«Digo que yo no soy un hombre puro»

La hipocresía de la pureza, un análisis del poema de Guillén

El poema Digo que yo no soy un hombre puro de Nicolás Guillén ofrece una crítica mordaz a la noción de pureza y la doble moral social. (Fuente externa)
Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz…José Martí

¿Es el humano un ser perfecto o infalible?

¿Reconoce usted que al igual que los demás mortales, su comportamiento está bordeado de luces que lo enaltecen y sombras que lo oscurecen?

 ¿Estamos o no expuestos a cometer errores?

 ¿Además de observar la “paja en el ojo ajeno”, ha intentado usted descubrir el bosque que yace plantado en su retina?

 ¿Piensa que en todo momento el bueno es usted y que los malos siempre son los otros?

¿Admite usted los errores cometidos o tercamente siempre intenta justificarlos con sofismas deslumbrantes o verbales espejismos de un alto poder liberalizante?

¿Cree usted que lo puro existe?

¿Es puro todo aquel que parece o aparenta ser puro?

En fin, ¿se considera usted un ser íntegro o humanamente puro?

A estas y otras interrogantes nos conduce la lectura del poema “Digo que yo no soy un hombre puro”, composición, como podrá apreciarse, de indiscutible acento vanguardista y emanada de la fértil imaginación creadora del brillante Poeta Nacional de Cuba, Nicolás Guillén (1902 - 1989). Constituye dicho texto una aguda y contundente crítica a esa doble moral social tan presente en la conducta de muchos de los seres que nos rodean.

DIGO QUE YO NO SOY UN HOMBRE PURO

«Yo no voy a decirte que soy un hombre puro.

Entre otras cosas

falta saber si es que lo puro existe.

O si es, pongamos, necesario.

O posible.

O si sabe bien.

¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,

el agua de laboratorio,

sin un grano de tierra o de estiércol,

sin el pequeño excremento de un pájaro,

el agua hecha no más que de oxígeno e hidrógeno?

¡Puah! qué porquería.

Yo no te digo pues que soy un hombre puro,

yo no te digo eso, sino todo lo contrario.

Que amo (a las mujeres, naturalmente,

pues mi amor puede decir su nombre),

y me gusta comer carne de puerco con papas,

y garbanzos y chorizos, y

huevos, pollos, carneros, pavos,

pescados y mariscos,

y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino,

y fornico (incluso con el estómago lleno).

Soy impuro ¿qué quieres que te diga?

Completamente impuro.

Sin embargo,

creo que hay muchas cosas puras en el mundo

que no son más que pura mierda.

Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario.

La pureza de los novios que se masturban

en vez de acostarse juntos en una posada.

La pureza de los colegios de internado, donde

abre sus flores de semen provisional

la fauna pederasta.

La pureza de los clérigos.

La pureza de los académicos.

La pureza de los gramáticos.

La pureza de los que aseguran

que hay que ser puros, puros, puros.

La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia.

La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.

La pureza del hombre que nunca succionó un clítoris.

La pureza de la que nunca parió.

La pureza del que no engendró nunca.

La pureza del que se da golpes en el pecho, y

dice santo, santo, santo

cuando es un diablo, diablo, diablo.

En fin, la pureza

de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro

para saber qué cosa es la pureza.

Punto, fecha y firma.

Así lo dejo escrito.»

El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura dcaba5@hotmail.com