Lo que se da no se quita y la colonización racial

Simón Bolívar y los desaires de Haití

Simón Bolívar

El profesor Vitriólico continúa su diálogo con el historiador haitiano Thomas Madiou.

Admirado profesor Madiou, ya que hemos entrado en cierta confianza —insinúa Vitriólico, con viveza —, ¿cree usted que los gobernantes haitianos terminaron desilusionando al libertador Simón Bolívar?

— El 1 de abril de 1823, ante la sesión del Congreso —responde Madiou —, el presidente Boyer expuso que Haití había dado, sin resultado, no obstante, los pasos necesarios ante otros gobiernos para establecer entre ellos y Haití relaciones oficiales y honorables, y no se explicaba la injusticia de esas potencias a no ser por el prejuicio del color, siendo los haitianos a sus ojos un pueblo de negros de raza africana.

— Lo que quiero saber es si los haitianos defraudaron a Bolívar o no —insiste Vitriólico.

— Fue por la influencia de esos pensamientos que Boyer decidió destruir una de las más hermosas actas de la grandeza del alma de Petión. Este, como sabemos, había donado liberalmente a Bolívar, en 1816, armas, municiones de guerra y avituallamiento para ayudarle a conseguir la emancipación de su país. Lo había exhortado a que hiciera todo lo posible para, al mismo tiempo, procurar la libertad de los esclavos de tierra firme. Bolívar, obligado por los prejuicios de sus conciudadanos, no había podido hacer que esas actas, que había publicado a ese efecto, se aceptaran. Más tarde, esos mismos prejuicios le habían forzado a no invitar a Haití al congreso que debía celebrarse en Panamá por todos los estados independientes de América.

— Ah, entonces había una pena en el alma con respecto a Simón Bolívar.

— Boyer consideraba a Bolívar personalmente responsable de la conducta de los Estados del Nuevo Mundo con respecto a Haití. Decidió reclamar al gobierno colombiano la suma de alrededor de 70,000 piastras, que era el precio de las armas, municiones y equipamiento que Petión había puesto a disposición de Bolívar en 1816. Para esta misión eligió a Desrivieres Chanlatte.

— Y qué sucedió —exclama Vitriólico.

— Chanlatte partió hacia Sante fe de Bogotá, sede del gobierno colombiano que dirigía el vicepresidente Santander en ausencia de Bolívar, que había ido a Perú por asuntos importantes. Fue muy bien recibido. Le propuso a Santander una alianza defensiva; el vicepresidente contestó que la República ya la había contraído con otras potencias, lo que no permitiría que se hiciera. Chanlatte reclamó la suma de 70,000 piastras, que Santander pagó inmediatamente sin poner ninguna objeción, dándose cuenta inmediata de lo delicado que era para Colombia, que pensaba que no debía nada.

— Pues, señor Madiou, lo que se da no se quita. Y tanto que se habla ahora de la ayuda haitiana a Bolívar. Es cuestión del carácter, ¿verdad que sí?

— Boyer se podía haber ahorrado el paso que había dado — susurra Madiou, con desencanto —. La suma de 70,000 piastras no volvería más poderosa a Haití contra Francia. Mejor habría sido respetar la donación que había hecho Petión, únicamente por la grandeza de su alma.

— Boyer era sinuoso —desliza Vitriólico—, quería instalar una comunidad de africanos en la isla, la discriminación del negro hacia los demás, ¿no es así, señor Madiou?

— En 1820 se había formado una sociedad para facilitar la emigración a Haití de la población negra y amarilla de Estados Unidos… Habían pensado que colonizaran las costas de África, pero los primeros intentos… habían resultado lo contrario de lo que se esperaba; que Haití, único punto del mundo civilizado que se abría a cualquier ser de origen africano, parecía, pues, destinado por la Providencia para convertirse en el asilo de aquellos que perseguían en cualquier otro lugar el orgullo de la epidermis y el fanatismo del prejuicio.

— Y, ¿esa idea llegó a prosperar en la parte del este, hoy República Dominicana?

— Boyer quería, tanto como fuese posible… neutralizar las tendencias a separarse de los dominicanos, que desde esa época se manifestaban de un modo característico. En cuanto a los habitantes del este no estaban para nada contentos de recibir en su seno a una población que no tenía su mismo origen y de otra lengua y religión.

— ¿Resultó exitoso ese plan?

— Habían salido de los Estados Unidos 4,000 almas de color… Cuando se les quiso distribuir, se dieron cuenta definitivamente que el objetivo de la misión había fracasado…Muchos de ellos prefirieron volver a los Estados Unidos… Es cierto que aquí encontraban demasiado a menudo lo que siempre había existido, el capricho y la arbitrariedad que sustituía la ley, la igualdad y la justicia. Con respecto a los convoyes que se enviaron a Samaná estaban mejor dotados que los otros, pues el Gobierno había escogido para esa península a hombres que habían probado que sabían sus oficios. 

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.