¿«Corroboro, corroboro» o «Correburro, correburro»?

“Señora: El legislador dominicano es un tipo curioso, alto o bajo de estatura; blanco, indio o moreno de color; delgado o grueso; feo o buen mozo; que estos son los caracteres variables o comunes; su aspecto no es del todo desagradable y hasta parece un hombre civilizado…”

(Francisco Moscoso Puello)

Estamos en campaña. Los aspirantes a candidatos se cuentan por montones. Cada día que pasa crece la desesperación, se incrementa la euforia, se ensanchan las expectativas... Todos quieren llegar. Todos desean “sacrificarse”, “aportar” y trabajar por “el bienestar de los sagrados intereses de la patria”. Todos pretenden llegar al Congreso o al ayuntamiento para “representar dignamente” a su comunidad. Todos, en fin, quieren ser alcaldes, regidores, diputados o senadores

Cuando veo y escucho a muchos de esos posibles candidatos, de inmediato aflora a mi mente el recuerdo de los muy punzantes y mortificantes versos, escritos el 29 de diciembre 1884 por el llamado Cantor del Yaque, Juan Antonio Alix (Moca, 1833- Santiago, 1918). Este talentoso bardo popular y crítico social por excelencia, se burlaba de la incompetencia e inteligencia mostradas por los legisladores de su tiempo en una muy famosa y socarrona composición de inconfundible acento epigramático titulada Corroboro, corroboro”, y cuyos versos dicen así:

«-Dime, querido Vidal,

tú que eres medio letrado,

para ser buen diputado,

a un Congreso Nacional

¿debe ser hombre leal,

de inteligencia y decoro?

-No sea penguinche, Teodoro,

que para un congreso ir,

no hay más que saber decir,

corroboro, corroboro.

Si es así, amigo Vidal,

yo tengo un loro educado,

que sería buen diputado,

a un Congreso Nacional,

pues él aunque es animal,

no se venderá por oro,

y sabe tanto mi loro,

que si uno habla por allá,

él contesta por acá,

corroboro. Corroboro.

-Pues Vidal, a mi entender,

creí que los diputados,

eran patriotas y honrados,

y de bastante saber,

que el pueblo sabía escoger,

hombres serios como un toro,

y nunca elegir un moro

para que sea mal cristiano,

¿no es así, querido hermano?

corroboro, corroboro.

En los gobiernos pasados,

los jefes que gobernaban,

ellos mismos arreglaban

moldes para diputados

y algunos salían dañados,

pues no servían para coro,

pero otros, créalo, Teodoro,

que antes de al Congreso ir,

los enseñaban a decir,

corroboro, corroboro»

Al pie de las décimas, su autor, Papá Toño, como también lo llamaban, nos presenta un relato anecdótico que no podía ser más jocoso y aleccionador:

« No recuerdo en qué pueblo de la República – escribe Alix - fue que eligieron un diputado al Congreso y, después de elegido, le pusieron un maestro para enseñarlo a decir “corroboro, corroboro”. Cada vez que el maestro le daba la lección le decía: “Mira, para que no se te olvides: corroboro, corroboro, corroboro…”. Tenía el diputado en cuestión una memoria tan feliz, que solo un mes necesitó para aprenderse la lección, la cual durante el viaje, de su pueblo a la capital, repetía diciendo: “para que no se te olvide, corroboro, corroboro, corroboro. Bien”

 Ya en el Congreso, – continua el poeta – y tan pronto como dejara la palabra un diputado mejor elegido, se levanta nuestro héroe, diciendo: ¿“Me dejan meter el pico…?”. Comprendiendo el presidente del Congreso la significación de estas palabras, le contestó que sí, que tenía la palabra. El diputado, después de toser quince veces, escupir y pasarle el pie a lo que había escupido, se tiró del fondillo, que tenía prendido entre peña y peña, se alzó los pantalones, y dijo: “Señores: como mi vale, el que acaba de hablar, él y yo somos… así… (Juntando los dos índices) para que no se te olvide, ¡socorro!, ¡socorro!, ¡socorro!” El Congreso se alarmó y hubo tamaña barahúnda: unos sacaban sus revólveres, sus puñales otros, y creyendo que el diputado había visto subir a algunos hombres armados con intenciones hostiles: pero este, al ver que la era causa de semejante alboroto gritó: “¡Alto!, que me he equivocado: yo no he querido decir socorro. Yo he querido decir: ¡Correburro!”. Un amigo de este le contestó: “Tampoco es así colega, usted querrá decir corroboro, ¿no es así?”.

 

-“Sí señor, justamente eso es lo que yo quería decir, y se me había olvidado”

Alix termina su relato advirtiendo que:

“Es pues necesario que todos los pueblos de la república tengan presente esta circunstancia para que cuando vuelvan a ofrecerse elecciones para diputados elijan hombres inteligentes y dignos de ocupar tan delicado puesto para abolir para siempre a los correburros”

 

Pero no se crea que solo Juan Antonio Alix se mofó de la ausencia de luces intelectuales de los legisladores dominicanos de final del siglo XIX y principio del XX.  Por esa razón, dos décadas después de los versos de «Corroboro, corroboro», Francisco Eugenio Moscoso Puello (1885 - 1959), médico, pensador, ensayista y científico naturalista, nos presenta al respecto, en sus famosas “Cartas a Evelina (1913), una muy pintoresca descripción, caracterizada por la más fina ironía y agudeza discursiva:

“Señora: El legislador dominicano es un tipo curioso, alto o bajo de estatura; blanco, indio o moreno de color; delgado o grueso; feo o buen mozo; que estos son los caracteres variables o comunes; su aspecto no es del todo desagradable y hasta parece un hombre civilizado…”

A propósito de la sabia advertencia con la que Alix cierra su crítica espinela, pienso que todos los dominicanos deberían tenerla muy presente en el momento de depositar sus votos cada vez que se lleven a cabo elecciones congresionales

El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura dcaba5@hotmail.com