Los limpiavidrios

La importancia de erradicar las prácticas ilegales de los limpiavidrios

Venía yo contento porque uno de mis hijos, que andaba de viaje por Estados Unidos, regresaba tras tres meses de vacaciones en Miami. Fuimos a buscarlo al aeropuerto su madre, su hermanito de dos años, su mejor amigo y yo. Tomamos la avenida Winston Churchill para ir a la casa y llegamos a esa zona del semáforo de la Kennedy. Entonces, nuestra alegría se disipó.

Un muchachito se acercó y nos tiró agua en el cristal. Le pedimos que no lo hiciera y su reacción fue furibunda. Me invitó a bajarme del carro a pelear, empezó a decir obscenidades y a manotear, nos hizo el gesto vulgar con el dedo del corazón y nos tiró la botella de agua contra el parabrisas con violencia, al tiempo que se reunía con un grupo de secuaces en la esquina de la avenida. Mientras, en el 9-1-1 me decían que eso era tema de la Policía Nacional, cuyos agentes estaban manejando el tránsito justo al lado mío y no movieron un pelo, lo imitó un agente de esos del MOPC, delante del cual reclamamos, pero que con su cara nos respondió claramente que poco podía hacer al respecto.

A esos limpiavidrios hay que quitarles el oficio, pues se creen que uno tiene que acceder a sus agresiones porque les da la gana. Ellos son la representación de lo que no deben ser nuestras calles y me importa poco si pagan justos por pecadores, porque si ponen en riesgo a mi familia, como lo han hecho con otras, lo que se merecen es que se le retire un privilegio que tienen, no un derecho.

Lo que me da grima es que hace unas semanas las autoridades se jactaban de que habían acabado con esa práctica, pero no es cierto. Allí están ellos, todos los días, intimidando a quienes no acceden a pagarle por un servicio que nada tiene de esencial. ¡Párenlos, por favor! Acaben con esa claque de personas que se creen que a las malas pueden sacar beneficio, que sienten que la impunidad los protege, porque sus fechorías no son atendidas por las autoridades. Las ciudades seguras son aquellas que comienzan por liquidar las pequeñas prácticas ilegales. Ahí hay una, acabemos con esa primero, y luego con otras más, como los motoristas y su temeridad, por ejemplo.

Periodista puertorriqueño y subdirector de Diario Libre. Ganó el Premio Nacional de Literatura Puertorriqueña, Categoría Periodismo, en 2018, por sus columnas en el periódico El Nuevo Día, del cual fue director asociado.