Ramfis y el 18 de noviembre de 1961
Hasta su muerte en 1969, Ramfis Trujillo nunca desmintió ni aseguró que trataría de participar en la política dominicana
Existe consenso en que Ramfis Trujillo no era ni fue capaz de prolongar la dinastía Trujillo en el poder como hicieron los Somoza Debayle en Nicaragua cuando su padre fue asesinado en 1956 y su hijo Luis le reemplazó manteniéndose en el poder hasta que, en 1967, un infarto fulminante le arrebató la vida.
Otro Somoza Debayle, Anastasio, entonces jefe del ejército relevó a su hermano Luis gobernando hasta el triunfo de la revolución sandinista en 1979. La dinastía Somoza gobernó Nicaragua de 1933 a 1979. La de Trujillo terminó con Trujillo. Ramfis, el que su padre esperaba le sucediera, no tenía capacidad para continuarla y el mismo dictador lo sabía según cuenta Joaquín Balaguer en Memorias de un cortesano de la era de Trujillo. La dinastía Somoza terminó con Somoza Debayle en 1979 al cabo de 46 años en el poder. Trujillo descuidó su secesión. Se valió, como Somoza, del nepotismo; pero fracasó.
El comentario de Trujillo que Balaguer reporta en sus memorias a propósito del primogénito del dictador se hizo evidente cuando el probable delfín, incapaz de controlar la situación y acorralado por la presión política, decidió asesinar cobardemente a los conjurados sobrevivientes del tiranicidio que habían sido apresados durante los días posteriores al 30 de mayo de 1961.
En efecto, el 18 de noviembre de ese histórico año Ramfis soltó las amarras del yate Angelita cargado de millones de dólares y, en las bodegas de la embarcación, el cadáver de su padre. Antes de huir asesinó a Pedro Livio Cedeño, Salvador Estrella Sadhalá, Luis Manuel Cáceres Michel, Huáscar Tejeda y Roberto Pastoriza Neret. Su fuga, además de cobarde, truncaba la dinastía Trujillo que sólo había logrado poner en práctica el nepotismo que no exige más talento ni mayor atributo que un grado de parentesco con él o los que ostentan el poder político y/o económico de un país.
El nepotismo había hecho de Ramfis, sin mérito alguno, jefe de Estado mayor conjunto de las Fuerzas Armadas dominicanas. Sin capacidad ni talento para mantener el poder político que le dejaba su padre tuvo que huir para evitar la condena por sus crímenes contra los expedicionarios de junio de 1959 y otras tropelías de la misma estirpe. Su “liderazgo” se esfumó con la muerte de su padre. Los asesinatos del 18 de noviembre son la mejor prueba de su ineptitud.
Hasta su muerte en 1969, Ramfis nunca desmintió ni aseguró que trataría de participar en la política dominicana. Trataba con su silencio de alimentar un misterio y crear una imagen que no tenía. En República Dominicana era prófugo de la justicia, entre otras fechorías, por los asesinatos de noviembre de 1961. Con su muerte terminó la acción penal, pero no la amenaza de que un Trujillo terciara en la política dominicana con aspiraciones a gobernar el país. Por el momento difícil, mas no imposible. Un escollo de magnitud lo impide: ¡la Constitución! que, recordemos, no es un bloque de mármol. Un hijo de Angelita, “reina de la Paz y Confraternidad del Mundo libre”, Ramfis Domínguez Trujillo lo sabe y no obstante quiso terciar en los comicios de 2024 como candidato de un supuesto Partido de la Esperanza Democrática (PED), a pesar de que su nacionalidad estadounidense, como estipula la Carta Magna, le impide figurar como candidato a la presidencia de la República o figurar en la línea de sucesión del presidente como prevé la misma ley de leyes.
A pesar de todos esos obstáculos constitucionales, Domínguez Trujillo no obtempera parece saber que es una cuestión de tiempo y eventual una modificación de la Constitución. Recordemos cómo Danilo Medina, en sus afanes reeleccionistas rehabilitó a Hipólito Mejía que, como Medina, había sido víctima de la modificación constitucional que le permitió intentar reelegirse y que nunca más “podría” ser candidato a la Presidencia sin importar el resultado de los comicios. Los asesores de Domínguez Trujillo conocen esta historia y le aconsejan esperar.
Mientras, hay que insistir recordándole a los “nostálgicos de la Era” quién fue Trujillo y cómo actuaron sus secuaces, pues una dictadura es como el fénix de la mitología egipcia. Puede renacer de sus cenizas.
Luego de la extraña desaparición de Radhamés Trujillo; de que los demás hijos del dictador se han mostrado indiferentes a la política dominicana, aparece en el escenario político actual este “dirigente político” que nadie logra explicarse cómo la Junta Central Electoral (JCE), reconoció un partido que funcionaba en Estados Unidos como una empresa comercial. ¿Cómo?
La incapacidad política de Ramfis descontinuó lo que pudo haber sido, como en la Nicaragua de los Somoza, una dinastía del totalitarismo en República Dominicana. La política, se sabe, es una impredecible partida de ajedrez. Hay que estar atento a pesar de que un advenedizo e improvisado político como el hijo de Angelita Trujillo no será capaz, esperemos, más de 60 años después de la muerte de su abuelo y de la fuga de su tío, de recuperar un tiempo en que las nuevas generaciones han experimentado, con altas y bajas, la democracia y, aunque muchas veces irrespetada, su libertad de expresión, de libre circulación y el derecho a disentir.
Al asesinar a los sobrevivientes del ajusticiamiento de Trujillo aquel inolvidable 18 de noviembre de 1961 que Eduardo Sánchez Cabral, abogado de los conjurados, llamó “El crimen de la Hacienda María”. Ese tercer sábado de noviembre del histórico 1961 Ramfis mató, al mismo tiempo, la dinastía Trujillo al ordenar soltar las amarras del yate Angelita.
Hasta su muerte en 1969, Ramfis nunca desmintió ni aseguró que trataría de participar en la política dominicana. Trataba con su silencio de alimentar un misterio y crear una imagen que no tenía. En República Dominicana era prófugo de la justicia, entre otras fechorías, por los asesinatos de noviembre de 1961. Con su muerte terminó la acción penal, pero no la amenaza de que un Trujillo terciara en la política dominicana con aspiraciones a gobernar el país. Por el momento difícil, mas no imposible. Un escollo de magnitud lo impide: ¡la Constitución! que, recordemos, no es un bloque de mármol.
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