La capital puede dar mucho más

El potencial turístico de la Zona Colonial

La Zona Colonial merece incentivos fiscales y culturales. (Archivo/Diario libre)

"No es posible que a la Isla Saona vayan más turistas que a la Zona Colonial de Santo Domingo".

Esta expresión no es de un aprendiz ni de un teórico. Es el razonamiento de un veterano exitoso, que ha alcanzado el más elevado nivel como desarrollador turístico en la República Dominicana, con más de 50 años convirtiendo en realidad todos sus sueños y dando valor a todas las potencialidades de nuestras riquezas naturales. La opinión es del reconocido empresario Frank Rainieri.

En la capital están los huesos de Cristóbal Colón, traídos en 1795 por María de Toledo, atendiendo así a un deseo del descubridor de América

En el Distrito Nacional hay construcciones centenarias y novedades que a cualquier turista le encantaría conocer:

a. La Catedral Primada de América.

b. La primera universidad del nuevo mundo.

c. La casa de Bartolomé Colón.

d. El escenario del trabucazo.

e. El Palacio Nacional.

f. El estadio Quisqueya Don Juan Marichal.

g. La avenida del Malecón

h. Calle Las Damas, primera de América

i. La Fortaleza Ozama

j. El Panteón Nacional

k. El puerto de Cabo Rojo

l. La calle El Conde, entre otros.

Imagínense que los poderes ejecutivo y legislativo convengan una ley de incentivo fiscal para convertir El Conde en una calle turística, donde habiten los mejores chefs del país, las perfumerías de más demanda en el mundo, los más famosos diseñadores dominicanos, y que habilitemos algún lugar donde podamos ofrecer gratuitamente frecuentes exhibiciones de bailes típicos, merengues, bachatas, sones y diablos cojuelos.

Pensar que, si al paso del tiempo se lograra expandir el transporte ferroviario que conecte al Distrito Nacional con las zonas turísticas del este, sur y norte del país, traería beneficios enormes.

Ningún visitante querría perderse la oportunidad de visitar un renovado Museo del Pelotero Dominicano, el Palacio del Congreso Nacional, la Plaza de la Bandera o el pueblo de Cabo Rojo, por ejemplo.

Estos matices promovidos y acondicionados para esos usos elevarían la diversidad de atractivos de la ciudad más vieja del nuevo mundo y se sumarían a los tantos atractivos naturales que ya tiene la República Dominicana:

Sol tropical por unos nueve meses cada año, centenares de ríos de agua dulce, el lago de más bajo nivel de las Américas, la conexión con los dos océanos, más de 200 playas, las dunas de Baní, el puesto de Cabo Rojo, las plantaciones de mangos, aguacates, uvas, bananos, plátanos, arroz, nuestra proverbial alegría, nuestro liderazgo deportivo y la solidez de nuestra democracia.

Teniendo tantas cosas qué exhibir, sería un acto inapropiado mantener a paso lento el desarrollo de nuestro potencial que pudiera, en tiempo breve, abrir la compuerta del bienestar colectivo de nuestra nación, como ya lo han logrado otras naciones con una naturaleza y una ubicación menos afortunada que la nuestra.

¡Solo tomemos el impulso, sumemos nuestros ánimos y vamos arriba!