A José Antonio Columna

“Hagámonos compañía, vayámonos dándonos ánimo y prestémonos apoyo, para así soportar las fatigas de la vida.”

Conocí a José Antonio Columna, hace aproximadamente tres décadas, cuando yo prácticamente iniciaba el ejercicio de mi carrera de abogado en la oficina Federico Carlos Álvarez, en Santiago de los Caballeros, cuando ya él era un abogado que se encontraba en pleno ejercicio de la suya. Luego, con mi llegada a la ciudad de Santo Domingo, D. N., esta relación de amistad se consolidó no sólo por los constantes encuentros en los tribunales de justicia, sino también porque coincidimos con cierta frecuencia en reuniones con amigos comunes.

Por eso me entristeció la noticia de su muerte y me lamenté que la decisión por él tomada, único tema esencial de la filosofía, según Albert Camus, no la haya podido conocer antes de su ejecución, puesto que, de haber ocurrido, me hubiese dado la oportunidad de compartir con él, lo que sobre el suicidio maravillosamente razona Giacomo Leopardi en sus Cantos Morales, cuyas palabras concluyen de la siguiente manera:

“Ahora te ruego encarecidamente, Porfirio, por el recuerdo de nuestros años de amistad, que abandones el pensamiento; no quieras ser causa de tan gran dolor a tus buenos amigos, que te quieren con toda el alma. Ayúdanos en cambio a sobrellevar la vida, y no nos abandones sin más reparos. Vivamos y reconfortémonos mutuamente, si es que no podemos soportar la parte que el destino nos ha reservado de los males de nuestro linaje. Hagámonos compañía, vayámonos dándonos ánimo y prestémonos apoyo, para así soportar las fatigas de la vida. La cual, sin duda, será breve. Y no nos rendiremos cuando venga la muerte, que también en este último momento nos confortarán compañeros y amigos; y nos alegrará la idea de que, cuando hayamos desaparecido, nos recordarán a menudo y nos seguirán amando” (Diálogo de Plotino y Porfirio, págs. 277-278)

Es razonable el consejo dado en el diálogo por Plotino a Porfirio, pero a veces es difícil de entenderlo sobre todo cuando, como afirma la gran novelista Herta Müller, Premio Nobel de literatura: “se van viniendo abajo las rutinas del cuerpo a la vista de los demás… cuando las piernas se arrastran en lugar de moverse bien, cuando las manos derraman el líquido en lugar de verterlo en la copa” (H. Müller: “Siempre la misma nieve y siempre el mismo tío”)

Dejo al margen esta discusión siempre viva, de la posibilidad de una salida voluntaria de la vida, sobre todo cuando se está en la etapa en que prácticamente perdemos la noción y el control de ella; para no perder el propósito de este breve artículo, que es recordar a José Antonio a casi un mes de haber hundido su vida en el suicidio; para recordarle como el jurista de talento y trabajo que fue, cualidades que lo llevaron a rescatar instituciones del derecho judicial privado que durante mucho tiempo habían permanecido en estado mórbido en nuestras leyes. Por esto, aunque haya decidido dejar este mundo, su espectro seguirá paseándose por los pasillos y estrados de los distintos tribunales de la república.