o pequeño parezca el comienzo; lo que cuenta es reconocer dónde estás y moverte desde ahí hacia la meta soñada

No importa tu punto de partida: lo que cuenta es reconocer dónde estás y moverte desde ahí hacia la meta soñada. (Shutterstock)

No hay un momento “perfecto” para empezar a crecer. Estés perdido, agotado o en un pico de éxito, donde estás ahora es el lugar exacto desde el que puedes avanzar. No necesitas tenerlo todo resuelto, solo conocerte lo suficiente para dar el primer paso.

En este artículo te contaré una historia personal de crecimiento a partir de cero, en una dimensión física, y en el próximo te daré herramientas para evaluar tu punto de partida y construir un mapa de ruta para el crecimiento personal en múltiples dimensiones.

Antes de ser maratonista, me convertí en nadador de aguas abiertas, algo impensable para alguien que, a sus cuarenta y tantos, no sabía ni flotar (y aún no puedo hacerlo).

Nuevas metas

En 2009, escribí “aprender a nadar” entre mis metas del año, una que repetía cada enero desde hacía cinco años.

Compré goggles para comprometerme, pero no pasaba de ahí –“nada” era mi realidad, en el sentido de “carencia absoluta”.

Hasta que mis amigas Olga, Maritza y Mildred se apuntaron a clases con don Jaime, un instructor peruano octogenario que todos conocen en el mundillo de la natación de adultos en República Dominicana. Ellas aprendieron rápido, y yo, sin excusas, me uní.

Mi primera clase fue un desastre glorioso. “Nada, para verte”, ordenó don Jaime. Di dos brazadas caóticas y me hundí como si tuviera rocas en los pies y ventiladores en los brazos.

Resistí el ridículo, el frío de las madrugadas y tragarme media piscina. Dos meses después, crucé al otro lado. Mis compañeros aplaudieron mi hito como si fuera una hazaña olímpica.

"El hombre que venció al mar"

Seguí irregularmente, pero en marzo de 2011, me lancé al mar Caribe, en La Caleta, junto con un grupo de nadadores veteranos, y una lancha de apoyo que nos escoltaba, especialmente a los novatos.

Casi tan pronto como entre al mar, el valor se me esfumó, al ver que no tocaba fondo. Pero ya no había vuelta atrás. Don Jaime gritó desde los arrecifes: “¡Toca la boya!”.

Avancé cien metros, muerto de miedo, rocé la boya y volví a la orilla como si huyera de un tiburón. “¡Vuelve a la boya! ¡Toca la lancha!”, insistió, señalando la embarcación a 50 metros más delante de la boya.

Un coro de mirones se unió: “¡Vamos, Melvin, tú puedes!”. Se aprendieron mi nombre y me apoyaban como hinchas. Llegué a la lancha, la toqué, me aferré de su borda, hice unas cuantas burbujas, y seguí avanzando mar adentro. 

Desde entonces, don Jaime me llamaba “el hombre que venció al mar”, aunque todavía el miedo resucita de vez en cuando, en medio del mar.

Seguí entrenando y llegué a nadar hasta 7 kilómetros en la Bahía de Las Águilas, sin flotar bien ni patear fuerte, a veces en aguas bravas. Mi punto de partida era cero, pero aceptarlo me permitió avanzar con disciplina y apoyo.

No solo mejoré mi nado, sino que gané fuerza mental, coraje y una red de amigos, especialmente DJ, como ahora le digo al entrenador, y su cariñosa esposa, doña Blanca, que cumplió años el pasado viernes.

La lección es clara: tu punto de partida no es una condena, es tu trampolín. No importa cuán torpe o pequeño parezca el comienzo; lo que cuenta es reconocer dónde estás y moverte desde ahí.

En el próximo artículo, te daré herramientas para mapear tu vida y dar ese primer paso con claridad en cualquier ámbito de tu vida.

Consultor en comunicación y marketing. Runner, inversor y storyteller, siempre en busca de nuevas perspectivas.