El senador Antonio Marte: Por su lengua y pensamiento lo conoceréis
Honor y decoro perdidos en el Congreso Nacional dominicano
En virtud de lo que disponen los artículos 79y 82 de nuestra Constitución, en la República Dominicana cualquier ciudadano puede desempeñar los cargos de diputado y senador, siempre que cumplan con los requisitos que en estos artículos se establecen. A saber: «Ser dominicana o dominicano en pleno ejercicio de los derechos civiles y políticos, haber cumplido veinticinco años de edad, ser nativo de la demarcación territorial que lo elija o haber residido en ella por lo menos cinco años consecutivos»
Nótese que en ninguno de los requisitos se exigen conocimientos, luces intelectuales, formación política ni competencia profesional. Por esa razón, las matrículas de diputados y senadores, en determinados períodos de nuestra historia contemporánea, ha estado plagada de los más sorprendentes, incompetentes y hasta pintorescos legisladores, tales como riferos, choferes, narcotraficantes, analfabetos funcionales y hasta exprotitutas. Por esa razón, nunca pierden vigencia los muy citados versos de epigramático acento del laureado y ultracitado Cantor del Yaque, Juan Antonio Alix (Moca, 1883 – Santiago, 1918), contenidos en sus famosas décimas publicadas con el genérico título de “Corroboro, corroboro”:
« -Dime, querido Vidal,
tú que eres medio letrado,
para ser buen diputado,
a un Congreso Nacional
¿debe ser hombre leal,
de inteligencia y decoro?
No sea penguinche, Teodoro
, que para un congreso ir,
no hay más que saber decir,
corroboro, corroboro.
Y por esa razón, a nadie ha de extrañar que el senador por la provincia de Santiago Rodríguez, mediante el uso de un nivel expresión lingüística que avergüenza la conciencia nacional, haya manifestado en la sala de sesiones de la cámara a la que pertenece, aquello de que:
«Yo quisiera, ¡coño, - excúsemen la palabra - renunciar deta maidita vaina , ¡coño. Yo habiá vito que aquí un senador no vale una guayaba podría… Yo soy empresario dede que tengo diecisiete año…. Yo nunca e robao para que haya toelmundo saber que yo tengo diez pesos. Eso es un sinverguenzá…» . La “ maidita vaina”- aclaro – es el cargo de senador.
Y al leer esas palabras, continúo recordando los versos de Alix:
-Pues Vidal, a mi entender,
creí que los diputados,
eran patriotas y honrados,
y de bastante saber,
que el pueblo sabía escoger,
hombres serios como un toro,
y nunca elegir un moro,
para que sea mal cristiano
, ¿no es así, querido hermano?
corroboro, corroboro.
Y a propósito valdría preguntase: ¿Se corresponde la precitada y callejera forma de expresión del senador noroestano con la investidura del «honorable» que la articuló y con la solemnidad del lugar en donde tan desacertado discurso se escuchó? ¿Es ese el estilo de lengua que un representante de tan poderoso poder del Estado, como lo es el Legislativo, públicamente debe exhibirse? ¿Por qué tronó de esa manera el susodicho y megapintoresco legislador?
Sencillamente inconforme con el mandato de la Ley No. 311-14 que obliga a los funcionarios y servidores públicos presentar sus declaraciones juradas de patrimonio al inicio y fin de los cargos desempeñados. Consiste esta declaración en un inventario de bienes, autenticados por un notario público, que deberá ser publicado por la Cámara de Cuentas a través de cualquier medio, electrónico o impreso. Esa publicación fue lo que detonó la ira de Marte, al considerar que tal publicación podría comprometer la seguridad de funcionarios y familiares, ante posibles atracos y secuestros llevados a cabo por delincuentes.
Lo cierto y extraño es que el legislador que nos ocupa se opone o resiste rabiosamente a que funcionarios y servidores públicos cumplan con lo que establece la ley.
Ciertamente que, como resultado de la inversión de valores que progresivamente corroe los cimientos de la sociedad dominicana, en lo que tiene que ver con el perfil de los legisladores que dicen «representarnos» en el Congreso, justo es reconocer que se ha involucionado bastante. Para entender esto, basta analizar y contrastar a la vez, el perfil cultural y peso político de los senadores y diputados que en siglos pasados dignamente ocuparon un asiento en el Congreso Nacional, con el mismo perfil que proyectan los actuales legisladores, entre ellos Antonio Marte.
«Las diferencias - como reza la frase popular – son del cielo a la tierra». Veamos solo algunos de esos legisladores del ayer lejano que con su brillante trayectoria académica, literaria, política e intelectual y alto vuelo oratorio preñaron de respeto y solemnidad las salas de sesiones del Congreso:
Dr. Manuel María Valencia (1844), Buenaventura Báez (1845), Félix María del Monte (1950), Benigno Filomeno Rojas (1854), Pedro Francisco Bonó (1958), Tomás Bobadilla (1854), José Gabriel García (1866), Jacinto de la Concha (1866), Monseñor Meriño (1878), Francisco Gregorio Billini (1879), Luis del Castillo (1889), Octavio Beras (1908), Francisco Leonte Vásquez (1908), Eliseo Gullón (1909), (1912), Porfirio Herrera (1938), Lic. Manuel Arturo Peña Batlle (1942), Manuel de JS. Troncoso (1943), Carlos Sánchez y Sánchez (1956), Lic. Carlos Rafael Goico Morales (1961), Atilio Guzmán Fernández (1970), Lic. Hatuey Decamps (1979), Lic. Hugo Tolentino Dipp (1982)
Escritores, abogados, políticos, maestros, poetas, Arzobispos, vicepresidentes y presidentes de la República constituyen parte de la ficha personal de muchos de los nombres antes citados, los cuales, en los años señalados, ingresaron al Congreso Nacional, ya como diputados, ya como senadores. Establezca usted, amigo lector, comparación entre aquellos y los actuales, Antonio Marte, entre estos, y muy seguro quedará sorprendido con las abismales diferencias de perfiles que existen entre los legisladores de ayer y los de hoy.
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